Devia LucreziaBorgia Coruna 

No te vayas todavía

A Coruña. 23/9/2017. Temporada Lírica. Donizetti: “Lucrezia Borgia” (versión de concierto). Mariella Devia (Lucrezia), Celso Albelo (Gennaro), Luiz-Ottavio Faria (Don Alfonso), Elena Belfiore (Maffio Orsini), Francisco Corujo (Rustighello). Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Dir. coro, Fernando Briones. Dir. musical, Andriy Yurkevych.

Eran varias las efemérides que se concentraban en la velada y que hacían palpitar de emoción al Colón incluso antes de comenzar el espectáculo. Dentro de la celebración del 65 aniversario de la constitución de los Amigos de la Ópera de A Coruña, se cumplían 35 años del debut en Galicia de la soprano Mariella Devia. Natalia Lamas, la presidenta de la Asociación preludiaba el concierto concediéndole a Celso Albelo la insignia de oro que lo convierte en uno de sus contados miembros de honor de la institución. También se celebraba el estreno de esta ópera de Donizetti en la ciudad y aunque no era la primera vez que la gran diva italiana pisaba tablas gallegas, seguramente sería la última -incluso la última en España- tal y como anunció poco antes de su actuación. La sombra de esa despedida embrujaba quizá más el ambiente de la sala, de nuevo abarrotada y que, a pesar de sus inconveniencias logísticas, resultó ser un marco idílico para la ocasión. 

El elenco para esta Lucrezia resultaba prometedor. Devia y Albelo en el cartel no anunciaban muchas sorpresas, una apuesta segura que tenía que encontrar cierta proporción en el resto del cartel. El rol de Don Alfonso fue interpretado por el bajo Luiz-Ottavio Faria con una calidad a la altura de sus partenaires principales. Si ya en el prólogo se adivinaba, en el primer acto Faria afrontó sin aparente dificultad las peripecias vocales que Donizetti exige a la voz de un bajo llevada al bel canto. No sólo no hizo retroceder a la Devia en los dúos sino que abrigó su voz con un timbre cálido y asombrando con una poderosa proyección hasta en los extremos más graves. Maravilloso en su parte del trío “Guai se ti sfugge”, tan bien conducido por Yurkevych. La intervención de la mezzosoprano Elena Belfiore en el papel de Orsini, otro importante secundario, fue mejorando a medida que la obra avanzaba. Destacó sobre todo en el brindisi del segundo acto, donde realmente demostró sus dotes de cantante solista. Puede que no haya resultado un papel del todo adecuado para Belfiore, que salpicó su actuación de bellos momentos en sus extremos más agudos y a la que quizá cierto exceso de vibrato le enturbiaba de algún modo la entonación. En cualquier caso, el reto asumido por Belfiore resultaba una empresa valiente para una mezzo que demostró desenvoltura, belleza y proyección en el agudo además de capacidad actoral para acercar el personaje al público, cosa de agradecer en una versión de concierto. Francisco Corujo en la pocas, que no sencillas, intervenciones de Rustighello nos dejó con ganas de más.  No resultó discreta su interpretación, donde exhibió un brillo interesantísimo en su pecho que no se venía abajo en las agilidades. Sin duda una de las gratas sorpresas de la velada que no pasó inadvertida al público a juzgar por sus aplausos. 

Qué decir de Celso Albelo sin repetirse: el maridaje de su canto con la escritura de Donizetti es rotundo y resulta inevitablemente definitivo. Un evidente resfriado inquietaba más a la audiencia que al propio cantante, que alcanzó con seguridad cada una de las cimas propuestas para Gennaro. Una voz de timbre lustroso que evoca el colorido de divos históricos y un maravillo fraseo, junto a una asombrosa naturalidad para las agilidades y el equilibrio agógico hicieron de Albelo el compañero ideal para una voz como la de Mariella Devia. La suya es una Lucrezia de gesto duro que sólo se ablanda cuando se dirige a Gennaro. Resulta realmente complicado describir con palabras su interpretación. Un público ansioso retuvo durante unos minutos la representación con una gran ovación a la cantante, tras su imponente presentación en el “Com’è bello”. Y lo llamativo de la Devia sigue siendo su pulcritud técnica al mismo tiempo que su capacidad de emocionar al público. No se trata sólo de control de fiato, vocalización y esas cuestiones técnicas que casi se dan por sentadas en alguien capaz de abarcar el rol de Lucrezia como tal; es la homogeneidad en los registros, el fraseo, la lógica que otorga a cada artificio vocal, su manera de mostrarnos el bel canto como algo superior a una demostración de habilidades. Trajo en su voz aromas de otros tiempos, cuando la sprezzatura, lejos de confundirse con indolencia, era una cualidad apreciada por el público y raramente alcanza por el cantante. Imponentes fueron, cómo no, las poderosas notas agudas de Devia, mantenidas en el tiempo a placer, tan emocionantes como los sucesivos smorzandi, con susurros que invadían la sala. Es natural de este modo sentir cierta extrañeza o contrariedad al saber que abandona la ópera -en Palermo, en 2019- cuando no se adivina ningún achaque en su voz, más bien todo lo contrario.

Es comprensible que su carisma arrastrara la batuta de Andriy Yurkevych, un buen conocedor de la partitura y rendido admirador de la voz de la gran Devia. El coro y la orquesta ejercieron de digno soporte a tan exigente elenco. Una vez más el trabajo de los directores y los músicos arroparon con seguridad y discreción el trabajo del conjunto. Y después de las largas ovaciones finales recordamos que todo esto se sostiene en un escuálido presupuesto, lo que aún maravilla más. Seguirá la temporada lírica coruñesa hasta finales de año en merecido homenaje a la soprano gallega Ángeles Gulín, obstinada defensora del belcanto y luchadora inolvidable.