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Pablo Ferrández: "La adrenalina que requiere el chelo es adictiva"

El violonchelista madrileño Pablo Ferrández ya no es sólo uno de los instrumentistas más destacados de su generación, sino un valor internacional en el mundo de la música clásica, protagonizando conciertos junto a las formaciones y batutas más prestigiosas del mundo. Cuando acaba de grabar su primer disco para Sony Classical, hablamos en primicia con él sobre su contenido, además de sobre los tiempos que corren, la música y su carrera.

¿Cómo se encuentra de ánimo en estos momentos?

La verad es que ahora me encuentro bien. Al principio fue un choque, como para todo el mundo. Algo tremendo y un cambio radical en mi vida. Cuando todo empezó, en marzo, me pilló en mitad de una gira internacional junto a Anne-Sophie Mutter y Khatia Bunitishvili. Nos decían que teníamos que volver a casa y no nos lo creíamos. No lo entendíamos. Teníamos 11 conciertos programados con el Triple Concierto de Beethoven por toda Europa y tras el primero, entre Londres y Luxemburgo, nos dijeron que teníamos que irnos, antes de que se cerrara el país. Desde entonces y hasta ahora se me han cancelado cerca de 70 conciertos. Cada mes siguen cayéndose cosas... todo esto está siendo bastante salvaje.

En estos últimos meses, ha tenido oportunidad de tocar en España.

Sí. A finales de verano volví a España y me he quedado prácticamente allí hasta ahora, porque, en realidad, junto a Suecia, ha sido el único lugar donde se ha podido tocar. En el resto de países ha sido todo muy a contrarreloj. En Suiza, por ejemplo, pude tocar con un margen de cuatro horas. A las 20.00h tuve el concierto y a las 00.00h cerraban los espacios culturales... Una locura. Sin embargo, dentro de todo lo negativo que ha traído la pandemia, para mí hay algo positivo: he aprendido muchísimo.

¿Musicalmente hablando, o sobre la vida en general?

Más sobre otras cosas más allá de la música, la verdad. Ahora aprecio muchísimo más todo lo que tengo. No es que antes no lo valorase, pero, de alguna manera, uno se va acostumbrando a que es normal todo lo que vive... vas convirtiéndolo en rutina y en realidad es algo excepcional. Se supone que el año pasado iba a tener unos 80 conciertos, tocando uno cada tres días, en una ciudad diferente... Dentro de esa vorágine, a uno acaba incluso por entrarle cansancio y a veces no te apetece tocar. Ahora me doy cuenta más que nunca que estoy viviendo mi sueño. Cada vez que me dejan subirme a un escenario, lo siento como un regalo fabuloso. Me siento súper agradecido. Y muy positivo, aunque todo vaya fatal por el mundo. Todo está en la cabeza.

80 conciertos... ¿Cómo es el paso del estudio a la agenda de conciertos? ¿Fue muy duro el cambio de dinámica?

La verdad es que, al principio de mi carrera, ese cambio fue lo más complicado. Siempre estudié mucho y estoy muy acostumbrado a estar todo el día con el chelo. Desde los 12 años que entré en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, hasta los 25, más o menos, cada día tocaba 7 u 8 horas al día, sin excepción, de estudio. Fue tras el Concurso Tchaikovsky, en 2015, cuando mi carrera de repente tuvo un impulso muy grande. Pasé de tocar 30 conciertos al año, a 60, 70 u 80. Uno pasa de estudiar un par de obras o tres, a tener que prepararse diez conciertos diferentes para las próximas semanas. Es muy complicado. Además al público le da igula si tienes jet-lag, si acabas de llegar, o si tienes cualquier problema. La gente quiere escuchar un buen concierto. Cuesta acostumbrarse a ese cambio de ritmo, pero me encanta. Me encanta mi vida, estar siempre estudiando e intentando superarme. La adrenalina que requiere el chelo es adictiva. Si entre giras tenía que estar 10 días en casa sin poder tocar, ¡me sentía mal! (Risas).

 

"Ahora me doy cuenta más que nunca que estoy viviendo mi sueño"

 

Ahora entonces...

