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Como un torrente

 

Como un torrente; como un auténtico torbellino. Sin especulaciones ni programáticas ni interpretativas. Así compareció la violinista Anne-Sophie Mutter por el Palau de la Música. En unas semanas durante las cuales han pasado por Barcelona algunas de las violinistas más destacadas del momento, como Viktoria Mullova o Isabelle Faust, la intérprete alemana pareció querer imponer su jerarquía y ofreció un recital pleno de talento y calidad.  De una intensidad tal que pasó como una exhalación, como una supernova, para delirio de un público que llenó a rebosar la sala modernista.

Acompañada por su habitual colaborador, Lambert Orkis, al piano y con la participación puntual del contrabajista Roman Patkoló, Mutter planteó un programa extraordinario por modélico, de estructura circular, donde todo tenía sentido, : empezó con Brahms, siguió Krystoff Pendercki para desembocar en la Partita núm. 2, de Johan Sebastian Bach, que culminó una primera parte de escándalo. En la segunda retomó a Penderecki y la culminó con las Danzas húngaras (1, 6 y 7), de Brahms, cerrando así un programa minuciosamente pensado y brillantemente ejecutado.

La seguridad y determinación con la que Mutter arrancó su recital fue impresionante, dejando claro que iba por faena. Atacó el Scherzo de Brahms de la Sonata FAE - ese experimento dedicado al violinista Joseph Joachim en el que colaboraron Albert Dietrich, Robert Schumann y el compositor de Hamburgo - exhibiendo ya una calidad de arco y una variedad de colores insultante, acompañada a la perfección por un Lambert Orkis que parece el partenaire ideal de la violinista. Nunca en pos de protagonismo pero siempre aportando exactamente lo que necesita la intérprete, en un ejercicio de equilibrio que sólo se encuentra en parejas míticas como la de un Fischer-Dieskau con Gerald Moore.

Una obra corta y reciente de Penderecki, el Duo Concertante para violín y contrabajo, permitió exhibirse al bajista Roman Patkoló, que fue precisamente quien estrenó la obra junto a Mutter. Brillantemente servida, fue el instrumento perfecto para conducirnos hasta el epicentro del programa, la Partita núm. 2 de Bach y su monumental Chacona final. Se puede discutir la lectura de Mutter de esta obra desde un punto de vista estilístico, pues la plantea sin contemplaciones con una cierta pátina romantizante y una concepción muy personal, pero qué derroche de talento, qué intensidad expresiva, qué capacidad de exponer la polifonía intrínseca de la obra, con una lógica aplastante, así como la compleja estructura de la Chacona final. Un final de primera parte que dejó al respetable sin aliento.

Si su lectura de Bach va a gustos, la interpretación de la Sonata para violín y piano, núm. 2, de Penderecki no permite discusión. Fue una versión referencial de una obra espectacular, de una belleza subyugante. Una vez más, la estructura circular de la obra fue expuesta con claridad meridiana, emergiendo el movimiento central (Nocturno) como pivote expresivo. En este tercer movimiento, el sonido del maravilloso instrumento de  Mutter fue de una intimidad estremecedora, creando momentos de ensueño, balanceándose sobre el piano de un Orkis absolutamente implicado y sobresaliente por ritmo y color.

Tras esta descarga eléctrica llegó el momento de relajarse y dejarse llevar con unas Danzas Húngaras pletóricas, idiomáticas, brillantes pero siempre manteniendo un rigor que la gran violinista parece incapaz de abandonar. Una Romanza de Thaikovsky y el arreglo de Sascha Heifetz de una rumba jamaicana cerraron el recital de una de las grandes, indiscutible mito del violín de nuestro tiempo.