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Que 20 años no es nada

Madrid. 28/11/20. Teatro de la Zarzuela. Obras de García, Turina, López, Guerrero y Vives, entre otros. Rubén Fernández Aguirre, piano. Ismael Jordi, tenor.

Que 20 años no es nada, nos lo decía Gardel. Volver, todo es volver, sin que volver signifique necesariamente volver atrás, que escribiría José Bergamín años después. No traigo aquí a colación al uno y al otro sin un porqué. Y es que Ismael Jordi ha celebrado con este recital en el Teatro de la Zarzuela sus primeros 20 años de carrera en la lírica. Él, tenor de plante torero y aires de tango, presentó anoche su alma aferrada a dulces recuerdos, de aquellos que marcaron sus inicios, con dos titanes de la ópera como son Alfredo Kraus y Teresa Berganza, a quienes rindió sentido homenaje entre obra y obra.

De hecho, la noche comenzó con uno de esos nombres en los que la Berganza ha sentado cátedra: Manuel García. Canciones, como Caramba de los Caprichos líricos españoles, que la propia mezzosoprano me calificaba como "delicias un poco envenenadas". Melodías sencillas donde el artista debe darlo todo en el decir y en el acento, con una doble intención en las repeticiones que emplea García y que sirvieron al jerezano de calentamiento. Tras ellas, una selección de piezas de Joaquín Turina, donde surgió el primer gran destello de la velada, con su Cantares. Es la horma de Jordi muy de la medida de la escritura de Turina, también en Anhelos y la Saeta en forma de salve, donde hace completamente suya la música y la emoción, secundado siempre por el excelente piano de Rubén Fernández Aguirre; junto a Aurelio Viribay, seguramente los mejores pianistas "acompañantes" de nuestros tiempos.

Cerró el tenor la primera parte del concierto con Luis Mariano y su Cantor de México, con el que triunfó en el Chatelet de París una década atrás, en un adelanto de lo que llevaría a un punto álgido al llegar la zarzuela. Canto sutilísimo, de una elegante línea de emisión, muy homogénea, trufada de medias voces y falsetes, tan identificativos del cantante irundarra y que hicieron las delicias del público asistente, quien regaló a Jordi una cerrada ovación. Después, la confirmación de lo que suponen 20 años de carrera y que, al mismo tiempo, no suponen más que un momento en el camino. Encontré en esta ocasión a un cantante pletórico, en plenitud de facultades estéticas y técnicas, con un timbre hermoso y una proyección envidiable, de agudo agradecido y gusto en el fraseo. Todo ello, además, he de insistir, con el gran acompañamiento de Fernández Aguirre, que persevera siempre en la búsqueda del pathos de aquello que suena en el piano, acorde a lo que se canta y está, siempre, atentísimo a quien tiene a su lado.

Y brilló Ismael Jordi, de nuevo, en las formas utilizadas. En el empleo de filados y sutiles juegos de dinámicas en Flor roja, de Los gavilanes, o en Adiós, Granada, de Emigrantes, donde estuvo, simplemente, espectacular. Entre tanto, Bella enamorada, de El último romántico, dedicada a Teresa Berganza; o Por el humo se sabe dónde está el fuego, de Doña Francisquita, en recuerdo a Alfredo Kraus, a quien el Teatro de la Zarzuela dedicaba esa noche su palco de platea número 6. Con esta zarzuela de Vives, por cierto, cosechó Jordi un gran éxito el año pasado, en este mismo escenario. Escuchamos también una fantástica pieza para piano solo: Pinceladas líricas, de Carlos Imaz (1972), donde Fernández Aguirre pudo jugar a la falsa improvisación con temas de El caserío, La Gran Vía, Pel teu amor y al menos una última que escapó a mi memoria*.

No terminó ahí la noche, sino que Jordi acabó regalando tres propinas: una muy significativa y emotiva: Pourquoi me réveiller, del Werther de Massenet, con el que el maestro Kraus dejó profunda huella en ese mismo teatro; No puede ser, de La tabernera del puerto, y Se nos rompió el amor, tema popularizado por la gran Rocío Jurado. Y todo ello sin descanso. No creo que pudiera pedírsele más al jerezano.

* Rubén Fernández Aguirre, muy amablemente, me ha apuntado que se trata de Lela, de Rosendo Mato.

Foto: Platea Magazine.