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Importante recuperación

 

Barcelona.  Gran Teatre de Liceu. Baguer: La principessa filosofa. Portugal: I due gobbi. Aleksandra Gladysheva (Costanza). Maria Isidoro (Lisetta). Maria Amaral (Rosaura). Enrique Padilla (Rusignolo). Xavier Casademont (Pandolfo). Alejandro López (Cleante). Robin Sansen (Lucindo). Oriol Quintana (Trastullo). Marzio Conti, dirección musical.

La actividad operística del ESMUC ha tenido iniciativas muy loables, pero este año se han superado en amplitud presentando dos piezas que, aunque incompletas, son una importante aportación al redescubrimiento de antiguas producciones que se vieron en la Barcelona del siglo XVIII. Desde 1750, el Teatre de la Santa Creu, más tarde Teatre Principal, tuvo una actividad operística que adquirió unas proporciones inmensas. Más de trescientos títulos en los cincuenta años siguientes al de su puesta en marcha, con obras tan destacadas como elOrfeo de Gluck (1780), el Così fan tutte de Mozart (1798) o el Barbiere di Siviglia de Paisiello  (1787), justo antes del incendio que redujo a ruinas el histórico edificio de la Rambla. Fue reconstruido en menos de un año porque, como diría años más tarde un militar francés, la ópera en Barcelona era un artículo de toute première nécessité.Lo más curioso es que entre esa profusión de títulos, casi todos italianos (y alguno alemán), hubo también, en ese primer medio siglo de actividad, alguno de autores catalanes: Domènec  Terradellas (Sesostri, en 1750), Josep Duran (Antigono, 1760, y Temistocle, 1762), Ferran Sors (Il Telemaco) y Carles Baguer i Mariner (La principessa filosofa), ambas en 1797. 

Estos dos títulos sabemos que fueron programados por el empresario del Santa Creu, el compositor y aventurero Antonio Tozzi en la temporada 1797-1798 porque  las guerras napoleónicas en la Italia de aquellos años había dificultado la llegada de partituras  (de Bolonia o de Florencia) y Tozzi decidió utilizar obras de compositores catalanes jóvenes; sabemos que Sors, recién salido de la escuela musical de Montserrat, utilizó un libreto que encontró en el mismo Teatre de la Santa Creu y le antepuso una obertura o preludio que inventó como pudo ya que no había escrito nunca nada para el teatro (tenía sólo veinte años de edad). En cuanto a Baguer(cuya producción sinfónica divulgó con entusiasmo la recordada Maria Ester Sala), un poco mayor, era sobrino de Francesc Mariner, organista de la catedral de Barcelona, y más tarde lo sucedería en este cargo. La obra de Baguer estaba basada en la obra teatral del siglo XVII, El desdén con el desdén, de Agustín Moreto. 

Es curioso también observar que, más de cien años más tarde, un periodista y poeta italiano, Angelo Bignotti, que escribió un libro sobre Gli italiani in Barcellona (1910), hablando sobre la gestión del empresario Antonio Tozzi, le achacó haberse sido poco benévolo "verso i suoi connazionali” por haber dado paso a compositores jóvenes, “generalmente dilettanti o studenti in música del paese” (es decir catalanes) cuyas obras, dice Bignotti textualmente, eran “veri aborti lirici”. 

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De esta inmensa actividad operística, cuando el Gran Teatre del Liceu, en colaboración con La bottega d’opera del ESMUC decidió apostar por un proyecto de investigación sobre el patrimonio  musical catalán, creyeron haber encontrado en una carpeta cubierta de polvo, la música de La principessa filosofa, pero en realidad  el  musicólogo Lluís Bertran encontró que dentro había sólo una versión para clave de la obertura de esta ópera, y el segundo acto de una obra que resultó ser un título del compositor portugués Marcos Antonio Portugal (cuyo apellido original era Fonseca), que se había representado en el Teatre de la Santa Creu el 16 de junio de 1794, y que debió de tener poco éxito porque sólo se representó cinco veces y no volvió en ninguna otra temporada. Las óperas de éxito alcanzaban por lo menos nueve o diez funciones y si el éxito era importante solían repetirse al cabo de una o dos temporadas.

Ante el dilema, la decisión de los responsables de la ESMUC, asesorados por el musicólogo Oriol Pérez Treviño y con lacoordinación de la profesora Mireia Pintó decidieronpresentar el hallazgo en forma de sesión musical única. Bajo la dirección musical de Marzio Conti, después de haber sido orquestada la obertura de La principessa filosofa por el estudiante Robin Sansen, quien cantó el breve rol de Lucindo,y seleccionado un excelente equipo de cantantes de la institución que representaron el segundo acto de la ópera de Portugal, presentando antes el argumento del primero a cargo de la actriz Silvia Bel. El segundo acto, de argumento enrevesado, se cantó en italiano sin subtítulos lo que en algunos momentos dejaba al espectador sin saber realmente lo que movía a los personajes que expresaban complejos y cambiantes sentimientos amorosos y burlas continuas, no del todo comprensibles.

Lo que sí que quedó claro es que las obras de Baguer y Portugal son típicas del estilo musical italiano de la última década del siglo XVIII –aunque ellos no fueran precisamente italianos- y  cuya mayor aproximación la encontramos en el más conocido lenguaje musical de Cimarosa, el extraordinario autor de Il matrimonio segreto (1792), estrenado en el mismo Teatre Santa Creu, un estilo que  más tarde recogería añadiéndole sus propias ideas el inmortal Rossini. 

En la obra de Portugal los ocho cantantes jóvenes, que dieron lo que suele llamarse una representación semiescenificada (y con vestuario) dieron un rendimiento extraordinario del primero al último. Sobresalieron los dos “gobbi” o jorobados, el barítono  Xavier Casademont (“Pandolfo”) y Enrique Padilla (“Rusignolo); ambos dieron un gran relieve a sus extensas intervenciones (el segundo con una escena de la borrachera que podría ser emblemática en una antología de la relación entre el vino y la ópera). Muy notables las tres figuras femeninas  (Costanza, Lisetta y Rosaura) y gracioso y eficaz el joven criado Trastullo (Oriol Quintana), quien.

En definitiva, una inmersión en un curioso y vital universo operístico barcelonés de la época en la que Barcelona se echó en brazos de la ópera de una manera excepcionalmente brillante. 

Fotos: © A. Bofill