SevenStones Aix VincentPontet 

Obsesión, impresión

Aix-en-Provence. 17/07/2018. Teatro del Jeu de Paume. Festival d’Aix. Adámek. Seven Stones. Nicolas Simeha (El coleccionista de piedras), Landy Andriamboavonjy (Su mujer), Anne-Emmanuelle Davy (Primera narradora) Shigeko Hata (Segunda narradora). Dir. de escena: Éric Oberdorff. Dir. musical: Léo Warynski.

Desde la I Guerra Mundial, más o menos, las artes plásticas rompieron definitivamente las ataduras del clasicismo que iban cediendo poco a poco desde mediados del siglo XIX, época de revoluciones, de cambios sociales y económicos que, lógicamente, se reflejó en el arte. ¿En todas las artes? No de la misma manera y a la misma velocidad. Hoy en día ferias como Arco o Basilea son acontecimientos casi masivos donde acude un público entre entendido y curioso para conocer lo que cada año los artistas plásticos ofrecen. Caminos muy diferentes y transversales que se han ampliado aún más con elementos ajenos a la tradición como el vídeo, arte que dura sólo un tiempo limitado (las instalaciones) o incluso la utilización del cuerpo humano como nuevo material en las performances. En cambio, en la música, los cambios, las nuevas ideas, se han producido, se están produciendo, de una manera mucho más lenta y, sobre todo, más minoritaria. En un mundo que aún habla de ópera contemporánea refiriéndose a obras creadas en los años 50 o 60 del siglo XX o sigue considerando “difícil” entender la música de Wozzeck o Die Soldaten, crear nuevos modos, innovar, hablar con tu propio lenguaje, se entienda o no se entienda, pero que transmita, es complicado. Los grandes teatros son más reticentes a las nuevas creaciones (si acaso suele haber algún encargo de nuevas óperas pero no con la frecuencia que debiera) y el mismo camino siguen los festivales (a no ser que estén centrados en la música contemporánea). El de Aix tiene como una de sus sellos de identidad el apoyo a la nueva creación y este año se ha plasmado en el estreno mundial de la obra del joven compositor checo Odrej Adánek, sobre textos del escritor islandés Sjón, Seven Stones (Siete piedras).

Obsesión. La obra gira, como no podría ser de otra manera, sobre el significado de la piedra y tiene como eje central y protagonista al “Coleccionista de piedras”, un hombre obsesionado con este elemento natural, en todas sus formas, utilidades y sentidos: la piedra como elemento duro, primigenio. La piedra como objeto bello, atrayente, convertido en joya. La piedra como arma, como defensa, como amiga, como refugio. La piedra como asesina si la transformas, la manipulas en el laboratorio. La piedra como música cuando sisea al lanzarla al agua, o al caer suavemente como arenilla. La piedra como ruido cuando se precipita, sonido seco y atemorizante. La piedra como parábola de nuestra vida. “Quien no haya cometido pecado…”. La piedra como obsesión de un hombre al que su juiciosa mujer quiere liberar de su obsesión, me temo que al final sin conseguirlo, porque la piedra es parte de nosotros, de los coleccionistas de piedras.

Impresión. Esta no puede ser una crónica al uso. No tiene planteamiento, nudo y desenlace. Esta crónica es un relato de una impresión del que escribe. El resumen de un cúmulo de sensaciones que va desde la curiosidad al asombro, pasando por la admiración. Increible el trabajo de todo el equipo que pone en pie esta ópera. Es una labor medida hasta el último detalle, llena de elementos que, para mi experiencia, la hacen única. En primer lugar el tratamiento de la voz (la ópera se define como “a capella” aunque hay instrumentación y no poca). El vocalismo es estrujado, retorcido, expandido y utilizado de mil maneras para crear música, siempre bella música: el siseo de la piedra al volar, los golpes al caer, la declamación del texto. Un conjunto en el que es difícil destacar ningún componente porque si increibles estuvieron los protagonistas (Nicolas Simeha como el coleccionista, Landy Andriamboavonjy como su esposa, Anne-Emmanuelle Davy y Shigeko Hata como narradoras) ¿que decir del coro accentus/axe 21, un conjunto vocal -y también instrumental- de un nivel apabullante, creando todo el entramado musical sobre el que se sustenta la obra? Admirables. Escenografía sencilla, esencial, milimetrada, un ballet a veces el movimiento de los cantantes en escena. Gran trabajo de Éric Oberdorff. Y la música (estupenda dirección de Léo Warynski) de Adámek. Fusión. Choque. No, encuentro de culturas: el Oriente de Japón y Corea, el Sur de Buenos Aires y su tango, el frío Norte de Islandia, el trópico de Madagascar y un fondo de clasicismo, de conocimiento y asunción de la historia musical europea. Mezcla unas veces más acertada que otras para mi paladar, pero siempre interesantes. Y, finalmente, el juego instrumental, quizá lo más sorprendente, la mayor impresión. El objeto como instrumento musical, sea creado explícitamente para producir música (antes o ahora, en la cultura europea o en otras culturas)  o forzado a crearla por la mano del hombre, por su imaginación (una piedra, un taco, una cuerda rota de un piano). Todo para crear un mundo especial, que lleva tu mente (a mi mente) al bloque de piedra de Odisea en el Espacio o un teatro tradicional de Seúl o Kyoto; de los arrabales bonaerenses a Nueva Orleans. Todo alrededor de la piedra y con una frase que repite como salmodia el coro al final de la obra y que es como una premonición, una moraleja o una advertencia: “Una piedra arrojada con ira no puede regresar a la mano …”