Alondra de la Parra FelixBroede

Superar los muros

Madrid. 13/04/2019. Auditorio Nacional. Obras de Bernstein, Gershwin, Marquez y Revueltas. Orquesta y Coro Nacionales de España. Michel Camilo, piano. Dirección musical: Alondra de la Parra.

Permítanme la licencia de comenzar esta reseña saltándome alguno de los cánones de la crítica tradicional para intentar, primero, situar y, posteriormente, transmitir lo que el pasado sábado se vivió en el Auditorio Nacional de Madrid. Mientras dirigía mis pasos hacia tan querido lugar, analicé con interés el programa y, de inmediato, pensé en lo pertinente de dicha propuesta. En un mundo en el que uno habla de levantar muros y otro desempolva la historia de hace quinientos años para reivindicarse, la Orquesta Nacional de España invitaba a una directora mexicana, Alondra de la Parra, para “transportarnos de la selva neoyorquina a la selva maya” con obras de autores estadounidenses y mexicanos. Lo de la música como impulsora de afecto y respeto entre seres humanos, pueblos y culturas quizás sea un argumento muy manido, pero sinceramente pienso que ese fue el espíritu que sobrevoló en el ambiente y que los asistentes interiorizaron –y no me excluyo– para terminar absolutamente rendidos a un concierto con mayúsculas.

La calidad del conjunto sinfónico nacional es indiscutible. Los maestros de la Orquesta Nacional de España están de dulce: grandes individualidades, secciones cohesionadas, sonido empastado, exuberancia y sencillez, lirismo y dramatismo. Cualquier repertorio se adapta a las mil maravillas a sus condiciones artísticas y hay que felicitarse por ello porque redunda en beneficio de la calidad y la difusión musical en este país. Esas cualidades las captó al vuelo una brillante Alondra de la Parra, directora que, a pesar de su juventud, es toda una realidad en el circuito internacional. Desde el podio mostró carisma, calidad, una energía y sensibilidad arrolladoras, ritmo y desenfado, y, fundamentalmente, gran empatía con los músicos (y con el público), ingredientes que la llevaron a un éxito atronador, como hacía tiempo que quien les escribe no había vivido en el coliseo madrileño. Abrieron la velada, dedicada al cine y la música, las Danzas sinfónicas de West Side Story –una suite que el genial Leonard Bernstein adaptó en 1960 con modificaciones respecto al musical original–, en la que predominaron el equilibrio dinámico y rítmico del discurso como en Cool Fugue, el brillo de los metales y la percusión en un Mambo juguetón y desinhibido o el lirismo desbocado de la cuerda en Somewhere, Meeting Scene o en el emotivo Finale.

Decía el añorado Bernstein que cuando Gershwin escribió Rhapsody in Blue hizo temblar a la ciudad de New York, luego a los Estados Unidos y finalmente al mundo entero. Los aplausos y los bravo a la versión que se escuchó en manos de Michel Camilo, un auténtico mago del teclado, en cierto modo hicieron temblar los cimientos del Auditorio. Su interpretación irradió fuerza, pasión y una sinceridad desbordante que contagió con una simpatía arrolladora. El alto ritmo que impuso la dirección desde los primeros acordes no fue obstáculo para un Michel Camilo que desplegó sus excepcionales dotes técnicas con una facilidad y una determinación pasmosas: velocidad endiablada de dedos ­–que le permitió improvisar incluso en algún pasaje–, claridad en el canto de las melodías, intensidad en los pasajes de octavas y acordes, y su particular tempo, ¡tan latino…tan jazzístico! Una interpretación deliciosa, flanqueada por una orquesta muy equilibrada en la exposición de los temas y una Alondra de la Parra que se contagió de la alegría y amplitud del solista, quien definitivamente conquistó al público madrileño con una propina llena de talento y pasión.

La segunda parte se inició con el Danzón nº 2 de Arturo Márquez, una breve partitura impregnada de un intenso color latinoamericano, repleto de contrastes y sensibilidad. Tras el precioso diálogo inicial entre clarinete y oboe, la introducción de la cuerda y la percusión estuvo algo desacompasada, lo que se corrigió rápidamente para dar paso a un crescendo en la exposición de los temas principales con alternativas entre cuerda y percusión, por un lado, y viento y percusión por otro para converger en un final apoteósico, que la propia directora se limitó a acompañar con la simple mirada y, casi casi, danzando. A nivel individual destacaron las acertadas intervenciones de la pianista y el concertino en la reexposición del primer tema, las entradas de trompetas, trombones y tuba, así como el solo del flautín o piccolo. Fue el momento en que Alondra de la Parra se dirigió a la platea para agradecer el caluroso recibimiento de Madrid e introducir temáticamente la obra La noche de los mayas, del compositor Silvestre Revueltas, una obra casi desconocida para el gran público, compuesta originalmente en 1939 para la película de título homónimo. Es innegable que se trata de una partitura con tintes épicos, en ocasiones apocalípticos; la gestualidad, el misticismo, el dramatismo, la lucha entre civilizaciones, el folklore o el amor se ven claramente reflejados. Dividida en cuatro episodios, el compositor construye un puzzle musical lleno de influencias precolombinas, coloniales, mestizas… Como en el delicioso segundo movimiento, empapado del folklore autóctono, en el que rayaron a gran nivel trompas, chelos, bajos y láminas o en el andante, titulado Noche de Yucatán, donde la sección de cuerda transmitió emoción y un sonido preciso –el lirismo de la pieza consiguió aplacar el run run de las toses-. Fueron las secciones de viento –muy aplaudidas las flautas, clarinetes, trompas y trompetas- y percusión las que, desde la misma introducción hasta el final, marcaron el paso de la obra. Un final, el de Noche de encantamiento, que no dejó indiferente a nadie: las variaciones rítmicas con doce percusionistas, la explosión sonora final de un conjunto a pleno rendimiento y el talento de una directora, quien escenificó su satisfacción por el trabajo realizado acercándose a los solistas para saludarlos en persona antes de abandonar el escenario.

Foto: Felix Broede.