Vladimir Ashkenazy KeithSaunders 

Bocetos de luz

Barcelona. 16/11/2019. Auditori. Prokofiev: Valses Pushkin y Concierto para violín y orquesta nº 2. Ravel: Pavana para una infanta difunta. Debussy: La mer. Boris Belkin, violín. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Vladimir Ashkenazy, director musical. 

En Barcelona puede pasar perfectamente que no se haya interpretado jamás una obra estrenada hace medio siglo, pero oigamos en una semana la misma obra dos, tres o más veces. Tal es el caso de este segundo Concierto para violín de Prokofiev, que se pudo escuchar en el Palau la semana pasada, y que junto a La mer era una de las dos piedras de toque del último programa de la OBC. 

Tal vez Vladimir Ashkenazy ya no sea ese intérprete, como director y pianista, de hace cuatro décadas, con alto vuelo poético y enorme capacidad para revelar sutilidades ocultas en las partituras. Ahí están sus grabaciones para demostrarlo, de absoluta referencia en casos como Rachmaninov, Sibelius o hasta Scriabin. Sin embargo, se mantiene su sentido estético y carisma, y a veces eso es suficiente para ofrecer momentos de gran belleza. La nefasta colocación de su atril a dos metros del suelo, lo que le impedía alcanzar a pasar las páginas desde la tarima hasta que un primer violín acudió a alargarlo, fue el instante anecdótico que despertó risas y aplausos, y sintomático de la sintonía de una autoridad musical con el público, y aparentemente con la orquesta. Interesante fue la disposición de las obras, con dos piezas breves que funcionaban a modo de amable pórtico a otras de mayor enjundia, con resultados desiguales. Para empezar, los dos Valses Pushkin, una celebración para el aniversario del escritor predilecto de Prokofiev y al que lo ligaba una sintonía estética, fueron recreados con musicalidad, carácter, y esa ligereza graciosa tan necesaria para trascender su escritura sencilla pero de oficio en materia de orquestación. 

Precisamente ese carácter fue el que faltó en la obra que cerraba la primera parte. Como decíamos hace unos días, el segundo Concierto para violín de Prokofiev es un ejercicio poliédrico y sorprendente de virtuosismo, con no pocos retos también para la orquesta. Y es que lógicamente se puede entender de muchas maneras, pero no renunciar a la hermenéutica. Todo estuvo colocado en su sitio, pero se hizo a través de una lectura algo plana y sin carácter, que en el Andante assai mostró algunas dificultades en la concertación con el solista. Un mayor equilibro en las dinámicas hubiera logrado un mejor resultado en el último movimiento, leído con excesiva premura. Si algo cabe destacar fue la prestancia y agilidad de la cuerda grave, en particular de contrabajos a lo largo de toda la tarde, donde destacó una colaboración de lujo; la de una implicadísima Uxía Martínez. En el apartado solista, suena a verdad de perogrullo recordar que Boris Belkin es un espléndido violinista, preciso y dotado de un lirismo tan sincero como envolvente, desplegado a raudales en el segundo movimiento, aunque arrancara más moderato que allegro y mostrara un sonido algo opaco y falto de proyección. Más riesgos asumió en la última sección de la obra, donde mostró brillantez pese a algún tropiezo puntual.

Tras la pausa, nos esperaba una Pavana para una infanta difunta algo descuidada y con problemas de afinación en el delicado inicio, que se corrigieron después para dar paso a una lectura de fraseo sensual en vientos y buenas prestaciones en una cuerda compacta, y cada vez más cerca del refinamiento que demanda. Así se llegaba a La mer, una de esas páginas que anuncia el último período de Debussy de forma antológica. Y es que la modernidad de estos esquisses (bocetos) radica no tanto en el material utilizado como en la organización del mismo; por eso, la planificación dramática es clave en esta partitura y el director ruso lo hizo sacando pinceles finos en el primero de ellos. Más analítico que orgánico, Ashkenazy se esmeró en trasladar una concepción casi fenomenológica del sonido, con una rica gama tímbrica analizada con pulcritud. Aquí las maderas mostraron un virtuosismo y nobleza de sonido magníficos. La visión de conjunto de la batuta fue ganando peso, hasta ofrecer una lectura luminosa y extrovertida en los dos bocetos siguientes. Bien dibujada la sinuosidad del Jeux des vagues y opulencia sonora, a la que se añadió todo lo incisivo y la tensión dramática que había faltado en la primera parte. Batuta flexible, pero algo de trazo grueso eso sí, que sumado a las estridencias hizo palidecer por momentos el rico colorido orquestal, esa arquitectura invisible de su música sobre la que edificó sus tentativas gran parte de la renovación musical europea hace cien años.           

La ovación culminó la cálida acogida que recibió el director ruso. Eso sí, en el maravilloso Dialogue du vent et de la mer se coló por la platea un invitado sorpresa; el tono de un móvil y la conversación que se dispuso a emprender un individuo mientras abandonaba la sala, como si eso fuera lo más natural del mundo. Somos una sociedad tan tolerante con la impertinencia y la estupidez que un día no quedará nadie que se atreva a enfrentarlas.