FrauViena19 Herlitzius Stemme

 

Viena, 1900

Viena. 02/03/06. Wiener Staatsoper. Richard Strauss: Die Frau ohne Schatten. Camilla Nylund, Nina Stemme, Evelyn Herlitzius, Stephen Gould, Wolfgang Koch, Sebastian Holececk, Benjamin Bruns y otros. Wiener Philharmoniker. Dir. de escena: Vincent Huguet. Dir. musical: Christian Thielemann. 

El Leopold Museum de Viena acoge estos días una extraordinaria muestra pictórica, en torno a la encrucijada de estilos y legados que se dieron cita en la capital vienesa, hacia 1900. Con Gustav Klimt (1862–1918), Koloman Moser (1868–1918(, Richard Gerstl (1883–1908) y Oskar Kokoschka (1886–1980) como grandes referentes, la exposición repasa el climax de esa época, coincidiendo con el cambio de siglo, que hizo de Viena una de las capitales con mayor concentración de genios creadores por metro cuadrado, tanto en las artes plásticas como en la música y la literatura. El archiconocido cuadro de Gustav Klimt, El beso, elaborado entre 1907 y 1908, hoy expuesto en el Belvedere vienés, representa de algún modo el epítome de toda esa época que tiene también en la lírica su traslación, quizá su eco más acabado y perfecto, con La mujer sin sombra de Richard Strauss, una obra sumamente compleja, con un libreto de Hugo von Hofmannsthal cuajado de alegorías y elaborados simbolismos.

La Wiener Staatsoper celebra este año su 150 aniversario y para la ocasión nada mejor que una nueva producción de esta partitura, tan emblemática en la historia del teatro. De hecho, el reparto de ensueño reunido esta vez, encabezado por tres sopranos de órdago, recordaba a los tiempos dorados de la Wiener Staatsoper: Nina Stemme, Evelyn Herlitzius, Camilla Nylund, Stephen Gould y Wolfgang Koch para el quinteto principal. Camilla Nylund volvió a demostrar, como hace un par de temporadas en Berlín junto a Zubin Mehta, que es una opción ideal para la parte de la Emperatriz, con una voz de caudal amplio e ímpetu dramático, pero de coloración lírica, capaz todavía de sutilezas, si bien algo menos brillante ya su instrumento que años atrás. Impecable Emperatriz, en cualquier caso, bordó su extenso monólogo del tercer acto. Debutaba como Tintorera la gran Nina Stemme, que parece estar viviendo una segunda juventud, a tenor de la insultante presencia de su instrumento en el teatro. ¡Qué bárbara! Qué manera tan insolente de resolver la partitura, con sonidos que campaneaban por la sala como en sus mejores días, como Brünnhilde de referencia. Por no hablar de su presencia sobre las tablas, de un magnetismo que hacía saltar chispas en sus encuentros con Evelyn Herlitzius. Ésta, verdadero animal escénico, borda la parte de la Nodriza, con un carácter fiero e idéntica insolencia vocal a la demostrada por Stemme. Sin duda, toda una suerte haber podido contar, de alguna manera, con dos Elektras y dos Brünnhildas, Stemme y Herlitzius, para este singular tándem de la Tintorera y la Nodriza. Junto con la mencionada Nylund, un tridente imbatible de voces femeninas al frente de esta Frau.

 

FrauViena19 Herlitzius Nylund

 

Los dos protagonistas masculinos no se quedaron atrás, ni mucho menos. Stephen Gould recordó con su Emperador a otros grandes intérpretes del pasado en esta parte, como James King. Voz enorme, sonora, de impetuoso atrevimiento en el agudo y con un fraseo de gran solemnidad. Sobresaliente, en fin, Gould en su esperada escena del segundo acto. Lo mismo que el humanísimo Barak de Wolfgang Koch, a quien ya habíamos podido escuchar esta parte en Múnich con Kirill Petrenko. Qué manera de cantar tan noble, qué vulnerabilidad en cada frase (escalofriante el "Mir anvertraut"). Del extenso reparto restante cabe poner en valor la imponente labor de Sebastian Holececk como Mensajero de Keikobad, con una voz rotunda y firme. También sonó atinado y lírico Benjamin Bruns prestando su voz a la aparición de un joven hermoso.

FrauViena19 Herlitzius

 

En el foso, la frente de una exultante Filarmónica de Viena, encontramos al Christian Thielemann de sus mejores días. Verdaderamente inspirado, el maestro berlinés estuvo -esta vez sí- a la altura de las circunstancias. Refinamiento y grandiosidad, la función dejó momentos para el recuerdo, como el monumental descenso de la Emperatriz y su Nodriza a la casa de Barak o la escalofriante aparición de Keikobad, en el último acto. Los Wiener Philharmoniker son, sin la menor duda, la orquesta ideal para esta partitura. Ese brillo irisado de sus cuerdas y metales, ese sonido refinado hasta el extremo, logra aquí transportar al oyente a otro mundo, sin duda a otra época. No en vano, los Wiener han interpretado esta partitura con los más grandes, desde Böhm a Solti pasando por Krauss, Karajan o Sinopoli. La representación fue, en cualquier caso, de menos a más. Thielemann elevó el listón claramente tras el primer acto, logrando en el tercero, y también en el segundo, una lectura verdaderamente memorable de esta obra. Deslumbrante en colores, en refinamiento y esplendor, hubo en la velada instantes bellísimos y emocionantes, sin duda mucho más que vana grandiosidad. 

Sumamente decepcionante la producción firmada por Vincent Huguet, quien no logra ir más allá de una suerte de pseudo-Chéreau, reduciendo el legado del gran maestro francés, del que fue asistente, a una estética pobretona y ridícula -verdaderamente vulgar el acabado de escenografía y vestuario, impropio de una celebración como este 150 aniversario de la Staatsoper-. Huguet es incapaz de hacer algo con el simbólico libreto de Die Frau ohne Schatten, cuyo discurso alegórico se le escapa entre las manos, concentrado únicamente en una recreación literal que se antoja verdaderamente tediosa. El legado de Chéreau, al que parece rendir homenaje, no se puede reducir a una caricatura tan banal y superficial. Evidente patinazo, pues, el de la Staatsoper con esta producción, que no está a la altura de la propuesta anterior de Robert Carsen a la que sustituye. ¿Para cuándo en Viena una produción de Die Frau ohne Schatten que entronque precisamente con la estética de Klimt y todo su simbolismo, con esa Viena fin-de-siècle?

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