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Santificado sea Chausson

Valencia. 12/12/2020. Palau de Les Arts. Rossini: La Cenerentola. Anna Goryachova (Angelina). Lawrence Brownlee (Ramiro). Carlos Chausson (Don Magnifico). Carles Pachón (Dandini). Riccardo Fassi (Alidoro). Larisa Stefan (Clorinda) Evgeniya Khomutova (Tisbe). Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Laurent Pelly, dirección de escnea. Carlo Rizzi, dirección musical.

El centralismo es un mal endémico en el caso de nuestro país, también en términos culturales. Aquello que no pasa en Madrid, se diría, es como si no terminase de ser real. Desde el pasado mes de julio venimos insistiendo en estas mismas páginas en el denodado esfuerzo del Teatro Real por retomar su actividad, olvidando a menudo que también el Teatro de la Zarzuela viene haciendo lo propio en la capital. Y no solo eso: teatros como el Palau de Les Arts de Valencia no han dejado de tener actividad con público desde inicios del mes de septiembre. Y es justo poner en valor también su esfuerzo, aunque los focos no les otorguen a menudo la misma visibilidad. Vaya pues por delante el aplauso al coliseo valenciano por no cejar en el empeño, en igual compromiso con la cultura y con la salud.

Tras abrir su temporada con el estreno en España de Fin de partie de Kurtág, llegaba ahora el turno para Rossini y su célebre drama jocoso La cenerentola, estrenado en Roma en 1817. Estrenada en Ámsterdam a finales de 2019, la propuesta escénica de Laurent Pelly se antoja un tanto naíf. Es indudablemente colorista -hasta un punto que roza lo cursi- pero a nivel dramático resulta bastante intrascendente. La acción transcurre sin pena ni gloria, faltan guiños más ingeniosos, tampoco hay instantes realmente poéticos y la impresión general es bastante superficial. La escenografía de Chantal Thomas, sumamente abierta, no contribuyó a mejorar la acústica 

Aunque su voz no sea verdaderamente seductora, lo cierto es que la mezzosoprano rusa Anna Goryachova lo tiene todo para brindar una Angelina de primer nivel. La voz corre con soltura, amplia y cómoda, y su manejo de los recursos belcantistas es intachable. Coronó su interpretación con un brillante 'Nacqui all'affanno'. A su lado, el tenor estadounidense Lawrence Brownlee se reivindicó como un genuino especialista en este repertorio, habiendo hecho del papel de Don Ramiro uno de sus caballos de batalla. Domina el estilo rossiniano con manifiesta destreza. La voz, aunque no sea amplia, sí está bien proyectada y se dejó escuchar con brillo y rutilantes agudos en la sala principal de Les Arts.  

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A sus setenta años de edad, lo del zaragozano Carlos Chausson no es normal. Por la plenitud del instrumento, sin atisbo alguno de vibrato, bien resuelto en los extremos, de sonoridad flexible y cómoda. Pero también por el derroche de tablas y magnetismo escénico. Su Don Magnifico es ya una creación memorable, que ha paseado por los principales escenarios internacionales con indudable éxito. Su sillabato sigue siendo vertiginoso y su vis cómica no ha perdido un ápice de su frescura. Va siendo hora de pensar en santificar a Chausson, permítanme la broma, pero lo cierto es que es uno de los mejores cantantes que ha dado nuestro país en décadas. Desde luego, ya era hora de que firmase su debut en Les Arts.

Qué grata sorpresa el Dandini del joven Carles Pachón. Habemus baritono, créanme. La suma de sus capacidades escénicas y su evidente calidad vocal le predisponen, sin la menor duda, hacia una carrera de éxitos. Su dúo con Carlos Chausson, de quien es discípulo, fue a buen seguro el mejor momento de la noche. También convenció el Alidoro de Riccardo Fassi, en su amplia y expuesta escena, donde exhibió una indudable familiaridad con el canto rossiniano; otra joven voz a seguir de cerca. Menos entusiasmaron, en cambio, las dos jóvenes voces del Centre de Perfeccionament, Larisa Stefan como Clorinda y Evgeniya Khomutova como Tisbe. 

Al frente de la siempre estimable Orquesta de la Generalitat Valenciana, la dirección musical de Carlo Rizzi, no fue demasiado atractiva. Buen concertador, de hecho los números de conjunto fueron lo más esmerado de su batuta, propuso una lectura por lo general morosa y alicaída, muy lejos del brillo, vivacidad y encanto que se presupone a la música de Rossini. Los cantantes parecían cómodos con sus tiempos, pero la representación se resintió de un ritmo francamente aletargado y falto de brío.

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Fotos: © Miguel Lorenzo y Mikel Ponce