Adriana Lecouvreur Maestranza18 Arteta 

Un director, una orquesta 

Sevilla. 2/06/2018. Teatro de la Maestranza. Cilea. Adriana Lecouvreur. Ainhoa Arteta (Adriana), Teodor Ilincai (Maurizio),Ksenia Dudnikova (Princesa de Bouillon), Luis Cansino (Michonnet), David Lagares (Príncipe de Buillon) Josep Fadó (Abate de Chazeuil).  Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Lorenzo Mariani. Dirección Musical: Pedro Halffter.

No tengo información de la relación que existe en estos momentos entre Pedro Halffter y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROS). He oído que en otros tiempos no fue buena. En los años que llevo oyendo a este tándem en distintas producciones del Maestranza siempre ha habido una fluida comunicación entre dirección y orquesta, y con resultados, casi siempre, extraordinarios. Pero creo que lo que se oyó en el foso en la última representación de la ópera de Francesco Cilea “Adriana Lecouvreur”, que cerraba esta temporada del Teatro de la Maestranza ha sido excepcional. Halffter, al que debemos en este teatro haber oído títulos poco frecuentes y fundamentales del repertorio menos trillado, especialmente del siglo XX, es conocido por su buena mano dirigiendo ese puñado de óperas italianas que cabalgan entre los siglos XIX y XX y que responde al controvertido calificativo de “verismo”. Y es verdad que su batuta se ajusta a la perfección a esa mezcla explosiva entre pasión arrebatadora y lirismo que son la base de la mayoría de estas partituras. Adriana Lecouvreur es un arquetípico ejemplo de este movimiento, con momentos de un tremendismo absoluto unidos a melodías de una gran belleza. Halffter supo en cada momento darnos la dosis perfecta de ambas tendencias. Sin prisas, dominando siempre adecuadamente los tiempos, creando esa atmósfera donde la tragedia se vive rodeada de melodías neoclasicistas, que parecen anticipar la Sinfonía Clásica de Prokofiev. Siempre atendiendo a los cantantes para que el volumen de la orquesta no los tapara, lució sus mejores armas en los momentos únicamente instrumentales de la obra, como toda la escena del ballet del tercer acto y, sobre todo, en el preludio que abre el cuarto, donde estuvo sublime. Pero un director no puede conseguir todo esto si no tiene a sus órdenes una orquesta de nivel. La ROS demostró, una vez más, ser una de las mejores formaciones que ocupan un foso en España. La calidad de sus solistas es impecable (mi admiración profunda por el trabajo del primer violín) y nos ofrecieron una imagen compacta, bien empastada y de una claridad sonora exquisita, sobre todo una sección de cuerda que estuvo a un excepcional. 

Para este cronista el foso fue lo mejor de una representación donde el aspecto vocal también rayó a mucha altura. No voy aquí a repasar las virtudes de una artista de la excelente calidad de Ainhoa Arteta. Volvió a demostrar que el papel de Adriana no tiene secretos para ella y que, como hace siempre, su entrega es total. Destacar sobre todo su trabajo en los últimos actos, donde se le vió más suelta tanto como actriz como cantante. Aunque ya en su aria de presentación se pudo apreciar esas cualidades que la hacen tan grande (excelente proyección, esos reguladores precisos, la facilidad en toda la tesitura) y estuvo espectacular en el monólogo de Fedra, fue en “Poveri fiori”, donde vimos cualidades de la tolosarra en todo su esplendor: esos pianissimi extraordinarios que dan paso a agudos de gran calidad hasta finalizar con un mesa di voce al alcance sólo de las más grandes. También destacó en el último dúo con Maurizio, otro de los grandes momentos vocales de la noche. Muy bien también en el difícil papel de Maurizio, conde de Sajonia, enamorado de Adriana, el tenor rumano Teodor Ilincai. Ante los retos que supone su parte supo responder con una voz de suficiente volumen, que subía fácilmente al agudo, y se movía sin dificultad en toda la zona alta y central, siendo más endeble en las notas más graves. Resolvió bien todas sus intervenciones pero, como ya se comentó más arriba, su mejor momento fue el dúo final con Adriana. Como actor no estuvo tan resolutivo y le faltó ese arrojo y emoción que se espera de un personaje como el suyo. 

Estupendas sensaciones las que dejó Ksenia Dudnikova como Princesa de Bouillon, rival de Adriana. Acostumbrado a ver en este papel a cantantes de más edad, con gran carga actoral, pero ya no en la cumbre de sus prestaciones vocales, la frescura de Dudnikova me sorprendió favorablemente. Y es que la mezzo uzbeka, que ya ha cantado el papel en el Covent Garden londinense, muestra una seguridad apabullante en toda la tesitura, con un agudo templado y un grave que nos recuerda a las más grandes que han cantado este rol. Su voz tiene un bello timbre y su volumen y proyección son impecables. Fenomenal en esa perita en dulce que es para una mezzo “Acerba voluttà”. Su enfoque del personaje abandonó lo más trillado (la arrebatada celosa) por una imagen más fría y distante, muy efectiva. Hay que destacar el Michonnet de Luis Cansino, que arrancó la primera ovación de la noche con su sentida y estupendamente cantada aria “Ecco il monólogo”. Muy bien también en el resto de sus intervenciones del último acto. Josep Fadó destacó como Abate de Chazeuil con buenas prestaciones vocales y desparpajo en escena, aspecto en el que estuvo más envarado David Lagares como Príncipe de Bouillon, aunque cantó sin dificultad su parte. Muy bien también el resto de los comprimarios: Pablo López, Manuel de Diego, Nuria García-Arrés y Marifé Nogales, adecuándose a esas alegres y bromistas melodías que creó para ellos Cilea. Demostró su habitual solvencia el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza y estuvo bien ejecutado el ballet del tercer acto, coreografiado por Michele Merola, que contó con bailarines de muy apreciable nivel.

La producción, procedente del Teatro San Carlo de Nápoles, y que firma Lorenzo Mariani, no se sale de lo más trillado y ni quita ni pone nada a destacar en la historia, a la que se ciñe histórica y argumentalmente sin buscarse complicaciones, pero tampoco sin ninguna idea destacable o brillante. Quizá señalar que la escenografía (firmada por Nicola Rubertelli) es igual para el palacio de los Bouillon que para la casa de Adriana, lo que indica que el esfuerzo de concepción teatral no ha sido mucho. Adecuado tanto el vestuario de Giusi Giustino como la iluminación de Claudio Schmid.