Orfeo Jerez JavierFergo

 

Amor

Jerez. 18/01/2019. Teatro Villamarta. Gluck: Orphée et Eurydice. José Luis Sola, Nicola Beller Carbone, Leonor Bonilla, Martín Puñal y otros. Dir. de escena: Rafael R. Villalobos. Dir. musical: Carlos Aragón.

El amor es algo sumamente dificil de explicar. A menudo no responde a razones. Es complejo verbalizarlo, escapa a los vericuetos del lenguaje y con frecuencia se codifica más bien en forma de recuerdos e imágenes. De hecho, rara vez estamos enamorados de alguien aquí y ahora; amamos más bien un recuerdo, amalgamado con vivencias y anécdotas, una composición que va mucho más allá de un presente concreto y bien delimitado. Y aunque sea cosa de dos, en ocasiones se vive en una incomoda soledad. El joven director sevillano Rafael Villalobos, a quien entrevistamos recientemente en Platea Magazine, al hilo de su debut en el Maestranza, ha puesto en pie una atrevida y original propuesta para este Orphée et Eurydice de Gluck representado en el Teatro Villamarta de Jerez, coliseo al que ya de antemano hay que agradecer su apuesta por algo más que el repertorio trillado y las producciones convencionales. 

Recuperando el argumento de la celebrada película Amor de Michael Haneke y retomando el celebérrimo adagio sartriano, "el infierno son los otros", perteneciente a su obra A puerta cerrada, Villalobos nos propone una meditación en torno a la vivencia de la viudez, a esa amarga reflexión sobre el amor que se abre precisamente con la muerte del cónyuge. El director sevillano toma el desasosiego connatural al mito de Orfeo, deshecho ante la muerte de Euridice, para proponernos un viaje a la memoria del amor, convirtiendo el descenso a los infiernos en la mirada en el espejo de dos amantes que se reconocen en sus respectivas proyecciones. Y es que Villalobos desdobla los papeles de Euridice y Amor, de tal manera que son interpretados a medias por Nicola Beller Carbone y Leonor Bonilla, madurez y juventud de un mismo personaje, en suma. De esta manera se produce el hallazgo de que la aparición en escena del personaje de Amor coincida con la rememoración misma de la joven Euridice, como un recuerdo catalizador que ayudará a Orfeo a elaborar su viudedad. La propuesta logra imágenes poderosas, invitando a una reflexión serena y honda sobre lo que significa el amor en una pareja que lo ha compartido todo, poniendo el acento en la mirada de los otros como un elemento distorsionador que precipita a menudo el infierno de la soledad. En resumen, una idea sumamente inspirada, llevada a cabo con buen gusto y que confirma el buen hacer de Villalobos, a quien a buen seguro aguardan grandes proyectos en un futuro próximo.

En el apartado vocal, el resultado fue satisfactorio. La versión para tenor de este Orphée -realmente para haute-contre, pues fue estrenada por el galo Joseph Legros en 1774-  es sumamente exigente, no solo es extensa, no dando tregua al intérprete en ningún momento, sino que está cuajada de inflexiones realmente complejas, requiriendo por igual un aliento lírico y una expresividad dramática, capacidad para completar una coloratura refinada y medios para ascender a un agudo resuelto. Considerando todo esto, la labor del tenor navarro José Luis Sola cumplió con creces, más convincente en el lirismo de aires belcantistas que en las partes de compleja elaboración técnica, adoleciendo de unas agilidades insuficientes. Exquisito, eso sí, su trabajo con el texto en francés, diseccionado con dicción nítida y gran dosis de poesía. A su lado, Leonor Bonilla exhibió una voz de emisión pulcra y limpida, bellamente timbrada y en manos de una admirable desenvoltura escénica. Si duda, una voz con un inmenso porvenir. Nicola Beller Carbone confirmó su gran talento dramático y su natural dominio de la escena, sonando algo opaca en términos vocal, con un cometido no demasiado extenso esta vez, al compartir los roles de Amor y Eurydice con la citada Leonor Bonilla.

Cumplidora labor en el foso de Carlos Aragón, al frente de una Filarmónica de Málaga que no pareció sentirse muy cómoda discurriendo por la partitura de Gluck. El director se afanó en buscar un sonido compacto y homogéneo, pero no siempre se logró el empeño, con visibles desajustes en algunas escenas de más compleja concertación. Lo mismo cabe decir del Coro del Teatro Villamarta, al que hay que aplaudir no obstante por su compromiso escénico con la producción de Villalobos.