¡Lean, conservatorios!
Estrategias eficaces de la práctica instrumental. Primeros pasos al estudiar una obra musical. Silvia Tripiana Muñoz. Libargo, 2019.
"Reflexionar acerca del papel que ocupa la práctica estratégica, deliberada e intensa en el aprendizaje instrumental". Esta frase que está en las primeras páginas de este útil manual es la primera que me llamó la atención. Me van a disculpar, pero el ejemplo más cercano lo encuentro en mi caso. Llevaba unos años estudiando en el conservatorio, cuando decidí acercarme al jazz. Mi profesora entonces (Giulia Valle, una excepcional contrabajista y compositora) me hizo una pregunta. ¿Qué quieres transmitir con tu sonido? ¿Cómo has llegado a él? Me fui de aquella clase pensando que nunca me había hecho esa pregunta, ni siquiera sabía cuál era "mi sonido". Me fui pensando, reflexionando. Hay excepciones, claro, y también algunos cambios, pero les puedo asegurar que lo que menos se suele hacer en los conservatorios es reflexionar acerca de nada. Uno está demasiado ocupado preparando obras o aplicándose en la reiteración de ejercicios como para hacerlo, y no es casual que de ellos salgan muchas veces intérpretes tan virtuosos como irreflexivos y mecánicos.
No, la respuesta no está fuera del conservatorio, sino en la transformación del mismo, en el contexto más amplio de la crisis de paradigma que viven los modelos educativos del pasado. Por eso, este trabajo de investigación de una especialista en la cuestión, ofrece tanto síntesis de prácticas pasadas como herramientas para transformar la docencia instrumental.
Un buen trabajo en el apartado metodológico, con un trabajo de campo que da como fruto ocho "estrategias eficaces" para la fase inicial de estudio de una obra musical. Todas sigue la misma estructura, con apartados que se van solapando: un suelo teórico, con las aportaciones científicas principales, un apartado ilustrativo con el uso de cada estrategia "por grandes figuras del ámbito instrumental", y finalmente un útil resumen práctico para instrumentistas.
En primer lugar, la práctica fragmentada por compases, secciones... un acercamiento analítico que apunta hacia una reconstrucción de la síntesis orgánica que debe ser una obra, respaldado en el concepto de chunking procedente de la psicología. En él son importantes los nombres de Stefan Reid o Rolf Inge Godøy, entre otros. Destacan las consideraciones del violinista armenio Ivan Galamian o de la arpista María Rosa Calvo-Manzano.
Respecto a la práctica con máxima concentración, resultan sugerentes los consejos de estudio y las observaciones para alejar todos los obstáculos de la concentración (nerviosismo, impaciencia...), así como la traslación a la música del célebre concepto de flow acuñado por Mihaly Csikszentmihalyi. El pianista Harold Bauer nos da la pauta de la magnitud de una buena estrategia en este aspecto: "es tan necesario concentrar la mente al tocar una simple escala como para estudiar una sonata de Beethoven" (p.32). Contra el anatema anterior hacia los conservatorios, es justo reconocer que fue en uno de ellos donde mi maestro (Enric Rigau, solista de la OBC en el periodo 1967-2002) me recomendó un día: "haz música siempre que puedas, aunque tengas enfrente una escala o un ejercicio inocente". A continuación, la adecuación ergonómica apunta a un mayor conocimiento de la mecánica corporal involucrada en la ejecución, con referencias muy explicativas respecto a su relación con la intención expresiva, y el caso significativo de Vladimir Horowitz en esa búsqueda. Los mensajes de auto-orientación sorprenden quizás como estrategia, pero el tratamiento que les da la autora resulta de nuevo muy pertinente con la orientación práctica, ya que ofrece orientaciones concretas de objetivos, guías y autoevaluación al estudiar una obra.
En este sentido, está muy vinculada a la siguiente estrategia de escucha autocrítica; en ella, Tripiana desarrolla el capítulo más inspirado, apoyándose en las teorías del violonchelista Christopher Bunting y regando el texto de numerosos ejemplos sobre la propia evolución histórica de la escucha. Las tres últimas corresponden a la lectura precisa, que se alimenta mucho de la estrategia de práctica fragmentada, con contribuciones muy enriquecedoras de intérpretes como los miembros del Cuarteto Guarneri, recogidas por David Blum; la práctica indirecta, con referencias a la bases neurólogicas del aprendizaje y dividida en tres propuestas -alterar el tempo de interpretación, generar problemas por resolver (a la manera de Alfred Cortot en las ediciones de Chopin) y acrecentar la dificultad- y finalmente, el respeto al límite, como valiosa estrategia de prevención de la ansiedad escénica o de lesiones. Más allá de la bibliografía y un índice onomástico, el volumen se completa con conclusiones y reflexiones muy valiosas en torno a la forma de estudio de grandes instrumentistas. En resumen, no hay recetas mágicas, “el secreto consiste en elegir un objetivo bien definido y situado más allá de las habilidades actuales, concretar la lucha y tener presente que es preciso plantear una práctica estratégica para alcanzar la deseada meta (…) Todo ello bajo el amparo de la motivación hacia la mejora, ya que no hay que olvidar que esta práctica deliberada, intensa, estratégica está dirigida hacia el perfeccionamiento” (p. 137).
Una aportación bibliográfica recomendable para profesores y para todos aquellos destinados a reformar la -demasiado vigente- visión subjetiva y pobre del proceso de estudio de instrumentos y obras, pero también para cualquier lector interesado en el hecho musical en sí mismo, que podría aportar interesantes conclusiones para la filosofía de la música. En definitiva, un enfoque con un horizonte práctico que es imprescindible para cualquier intérprete. La necesidad parte de un resultado contrastado por esta investigación: “La mayor parte de instrumentistas posee un bagaje de estrategias de práctica instrumental insuficiente, así como un conocimiento limitado de las mismas”.