HelgaSchmidt

Inocencia y fortaleza

Hacía tiempo que la desaparición de una persona no me dejaba tan tocado, sin tratarse de alguien de mi entorno familiar, siquiera un amigo. Pero es que Helga Schmidt se hacía querer, a pesar de esa imagen de mujer férrea e inflexible que muchos quisieron trasladar de ella. Seguramente Doña Helga se equivocó en muchas ocasiones y se ganó esa imagen a pulso, con un carácter a veces agrio y extremo. Pero lo cierto es que quienes tuvimos la fortuna de contar con su confianza y su cariño en algún momento sabíamos que era alguien con un alma sensible, con un gran sentido del humor y con una capacidad de trabajo extraordinaria. 

Tuve ocasión de ganarme su confianza a resultas de una entrevista que me concedió en 2015, al poco de su abrupta salida del Palau de Les Arts. “Nunca imaginé terminar así, ultrajada y triste”, me confesó entonces. No había sido fácil lograr esa entrevista, bien lo sabe Javier González, ese infatigable profesional del departamento de prensa de Les Arts que batalló a mi lado durante semanas hasta conseguir que Doña Helga accediera a charlar conmigo. Yo tenía mucha curiosidad por conversar con ella, pero también tenía mis lógicos reparos, ante esa imagen adusta y fiera que muchos proyectaban de ella. Nos vimos, cómo no, en el Hotel Las Arenas de Valencia. Casi cuatro largas horas de conversación, cuya grabación conservo como oro en paño. Descubrí a una mujer admirable, de un tesón increíble, una verdadera jabata en mitad de un mundo de hombres, capaz de imponerse ante un Kleiber, un Maazel o un Mehta, a quienes sabía tratar y seducir como nadie. ¿Quién si no ella habría sido capaz de reclutar a estos dos últimos para poner en marcha el Palau de Les Arts en Valencia?

Doña Helga fue una fuerza de la naturaleza. Vivió y bebió la música desde su más tierna infancia, junto a su padre. Era emocionante verle recordar de viva voz sus primeras veladas en el Festival de Salzburgo, escuchando a Mozart y Beethoven en manos de Furtwängler. Más allá de su presencia en España, como artífice del Palau de Les Arts Reina Sofía, su trayectoria como gestora y responsable artística había sido imponente. Primero como asistente de Herbert von Karajan en la Staatsoper de Viena. Palabras mayores. Y más tarde como responsable de producción y casting en la Royal Opera House de Londres, en los días de Colin Davis como maestro titular, propiciando el debut allí de toda una generación de artistas, desde Caballé a Carreras pasando por Zubin Mehta. Todavía ahora, apartada de su posición como intendente en Les Arts, le habían llegado atractivas propuestas para ocuparse de varios proyectos líricos en Asia.

Como apunté al principio, Doña Helga era una mujer fuerte, a veces incluso demasiado fuerte, hasta un punto en el que podía dar la impresión de ser alguien impasible. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que vivió un absoluto via crucis con su abrupta salida de Les Arts, un teatro que estará eternamente ligado a su figura y donde algún espacio debería honrar su memoria, tarde o temprano. Tengo para mí, y quizá sea osado apuntarlo en estas líneas, pero me lo pide el corazón, que Helga era inocente y jamás se llevó un solo céntimo de las arcas públicas. A lo sumo pudo ser torpe, firmando algún papel que no debiera haber firmado, no siempre bien aconsejada. Pero no era una mujer corrupta y, aunque tarde ya, es el momento de que quienes tenemos esa certeza hablemos alto y claro, para honrar su nombre y su memoria, que no puede quedar manchada por un final tan triste y deshonroso. 

Debo también decir que Helga Schmidt nos ayudó en los primeros y complicados días en que tuvimos que levantar Platea Magazine de la nada, casi de un día para otro. No en vano nuestra primera portada en la edición impresa fue el gran Zubin Mehta, quien accedió a que yo le entrevistase en Florencia precisamente por intervención directa de Doña Helga, quien medió de muy buen grado para ello. Quisimos corresponderla después ofreciéndole un espacio donde ella pudiera explicarse, donde poner en valor su gran trabajo en Les Arts, y es así como su firma protagonizó la primera entrega de nuestra carta abierta, en la edición impresa de Platea Magazine. 

Sacudido aun por la noticia de su desaparición, que me cuesta asumir, he pasado esta tarde unos largos y emocionantes minutos revisando nuestros intercambios de mensajes en WhatsApp y recordando con ello nuestras periódicas llamadas. No sé muy bien por qué Helga decidió tratarme con cariño y ofrecerme su confianza. Quizá vio en mis ojos la misma loca fascinación por la música que ella había sentido en Salzburgo, siendo una niña. O quizá simplemente percibió que yo creía en ella, en su inocencia y en su admirable trayectoria profesional, sin mácula alguna a sus espaldas. Estoy agradecido, me siento afortunado de haber podido tratar con ella siquiera en los últimos años de su vida y en el final ya de su carrera profesional. Conocí a una persona irrepetible, cuya ausencia se va a sentir mucho en un mundo, el de la gestión musical, cada vez más vendido a criterios que nada tienen que ver con el talento y la excelencia.

Ojalá Doña Helga encuentre ahora esa paz y ese reposo tan ansiados. Se lo merece. En nuestras conversaciones telefónicas me hablaba de sus flores en su casa de Florencia, del canto de los pájaros que escuchaba cada día, de la armonía que encontraba en las pequeñas cosas, ahora que se sentía desterrada de un mundo al que ella lo había dado todo y que sin embargo le pagaba con semejante ingratitud. Me envió algunas fotos del anaranjado ocaso que podía contemplar desde su terraza. Apenado y triste, porque la echaré de menos, me gustaría recordarla así, con esa sonrisa cómplice que se dibujaba en su rostro cuando recordaba una de tantas anécdotas de su largo periplo profesional. 

Gracias, Doña Helga. Ojalá sepamos ahora poner en valor su honor, su dignidad y su talento.