Ruben Gimeno Ricardo Rios

LA ILUSIÓN DE LA JUVENTUD

3/1/2021. Vitoria-Gasteiz. Teatro Principal. Ludwig van Beethoven: Ah, perfido, op. 65 y Egmont, op. 84. Jone Martínez (soprano) y Eneko Sagardoy (narrador). Euskal Herriko Gazte Orkestra / Joven Orquesta de Euskal Herria. Dirección musical: Rubén Gimeno.

Cada encuentro semestral con la Joven Orquesta de Euskal Herria (EGO) es una pequeña fiesta, tanto porque podemos comprobar que la cantidad y la calidad de los y las jóvenes intérpretes vascas es muy alto como porque desde la ilusión propia de quien vive una de sus primeras experiencias profesionales, el melómano puede disfrutar de interpretaciones valientes, frescas y emotivas.

Parecía lógico que a pesar de todos los pesares el programa navideño estuviera dedicado, de forma íntegra, a Ludwig van Beethoven; y es que la figura del alemán está muy por encima de pandemias, frustraciones y limitaciones. Además, parece difícil saturarse de la música del de Bonn así que… Pero es que esto fuera poco la plantilla de la EGO decidió apostar por obras que hacía tiempo no teníamos la oportunidad de escuchar, a saber, la aria para concierto Ah, perfido, op. 65 y, sobre todo, la música incidental completa de Egmont, op. 84.

La aria para concierto apuntada, compuesta en 1796, y aun emanando de la inspiración propia de un genio hemos de reconocer que nos retrotrae a la de otro, anterior, Wolfgang Amadeus Mozart, cuyo espíritu está tan presente en la obra. Pongamos como referencia que esta aria de concierto es anterior a la primera sinfonía de Beethoven, lo que nos indica el momento de desarrollo estilístico en el que se encontraba el compositor.

La soprano vizcaína Jone Martínez –¿he de reiterar lo de joven?- afrontó con solidez la pieza marcando un recitativo bien intencionado y matizado, encontrándose luego más cómoda en la aria central que en la cabaletta final consiguiendo, eso sí, una interpretación integral ajustada a estilo y de gran solvencia. Quizás faltó un punto de emoción –el publico de esta ciudad es de una frialdad abrumadora- pero en cualquier caso fue de agradecer encontrarse con esta obra de un Beethoven joven.

La obertura de Egmont, op. 84 es pieza muy habitual de las salas de conciertos y este año recién terminado ha sido también obra recurrente en los programas de homenaje al de Bonn; menos lo ha sido la obra completa. La música incidental, desarrollada en diez números para narrador, masculino soprano y orquesta fue brillantemente interpretada por un Rubén Gimeno atento a los acentos beethovenianos, con un inicio vibrante y poderoso. Y es que tras la “mozartiana” aria inicial, el lenguaje específico del compositor homenajeado aparece y se desarrolla en esta obra, de madurez, de forma incuestionable. Utilizando la misma referencia que con la obra anterior conviene apuntar que Egmont se sitúa entre las sinfonías pastoral y séptima.

De nuevo brillante la soprano de Sopela mientras que solo queda aplaudir la intervención del conocido actor Eneko Sagardoy como narrador, con una escena final, en el momento de la apelación por la libertad del pueblo neerlandés ante la opresión que resultó conmovedora. Sagardoy, que narró el texto en la versión en euskera, estuvo convincente y nos trasladó al mismo espíritu de ansia de libertad del compositor que puede observarse, por apuntarse algunos ejemplos, en el coro de prisioneros de Fidelio, en la Fantasía para piano, coro y orquesta o en la Sinfonía nº 9, Coral. Es decir, Beethoven sin trampa ni cartón. Apuntar, para terminar, mi deseo de pasar por alto lo de los bises navideños porque un servidor es bastante beligerante con eso de romper el climax de un concierto con añadidos que nos llevan a mundos en nada parecidos, rompiendo cualquier coherencia posible.

La última responsabilidad del éxito del concierto recae en la batuta, Rubén Gimeno, muy atento a todo, ayudando a la cantante, mimándola en la pieza inicial para luego coordinar e incardinar de forma precisa canto, palabra y música en la segunda obra. La EGO plantea, habitualmente, dos citas con el público vasco: esta de navidad y la de final de curso, a finales de junio o principio de julio. Quedamos a la expectativa de la próxima cita aunque creo que la institución haría bien en cuidar algunos detalles cara a cuidar al público como puede ser el de acercar al mismo el texto ya cantado ya narrado.

El aria inicial se cantó en italiano, el texto de la música incidental se hizo en alemán y el texto se narró en euskera. A estas alturas del siglo XXI me parece sorprendente tener que recordar que se puede facilitar al oyente la comprensión de los textos con el uso de los sobretítulos, incorporados de forma normalizada en la música desde hace décadas y que hubieran evitado, siquiera parcialmente, la frialdad de quien desconoce estas lenguas. Lo que no es de recibo es la actitud de la espectadora que exigió a gritos el castellano ante la primera intervención de Sagardoy, sin hacerlo ante las otras lenguas que, previsiblemente, también desconocerá.

Entiéndase esto último como una modesta propuesta de quien solo pretende disfrutar de los conciertos de la EGO, una institución que ha ido acumulando prestigio en los últimos años a consecuencia de un trabajo bien realizado. La mejor prueba de ello es lo rápido que se agotaron las localidades en la capital alavesa y el hecho de que el teatro registrara el máximo de aforo posible según las normas que rigen hoy por hoy en la Comunidad Autónoma Vasca, cuatrocientas personas. Ojalá nos reencontremos orquesta y público el próximo verano y podamos ser ya las casi mil que caben en el Teatro Principal.

Foto: Ricardo Ríos.