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Vladimir Jankélévitch. La música y lo inefable. Alpha Decay. Barcelona, 2005.

Basta decir que estamos ante uno de los textos de mayor belleza y profundidad que un filósofo ha escrito sobre música para justificar su inclusión. Interesado por lo indefinible y la temporalidad, el inclasificable Jankélévitch manifiesta su perplejidad ante el fenómeno musical desde el primer capítulo: “La música, fantasma sonoro, es la más vana de las apariencias, y la apariencia, que sin fuerza probatoria ni determinismo inteligible cautiva a su víctima, es, en cierto modo, la objetivación de nuestra facultad”. Eso sí, sus omisiones y anatemas –a veces insostenibles– están muy determinados por su enconada postura antirromántica y por un clasicismo moderno militante desde el que se acerca a sus nombres predilectos: Fauré, Satie, Prokofiev... sumado al encantamiento impresionista de Debussy y Ravel, y la austeridad que admira en Falla: tres nombres que cita en paralelo como maestros de la sobriedad, que también admiraba en el ascetismo de Mompou. Capítulo aparte merece Liszt, a quien consideraba el gran genio de la modernidad (Liszt. Rapsodia e improvisación ha sido publicado por la misma editorial en 2014). Para el pensador francés sólo la música encarna el misterio del devenir. Esa perplejidad caracteriza la mirada poética del autor y atraviesa todo el ensayo, acompañada de la preocupación por la ética y su relación con la música. Cierra el volumen con un glorioso capítulo sobre la música y el silencio regado de imperdibles reflexiones en torno al Pelléas et Mélisande de Debussy. Una lectura placentera, que no deja de sugerir y abrir puertas constantemente.