¡Ahora he aprendido mucho! Aunque quisiera moverme, además, viajar ahora es un infierno. Es estos momentos, por ejemplo, he venido a Alemania a revisar los últimos detalles de mi último cedé y estoy en cuarentena en un hotel, como prevención. Es bastante impresionante. Incluso yo mismo, cuando iba a un concierto, nunca se me pasaba por la cabeza si el solista había tenido el día o la semana más ideal para preparar esa obra... ¡ahora ya sí! En una ocasión, tuve una semana de locura que, si puedo, no volveré a repetir: tres conciertos en tres continentes diferentes, ¡en siete días!

¿Y la cabeza dónde la tenía?

¡Se me cambió tanto el horario del sueño que no dormí bien durante un mes! Son cosas a las que dices que sí porque todo te hace muchísima ilusión. Ya le digo que es adictivo. Hace tiempo Vadim Repin me contó una anécdota sobre Gergiev, que si no dirige 200 conciertos al año, cerca se queda. Gergiev le pidió tocar un concierto en Nueva York un día concreto. Repin le explicó que ya tocaba un concierto en esa fecha, en otra sala de la ciudad. "Cuando acabes de tocar tu concierto, vienes durante la segunda parte a tocar en el mío". Y así lo hizo. Cuando terminaron, Repin le dijo: "Maestro, menudo solista tiene, que toca dos conciertos el mismo día". "Yo también he tocado dos conciertos hoy", le contestó Gergiev, "pero el anterior lo he tocado en Ámsterdam" (Risas). ¡En Ámsterdam! ¡De Ámsterdam a Nueva York tocando dos conciertos el mismo día! (más risas).

Usted que vive en Alemania, ¿Cómo ven desde allí que se estén llevando a cabo tantos conciertos en España? ¿Compromiso? ¿Rebeldía? ¿Insensatez?

Para nada una insensatez. Un concierto de música clásica es de los sitios más seguros donde se puede estar, siempre que se respeten todas las medidas sanitarias y de seguridad. Nadie habla en el público y no tiene porque haber contacto ninguno entre las personas. En los conciertos donde yo he tocado, además, siempre había un tercio de sala... hay espacio de sobra para disfrutar y poder seguir con la cultura adelante.

¡Ahora ni siquiera se tose!

¡Efectivamente! ¡Es increíble! (Risas). Todo esto es algo que, por ejemplo, Anne-Sophie Mutter está intentando que pueda llevarse a cabo aquí en Alemania. Es algo que los políticos alemanes no terminan de tener del todo claro.  

Me habla usted de Anne-Sophie Mutter. En Platea la acabamos de escoger como la personalidad de la música clásica más influyente durante 2019 y 2020. ¿Se puede influir en la sociedad desde la clásica realmente? ¿O somos un nicho demasiado pequeño?

Absolutamente. Desde luego que creo que se puede influir en la gente. Máxime cuando llegas al nivel de Mutter o de Barenboim, Gergiev, Dudamel... todos estos gigantes que, además, se involucran y quiren aportar, ayudar a los jóvenes y a la sociedad. Ellos aportan muchísimo, tienen mucho poder y, al menos aquí en Alemania, los políticos se sientan a escucharles. Lo que pueda decirles Mutter o Barenboim se lo toman muy en serio. Sé de casos concretos en los que han tenido una influencia directa para que se mejorasen ciertas cosas.

 

"¡No sólo aprendo de músicos! ¡Todo el mundo puede aprender de todo el mundo!"

 

Hablando de estos grandes, usted ha sido recientemente Artista de la semana en Platea Magazine. Escogió versiones de tres mitos: Martha Argerich, Mstislav Rostropovich y Nikolaus Harnoncourt. ¿Por qué ellos?

De Rostropovich, obviamente, porque le siento como si fuese mi abuelo musical. Todos mis profesores estudiaron con él. Para Natalia Shakhovskaya sólo existía él. Durante toda mi adolescencia y mi juventud le he estudiado, le tenía hasta en la sopa y lo agradezco. Ha sido una figura muy importante en mi aprendizaje. Mi héroe. De Martha Argerich diría que es la mejor músico del mundo. Tengo amor incondicional por ella. Mi ídolo más grande. Y de Harnoncourt, del que no conozco mucho, sí que me parece espectacular el sonido que consigue en esa Tercera sinfonía de Beethoven que les proponía. Una manera de comunicar a través de la música muy orgánica, muy natural, con la que me siento muy conectado.

