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Artista

Barcelona. 18/01/20. Gran Teatre del Liceu. Obras de Gounod, Donizetti, Lalo, Bellini, Flotow y Verdi. Javier Camarena, tenor. Ángel Rodríguez, piano.

Hay una gran diferencia, sustancial, entre un artista y un profesional. El primero ofrece algo único y singular, reconocible e inimitable, más allá del oficio. Un artista es aquel que logra ganarse al público, su confianza, su cariño. Un artista, en suma, es Javier Camarena. Anunció de viva voz su leve indisposición para esta velada, arrastrando un catarro que de tanto en tanto le sobrevenía con una molesta tos. Es de agradecer la confianza y transparencia con la que Camarena se muestra ante su público; sobre todo porque no lo hace buscando su condescendencia. Los artistas no se esconden, van de cara, con la verdad por delante. Su verdad es su talento. Camarena dijo que lo daría todo esa noche. Y vaya si lo hizo. 

Permítanme comenzar por el final, un momento que creo que quedará grabado en la memoria reciente del Liceu durante muchos años. Para sorpresa de todos, Camarena habría preparado una bella romanza en catalán, "Rosó" de Pel teu amor de Josep Ribas, muy conocida por el público catalán y difundida en su día por José Carreras, entre otros. Camarena logró la magia, eso tan recóndito que consiste en recrear lo inefable. Mutismo absoluto en la sala, una emoción a flor de piel recorriendo las butacas conforme  Camarena se adentraba en el abismo, con unas medias voces y unos sonidos en piano de los que se graban para siempre en la memoria.


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El programa presentaba una selección de piezas en las que se intuye el repertorio por el que va a transitar Camarena durante los próximos años. Sustancialmente, belcanto de mucha enjundia y repertorio francés, sin prisa pero sin pausa, como nos comentaba en la entrevista para la portada de este mes en Platea Magazine. Sus próximos debuts incluyen Lakmé, Roméo et Juliette, Manon, Faust... mientras insiste con Lucia, Il Pirata o Rigoletto. Ciertamente los medios de Camarena, por la dulzura de su emisión, cuadran a las mil maravillas con la sutil poesía que exige el repertorio francés, donde la palabra, el color y el acento lo son todo. Si a eso añadimos la virtud de su tercio agudo, descollante y desenvuelto, brillante como pocos, tenemos a un tenor ideal para abordar páginas como el "Vainement, ma bien-aimée" de Le roi d´Ys de Édouard Lalo, pero también el Donizetti francés de Dom Sébastien y La favorite (incluyendo aquí una atinadas variaciones de sus propia cosecha). 

Osado y fantasioso, verdaderamente escuchamos más de una y de dos geniales virguerías en estos pasajes. Y la sensación de asombro y excepcionalidad era aun mayor, si cabe, en la medida en que todo el público era consciente de que el tenor mexicano no estaba esa noche al cien por cien. ¿Cómo habría sido la noche de tenerle en plenitud? Uno piensa en esas gestas épicas que constan en los anales, como cuando llevaban a hombros a Miguel Fleta hasta su hotel, desde el teatro de turno. Vivimos otros tiempos, pero las sensaciones en el Liceu, durante esta velada, se emparentaban con aquellos relatos.

Tras coronar sin apenas despeinarse la primera parte del programa, con la popular escena de La fille du régiment, para la segunda mitad, ¡más madera! Nada menos que el "“È serbato a questo acciaro" de I Capuleti e i Montecchi de Bellini, con su cabaletta, y la escena final de Edgardo en la Lucia de Donizetti -únicamente aquí la afección de Camarena estuvo a punto de jugarle un traspiés-. Tras apenas unos minutos de descanso, sin solución de continuidad, la romanza "M´appari" de Martha de Flotow y como corolario el "Lunge da lei" de Alfredo en La traviata, con su consabida -y evitada- cabaletta, coronada a placer por el solista mexicano. El teatro entregado, vencido, arrebatado. Aliento de noche memorable en la sala. El público así lo quería y el tenor así lo merecía.

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Los artistas necesitan cómplices. Y en un recital de este formato, al piano, con su correspondiente desnudez y cercanía, nada sería de una gran voz si no tuviera consigo el respaldo de un gran pianista. En este sentido Ángel Rodríguez fue un cómplice ideal, discreto pero expresivo, brindando a Camarena el clima, la atmósfera y con ello la seguridad necesaria para atreverse a pisar sobre la cuerda floja, como hizo en más de una ocasión durante esta velada.

Camarena está en la cresta de la ola. Una ola que lleva quince años esperando paciente, preparándose a conciencia para surfearla. Ahora toca disfrutar del espectáculo. Cada década tiene su tenor y Javier Camarena es, sin duda, el elegido para la que estrenamos ahora.

Fotos: © A. Bofill