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Digresión en positivo tras una ilusión frustrada

08/11/2019. Donostia. Teatro Victoria Eugenia. Pergolesi: La serva padrona. Ana Sagastizabal (soprano, Serpina), Carlos Lozano (bajo-barítono, Uberto), Carlos Crooke (actor, Vespone). Camerata Oiasso Orkestra. Dirección de escena: Pablo Ramos. Dirección musical: Francisco J. Ríos-López.

No seré yo quien ponga en duda la ilusión de Opus Lírica por asentar una temporada de ópera en Donostia. Desde aquel primer intento con aquel L’elisir d’amore en abril de 2014 en un desangelado Kursaal he podido presenciar todos los títulos programados en estos cinco años y resulta descorazonador ver como mientras algunas personas pierden hasta las cejas en el empeño, la sociedad melómana donostiarra y/o guipuzcoana parece dar la espalda al proyecto.

En el camino ha habido éxitos indiscutibles, caso de La traviata y Carmen; pero prácticamente desde el principio ha habido por parte del público una especie de “selección natural” entre los títulos previstos, de suerte y manera que aquellos que han sido programados en el Kursaal –auditorio moderno con “democrática” disposición de los asientos-, con las excepciones ya mencionadas, han tenido cierto o importante éxito mientras que los títulos que han caminado por el Victoria Eugenia –teatro de herradura a la antigua y con un número sustancialmente menor de butacas con visibilidad aceptable- han transitado entre el desinterés del público, caso del Orfeo ed Euridice.

En la mencionada “selección natural” pareciera que el aficionado a la ópera elige su asistencia en virtud del recinto en la que se programa, como si el Kursaal fuera la sede de un acontecimiento importante mientras el Victoria Eugenia lo fuera del que pudiera ser considerado de segunda categoría. Error inmenso pues Opus Lírica ha navegado por el repertorio más trillado, siendo todos los títulos ofrecidos títulos “fáciles”, de esos que el público puede admitir sin dificultad alguna.

Quizás ha llegado el tiempo de no engañarse: el público melómano operístico guipuzcoano es escaso y encuentra en sus citas actuales alimento suficiente para sentirse saciado: la/s ópera/s de la Quincena Musical donostiarra, la asistencia de unos ¿trescientos? abonados de la capital a la temporada de la ABAO bilbaína y paremos de contar. Esporádicamente y ante títulos muy concretos como los arriba mencionados se atrae a un público diverso pero todo parece indicar que hay poco compromiso para poder asentar una temporada operística en la capital guipuzcoana por pequeña que ésta sea.

En el caminar de Opus Lírica se tomó recientemente una decisión cual es la de apostar por la ópera de cámara para la programación del Victoria Eugenia, lo que conlleva un recorte evidente en el presupuesto económico pero también un riesgo claro; y es que la mayor parte de las óperas de cámara tienen escaso tirón popular. Observemos qué ha pasado con La serva padrona, la ópera que ocupa esta reseña. 

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Cualquier persona con un mínimo conocimiento teórico musical sabe de la importancia de este intermezzo en la historia de la música, hasta el punto de ser considerada una de las piezas líricas clave para entender la transición del barroco al clasicismo. Por otro lado, su duración, que ronda los tres cuartos de hora, puede utilizarse como aliciente para aquellos que desde el desconocimiento consideran a la ópera un espectáculo largo, cansino o demasiado exigente en “lo intelectual”. Y, sin embargo, este viernes, mientras fuera llovía como si no hubiera a haber un mañana y sin haber tenido oportunidad de escuchar una ópera en Donostia desde el pasado agosto, apenas nos juntamos un cuarto del teatro (¿soy demasiado optimista?) ofreciendo el patio de butacas un aspecto desolador.

Por lo tanto, ni la breve duración, ni la trascendencia musical de la obra elegida, ni la infrecuencia de la programación de la ópera en Donostia, ni siquiera el precio de las entradas –la más cara costaba 35 euros- han sido considerados por los melómanos guipuzcoanos como aliciente suficiente para ir al teatro. Por ello, insisto: quizás ha llegado el momento de no engañarse más. El donostiarra quiere ir a Carmen, a La traviata o a Rigoletto, no a la ópera. Quiere ir a la Quincena Musical, como periodo admitido como compromiso anual con la música pero fuera de ella…

Este mismo Victoria Eugenia suele llenarse en dos funciones con las trilladas zarzuelas de siempre y si las fuerzas existentes en torno a la lírica de la capital y de la provincia se juntaran en una temporada zarzuelística de carácter anual, con abonos, con perspectiva de futuro y con cantantes de primer nivel quizás podríamos redondear la oferta lírica vasca. Últimas noticias parecen indicar que se están dando pasos en este sentido pero todo lo que sea unificar esfuerzos, bienvenido habría de ser. Y si ya fuéramos capaces de unir fuerzas con otras ciudades cercanas, caso de Irun, miel sobre hojuelas.

Entrando en la función que motiva este artículo he de decir que me pareció, en general, una función bastante limitada, con algún elemento positivo. Lo mejor, con diferencia, la voz de la joven Ana Sagastizabal, una soprano de limpia emisión, con volumen adecuado y estilísticamente acertada, una cantante a la que me gustaría tener la oportunidad de volver a escuchar. Su alter ego, el patrón calzonazos, se concretó en la voz de Carlos Lozano, que si bien actoralmente estuvo acertado vocalmente mostró poco más que buenas intenciones. Estilísticamente alejado de la escuela barroca, de emisión dura y con graves escasos sus prestaciones me parecieron insuficientes. Carlos Crooke fue un Vespone de chistes bastante previsibles; y los que no lo eran fueron de gusto sospechoso, como el de hacer beber la orina de Uberto a una de las criadas.

La puesta en escena era de Pablo Ramos; por ello la disposición general de la obra me recordaba tanto a la vista en marzo de este mismo año en el Gayarre pamplonica; por ello me remito a las consideraciones apuntadas en su momento, es decir, siendo como es esta ópera una obra pequeña e íntima, demasiados figurantes para aportar bien poco.

El joven Francisco J. Ríos-López trató de encontrar sonido en una plantilla orquestal reducida al mínimo. Un tempo adecuado para trasladar un sonido no demasiado brillante. El público reaccionó con relativa frialdad. Fuera llovía con fuerza y el día era muy oscuro. Intuyo que no sólo la ciudad estaba necesitada de un poco de luz.