Estos artistas de otras disciplinas, ¿le aportan algo que usted pueda trasvasar al violonchelo?

¡Desde luego! ¡Todo! ¡Absolutamente todo! El violonchelo es sólo un instrumento, al fin y al cabo. Es la vía con la que yo me comunico. Ahora prácticamente no escucho el chelo, porque ya tengo bastante con mis horas de estudio, pero escucho mucho a pianistas, violinistas, cantantes y aprendo muchísimo. De cómo crean una frase, de cómo dibujan tal cosa... por ejemplo, de Martha su fraseo, su dibujo de apoyaturas, adornos y qué destaca de cada frase... ¡aprendo tanto con ella! Aunque yo no toque ese repertorio, me da muchas ideas a la hora de afrontar mis conciertos. Sus discos, como los de Mutter, los tengo muy estudiados. ¡Y no sólo aprendo de músicos! ¡Todo el mundo puede aprender de todo el mundo! Yo aprendo de los deportistas, por ejemplo viendo cómo se preparan, su actitud mental antes de salir al escenario... incluso con el boxeo, que parece estar muy alejado de la música, ¡aprendo muchísimo con ello! Intento siempre buscar similitudes para llevarlas a mi terreno. El sufrimiento de un boxeador, aunque no me estén pegando una paliza, creo que puede tener reflejo en la actitud del músico. Prácticamente puedes darle uso a casi todo en tu profesión.

¿Supeditamos el valor de la música, quizá demasiado a menudo, a la fama del artista?

(Piensa). Es una pregunta complicada, la verdad. No lo sé. Creo que todo el mundo que está aquí y tiene un nombre, es por algo. Nunca alguien está porque sí. Nadie regala nada en este mundo. Cuando era joven, a veces pensaba: ¿Por qué esta persona está en este lugar? Luego te das cuenta que cada persona llega a los escenarios y se mantiene en ellos por algo. Si en un momento no ves el porqué, lo verás más adelante. Que le demos más importancia a un nombre más conocido que a uno que no lo es, es algo que ocurre en todos los ámbitos. Aún así, yo creo que a la gente le gusta muchísimo descubrir nuevos talentos, nuevas figuras, sobre todo en la música. Además nosotros tenemos la suerte de que, en la música, las carreras pueden ser muy largas. Cada camino es diferente, pero puede haber quien acabe alcanzando el éxito después de 30 años tocando. ¡También depende de lo que quiera cada uno! Ser una estrella de la música no tiene por qué ser la meta de todo el mundo.

Me llama mucho la atención que hable usted de "cuando era joven"... ¡sin haber cumplido los 30!

Pero es que es eso, ¡es que voy a cumplir ya 30 años! ¡Ya soy un señor! (Risas).

¿Cuándo se quita uno la etiqueta de joven? ¿O consigue que se la quiten los medios de comunicación?

No lo sé. Es una cuestión, efectivamente, que le gusta recalcar a los medios, parece. Yo es que ya no me veo joven. Joven es alguien de 15 años. ¡Con 30 años uno ya paga facturas! (Risas).

 

"Ser una estrella de la música no tiene por qué ser la meta de todo el mundo"

 

En cualquier caso, sin haber llegado a los 30 su repertorio es impresionante: Prokófiev, Elgar, Schumann, Haydn... ¿En qué partituras se encuentra más a gusto?

Es algo que va cambiando. Depende de la época. Del repertorio ya he tocado más o menos, creo, todas las grandes obras. Sólo me quedan las partituras de Lutoslawski, Dutilleux... que tengo que empezar ya a trabajar en ellas. En realidad, me siento muy cómodo con todo el repertorio para chelo, porque es increíble. Podría decir que más o menos ya me he hecho amigo de mi instrumento y que me llevo bien con todas sus obras.

Curiosamente, le queda el repertorio, como me comenta, que nació de las manos de Rostropovich. También ha tocado usted obras de nueva creación. ¿Está predispuesto a estrenarlas? ¿Tiene tiempo?

