Verdi Requiem Euskadikorkestra 

Demasiadas hipotecas

18/06/2018. Teatro Principal, de Vitoria-Gasteiz. Giuseppe Verdi: Messa da Requiem. Amanda Pabyan (soprano), Susanne Resmark (mezzosoprano), Aquiles Machado (tenor), Rafal Siwek (bajo), Orfeón Donostiarra (dirección: J. A. Sainz Alfaro) y Orquesta Sinfónica de Euskadi. Dirección musical: Robert Treviño.

La primera temporada de la titularidad de Robert Treviño, muy recientemente renovado para suerte de los abonados del grupo orquestal, ha tenido momentos de gran interés. Y plantear el final de la misma con la Messa da Requiem, de Giuseppe Verdi, contando con las voces del Orfeón Donostiarra parecía llevarnos indefectiblemente al éxito. De hecho, antes del concierto se respiraba cierta sensación colectiva de entusiasmo en previsión de que la velada podía ser de muy alto nivel.

Pues bien, al Orfeón Donostiarra apenas se le puede reprochar nada. Cierto es que cantar en el vitoriano Teatro Principal tiene sus inconvenientes (por ejemplo, que los componentes del coro apenas tengan sitio físico para cantar con cierta comodidad) y así, las setenta y pico voces (estoy seguro que en los conciertos del resto de las capitales vascas hay más voces) no llegaron a nuestros oídos con la brillantez y sonoridad de otras veces pero todo esto no condiciona un resultado notable.

Lo que ocurre es que los vascos estamos muy mal acostumbrados y ello se nota. De todas formas queda para el recuerdo personal de quien escribe esta crónica las profundas por matizadas primeras palabras de la misa, casi inaudibles mientras parte del público aun debatía si era el momento de permanecer en silencio. La famosa y dramática escena Dies Irae perdió cierta carga “teatral” sin menoscabo de la seguridad que transmite esta formación. Así pues, buena nota para el Orfeón. Otra cuestión es si no es hora de que las instituciones organizadoras le pidan al grupo otras obras con las que mostrar su mucha sapiencia, lo que algunos firmaríamos sin dudar.

Ya queda dicho que la temporada de Robert Treviño ha sido espectacular. De hecho, el abonado vasco se frota las manos pensando que durante los próximos años y dando por hecha una evolución en positivo de la relación entre maestro y músicos y de todos estos con el público vamos a poder disfrutar de un director musical de gran nivel. En este concierto la labor de Treviño fue especialmente apreciable en las escenas finales, especialmente un Sanctus modélico, un Agnus Dei bien estructurado y un Libera me matizado de forma notable. La Orquesta Sinfónica de Euskadi supo responder a las altas exigencias del maestro titular así que solo cabe aplaudir la labor realizada.

En resumen, un grupo coral soberbio, una orquesta exigida siendo capaz de responder adecuadamente y… un problema: un cuarteto solista que desdibujó la velada en demasía, llegando a hipotecar el resultado final, lo que fue más que obvio en el momento del reconocimiento popular.

La soprano estadounidense Amanda Pabyan señala en su currículo que ha cantado la Reina de la Noche mozartiana en el mismísimo MET y uno no sale de su asombro. Ausencia de fiato, una lectura entrecortada en exceso y una afinación más que dudosa. Sus ascensos a la zona aguda resultaban muy problemáticos y el color verdiano no estuvo presente en momento alguno. La mezzosoprano sueca Susanne Resmark tiene un centro de belleza tímbrica pero en las notas más agudas su voz se desvanece en exceso. En cualquier caso su prestación resultó más fiable que la de la soprano; eso sí, en los dúos entre ambas mujeres el resultado denotaba falta de ensamblaje y coordinación.

Por el lado masculino las cosas también tuvieron sus luces y sus sombras. Aquiles Machado ha cantado mucho por estas tierras y su voz, ello es evidente, ha perdido la frescura de antaño. Enseña un timbre metálico en exceso pero además cantó muy pendiente de la partitura y del maestro, que no perdió de vista en ningún momento, transmitiendo por ello cierta inseguridad. Su gran momento, el Ingemisco paso sin pena ni gloria. La voz del bajo polaco Rafal Siwek, sin ser la reencarnación de los grandes bajos históricos, tenía, al menos, el color y la contundencia exigibles. Su Confutatis tuvo interés.

El teatro tenía una entrada importante. La obra, el coro y la fidelidad del abonado hacían demasiado fácil la previsión de cartel de entradas agotadas. Por ello, a la salida había cierto aroma de decepción y el cuarteto vocal era el mayor destinatario de las críticas. Eso sí, fue inevitable que en medio de un piano bien exigido por Treviño en el Libera me un energúmeno decidiera llamar la atención con su móvil. Difícil elegir peor momento… sabiendo que no hay ninguno bueno.

La temporada 2017/2018 ha terminado. El próximo curso esperamos recoger aun mejor cosecha de la experiencia y mayor conocimiento de Robert Treviño de la Orquesta y su público. Que así sea.