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Un Wagner sin complejos

Madrid. 21/02/2020. Teatro Real. Wagner: Die Walküre. Ricarda Merbeth (Brünnhilde). Stuart Skelton (Siegmund). Adrianne Pieczonka (Sieglinde). René Pape (Hunding). Tomasz Konieczny (Wotan). Daniela Sindram (Fricka). Robert Carsen y Patrick Kinmonth, dirección de escena. Pablo Heras-Casado, dirección musical.

El público y la crítica, pero también la propia industria, el business de la lírica en su más amplia extensión, tenemos todos una común tendencia a etiquetar a los artistas en función de un determinado repertorio, en el que brillan con mayor o menor fortuna. Pareciera que buscamos con ello, siquiera inconscientemente, encasillar a los profesionales en compartimentos estancos. Y digo esto porque todavía hoy hay quien parece sorprendido con el hecho de que Pablo Heras-Casado se atreva a dirigir un Anillo completo en el Teatro Real, cuando su bagaje wagneriano es ciertamente limitado hasta la fecha. Pero es que hay que atreverse, hay que probarse a uno mismo, hay que lanzarse a los retos sin complejos. Las mejores cosas pasan cuando esa valentía y ese atrevimiento se encauzan y el talento y el oficio hacen el resto. 

Sirva este preámbulo para apuntar, en pocas palabras, que el Wagner que edifica Heras-Casado es muy solvente y el resultado global, gracias al entusiasmo de la Sinfónica de Madrid, se sitúa sin duda en lo notable. No será la mejor función de Die Walküre que he escuchado nunca pero tampoco está, ni de lejos, entre las peores. Tras Oro de la temporada pasada, la batuta del maestro granadino persigue un Wagner vibrante e intenso pero nunca superficial. En sus manos la música de Wagner discurre alternando con igual fortuna los pasajes más líricos con las páginas de más efectismo. El resultado es teatral y deja espacio para la contemplación estética de la genial orquestación wagneriana. No es menos cierto que la función que reseño era la quinta ya de esta tanda, la tercera con este reparto, por lo que intuyo que se han ido limando asperezas y desajustes, en la búsqueda de una mayor fluidez y un resultado cada vez más compacto.  

Más allá de algún puntual desliz en los metales, la orquesta titular del teatro se mostró implicada, segura y cómoda. A destacar las cuerdas, precisas y con hondura; al igual que las maderas y las arpas, que colorearon la lectura. El primer acto alternó con fortuna entre tensión y poesía; el segundo llegó a buen puerto sin languidecer; y el tercero dio rienda suelta a toda la intensidad que uno espera de este gran fresco dramático. ¿Hay margen de mejora? Por supuesto. Pero mirando el vaso medio lleno: este es un Wagner que suena sin complejos, liberado de ataduras, sin la necesidad de identificarse con referentes de antaño, con una batuta que cree en la partitura y en sí mismo como las dos únicas armas para llevar adelante este ambicioso Anillo en el Teatro Real de Madrid. 

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En el plano vocal, hay que elogiar el buen tino de Joan Matabosch a la hora de proponer un cartel de primer nivel, que bien podría verse sobre las tablas de los principales escenarios internacionales, de Viena a Nueva York pasando por Londres, París o Múnich. Si el Real busca relevancia internacional, el éxito está garantizado con elencos de este calado. Excelente en primer lugar el Siegmund del tenor australiano Stuart Skelton. Salvo por la leve fatiga con que alcanzó el tramo final del primer acto, su interpretación se impuso con solidez vocal. Skelton posee no solo las notas sino también el color y maneja con familiaridad el estilo, desgrananado el texto con intención genuina. Sin duda, una de las mejores opciones a día de hoy para este papel.

La soprano Ricarda Merbeth firma con estas funciones su debut con la parte de Brünnhilde, un papel que supera un tanto sus coordenadas vocales. La voz suena destemplada en ocasiones, con altibajos evidentes en los extremos y sin el empaque dramático que el papel requiere para imponerse. Merbeth no naufraga en el intento, pero no brilla tanto como nos tiene acostumbrados en otros papeles. A su lado tampoco la Sieglinde de Adrianne Pieczonka termina de levantar el vuelo, con una interpretación poco pasional y demasiado intimista, más pendiente a veces de las notas que del texto. Canta su parte con enorme solvencia, pero hay un distanciamiento general en su encarnación de la welsunga. A cambio, resulta inteligente, no yendo más allá de donde sus medios le permiten llegar.

Tomasz Konieczny, un cantante muy habitual en la Wiener Staatsoper, presenta un Wotan más vil que noble, fiero y autoritario en exceso, aunque de una seguridad vocal irreprochable. Su emisión es contundente y sumamente eficaz; pero su interpretación vive más de la resistencia vocal que de la hondura interpretativa, con un fraseo sumamente plano. Daniela Sindram acertó con el tono, aunque su voz no tiene todo el dramatismo que se espera para una Fricka contundente. En todo caso, es una cantante elegante y de impecable escuela (todavía recuerdo su excelente Compositor en la Ariadne de Dresde, con Thielemann).

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René Pape, al que entrevisté recientemente para la portada de diciembre de Platea Magazine, encarnaba la parte de Hunding. Su presencia es todo un lujo por su autoridad y empaque, aunque la voz ya va mostrando puntuales síntomas de un lógico desgaste, tras dos décadas de carrera a sus espaldas. De nuevo Joan Matabosch y su equipo han estado hábiles con un intercambio de voces más que atinado, al dejar libre a Günther Groissböck para el Rosenkavalier de la Staatsoper de Berlín, donde Pape precisamente tenía previsto debutar como Ochs, un papel al que finalmente ha renunciado, ganando el Real con su presencia en esta Walküre.

Como sucediera ya con el Anillo del Liceu que culminó en 2016, Joan Matabosch ha traído a Madrid la misma producción firmada por Robert Carsen y Patrick Kinmonth, descartada la coproducción con la Lyric Opera de Chicago para el Ring que firma allí David Pountney. El trabajo de Carsen tiene, si me lo permiten decir así, una buena relación calidad/precio. No es un Anillo memorable pero resuelve con aparente consistencia una trama compleja y extensa, bajo una estética supuestamente más contemporánea que la de un Ring al uso. Sinceramente, no creo que el trabajo de Carsen tenga el calado de sus mejores propuestas. Ni el feminismo ni el ecologismo, como he podido leer aquí y allá, encuentran aquí su cauce.