¡Cierto! ¡Es una señal! En cuanto a las nuevas obras, lo cierto es que, como apunta, la falta de tiempo es un handicap. Por lo general, siempre me gusta aprender nuevas obras, pero a veces me es imposible. En mitad de una temporada, con todo el cansancio acumulado y el ritmo de conciertos, lo último que apetece es empezar a descifrar una obra que no conoces en absoluto. Hay veces que te encuentras cosas increíbles, estupendas, pero otras no sabes ni cómo colocar la partitura para poder leerla (Risas). Ese tipo de cosas, que te obligan, al final, a tocar de una forma con la que no estas del todo convencido, hacen que haya más reservas a la hora de aceptar nuevas obras.

De todo el repertorio, ¿qué incluye su nuevo disco en Sony?

Elegí grabar mi sonata favorita, la Opus 19 de Rachmaninov. Me encanta el piano y me siento, un poco, un pianista frustrado, así que Rachmaninov me entusiasma. Para violonchelo sólo tiene esta sonata, que es el centro del disco. La toco con Denis Kozhukhin, con quien estudié en la Reina Sofía y somos muy amigos. Le pregunté si querría tocarla conmigo y aceptó. Sé que anteriormente le había dicho que no a otros chelistas, así que estoy encantado y muy contento de contar con él. Además, tocamos arreglos de canciones de Rachmaninov. La voz es otra de mis pasiones, pero si canto ya sí que doy pena, ¡así que tengo que hacerlo con el chelo!

La comparativa que hacemos medios y público entre chelo y voz es todo un tópico, ¿no?

Desde luego. Son dos instrumentos muy parecidos y, de hecho, siempre que toco intento tener la sensación de que estoy cantando. Aunque es algo súper difícil de conseguir. Cuando me dicen: "Qué bonito, cómo canta el chelo", pienso: ¡si tú supieras! (Risas). Una de las canciones que aparecen en el disco, claro está, es Vocalise, además de Zdes′ khorosho y su Élégie

¿Con qué se completa el álbum?

Al ser mi primer cedé con Sony y al ser español, me gustaba la idea de hacer un guiño a mi propia vida, por eso incluye El cants dels ocells, de Pau Casals. Mi padre estudiaba Ciencias cuando un día, a los 18 años, escuchó un disco de Casals tocando Dvorák. Lo dejó todo y le pidió a mis abuelos que, por favor, le comprasen un violonchelo. Ahora mi padre es violonchelista en la Orquesta Nacional de España y junto a mi madre, decidieron llamarme Pablo por Casals. ¡No había otra opción! Quería hacer este guiño a Casals y a mi padre. Es la obra que siempre ofrezco como propina en mis conciertos. Vi además que Casals había tocado con Rachmaninov y me pareció un puente muy bonito para el disco. Luego, aprovechando que estábamos en España, decidimos incluir piezas de Falla (Asturiana y Nana) y Granados (Oriental). Ha quedado un cedé precioso. Me hace una ilusión tremenda.

¿Qué le aporta Rachmaninov al violonchelo?

No sabría decirle. De alguna manera, es algo que ha escrito alguien que no es chelista para nada y, sin embargo, hace unas frases y unos temas increíbles. Hay un tema en el cuarto tiempo de la Sonata que, tal vez, sea de los mejores temas jamás escritos para el chelo. Y viene de Rachmaninov. ¡Absolutamente increíble! Además, nunca se me habría ocurrido cómo podría haber una conexión entre Rachmaninov y Falla, pero cuando lo pusimos todo junto, sonaba maravilloso. Escogí las dos piezas de Falla que no suenan al típico cliché español. Era algo que quería evitar. No por nada, sino porque otras músicas hubiesen roto, de alguna manera, el carácter del cedé y la atmósfera de la Sonata. La Nana y la Asturiana, junto con la Oriental de Granados, ofrecen una visión de la misma época de la obra de Rachaminov, desde otro punto de vista. Me pareció una idea buenísima y estoy deseando que la gente lo escuche y lo disfrute.

 

 

Foto: Igor Studio.