Ariane BarbeBleu ZakariBabel 

Cuando la pareja no existe

Toulouse. 14/04/2019. Theâtre du Capitole. Paul Dukas: Ariane et Barbe-Bleue. Sophie Koch (Ariane), Vincent Le Texier (Barbe-Bleue), Janina Baechle (Nodriza), Eva Zaïcik (Sélysette), Marie-Laure Garnier (Ygraine) y otros Dir. escénica: Stefano Poda. Dir. musical: Pascal Rophé.

No son pocas las parejas históricas que existen en la ópera: Tristán e Isolda, Orfeo y Euridice, Hansel y Gretel, Romeo y Julieta,… y así ¿hasta el infinito? Pues he aquí que esta ópera añadió a la lista una nueva por infrecuente: Ariana y Barbazul; todo bien, si no fuera porque en la misma partitura la mencionada pareja no existe. 

Por lo tanto nos quedamos sin poder añadir a los legendarios dúos de Wagner, Gluck, Humperdinck o Gounod el que podría aportar Paul Dukas. Y todo esto queda apuntado porque a pesar del título elegido por el compositor toda la ópera descansa sobre la voz y la actuación de Ariane siendo Barbe-Bleue apenas un pequeño papel de apoyo, de escasa trascendencia en el desarrollo del drama.

Y una vez dicho esto, si además destacamos que la mejor interpretación de la tarde fue la de la francesa Sophie Koch en el papel protagonista solo cabe deducir que el viaje mereció mucho la pena: una voz bien proyectada, unos agudos bien emitidos, una construcción de personaje muy adecuada y de gran credibilidad, una pronunciación notable y un resultado final reconocido por un público que entendió que, como pidió el compositor, toda la velada había recaído sobre la garganta de una mezzosoprano capaz de ofrecer una función de alta calidad.

A su altura estuvo la también mezzosoprano alemana Janina Baechle, nodriza de la esposa y segundo papel en importancia; es Baechle de interés vocal evidente aunque algo hipotecada en su actuación. Siendo ambas de la misma cuerda (queda claro que Ariane et Barbe-Bleue es ópera de mezzosopranos) su voz contrastaba con la de la protagonista, lo que es de agradecer, por su timbre más denso. 

El resto de papeles son muy secundarios y el Capitole de Toulouse no flaqueó en ninguna de sus apuestas. El veterano barítono-bajo francés Vincent Le Texier dio empaque a sus escasas frases como esposo cruel mientras que las cinco primeras esposas retenidas en las mazmorras del castillo cantaron y actuaron con solvencia. Siquiera por nombrarlas queden escritos los nombres de todas ellas, a saber, Eva Zaïcik (Sélysette), Marie-Laure Garnier (Ygraine), Andrea Soare (Mélisande), Erminie Blondel (Bellangére) y Dominique Sanda (Alladine). Finalmente, no desmerecieron las voces solistas masculinas que interpretaban pequeñas frases en el grupo coral.

Muy bien el coro, bajo la dirección de Alfonso Caiani y que cantó gran parte de la obra desde lo alto del teatro, creando una sensación de sonido amplificado interesante; brillante la orquesta bajo la batuta de Pascal Rophé, todo un descubrimiento para un servidor por haber sido capaz de servir una partitura llena de intenciones y de matices con una brillantez que coadyuvaron a construir un espectáculo más que interesante. Dejo, sin embargo, para el final un apartado tantas veces discutido y que, sin embargo, en esta ocasión fue de lo mejor: la propuesta escénica, firmada por Stefano Poda.

 

Ariane BarbeBleu Toulouse horizontal

Poda nos propone un escenario único al que se añadió, eventualmente, un laberinto en el que quedaban encerradas antiguas y actual esposas; tal escenario constaba de una pared blanca, repleta de relieves y con unas escaleras adosadas, escaleras que comunicaban entre sí cada una de las siete puertas presentes ante nuestros ojos. Los relieves mostraban cuerpos humanos entrelazados en un amasijo infinito, como si de más víctimas del caprichoso Barbazul se trataran.

La luz dominante durante la función es la blanca, resultando así una puesta en escena brillante, de las que camina contracorriente, en estos tiempos en los que destaca la voluntad de ocultar a través de la oscuridad. Esa pared repleta de relieves, escaleras y puertas es capaz de mimetizar a cada una de la esposas que, vestidas de blanco, desaparecen ante los ojos del espectador cada vez que se funden al escenario, creando un efecto óptico de gran valor. Una estética realmente brillante.

Cada una de las esposas estuvo doblada por una bailarina, poblando así el escenario de mujeres, las mismas mujeres que acaban asumiendo la crueldad del Barbazul en forma de perpetua reclusión como si de un imponderable vital se tratara. Advirtiendo a la fecha del estreno de la ópera (10 de mayo de 1907) la obra cuenta ya con una vida de ciento doce años por lo que es fácil entender el enorme cambio social que ha vivido el ser humano y, especialmente, las mujeres. Sin embargo, no deja de abrumar el presenciar el autocastigo de las primeras cinco esposas, asumiendo su encierro con resignación. Es una ópera que desde los ojos y oídos de muchos de los espectadores de hoy en día, invita a la reflexión. 

No es Ariane et Barbe-Bleue una ópera de repertorio a pesar de que hace pocos años recaló en el Gran Teatre del Liceu. Por ello, su programación es digna de aplauso, el mismo que se negó al transcurso de la función hasta el mismo momento de su final donde, ahí sí, Koch, Rophé y Poda aparecieron como triunfadores absolutos.