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Inocuo

Barcelona. 19/02/2020. Gran Teatre del Liceu. Mozart: La Clemenza di Tito. Paolo Fanale (Tito), Myrtò Papatanasiu (Vitellia), Anne-Catherine Gillet (Servilia), Stéphanie d'Oustrac (Sesto), Lidia Vinyes-Curtis (Annio), Matthieu Lécroart (Publio), David Greeves (Lentulo). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. David McVicar, dirección de escena. Philippe Auguin, dirección musical.

Casi diez años tiene la propuesta escénica de David McVicar para La Clemenza di Tito. Fue en el Festival de Aix-en-Provence, y lo primero que sorprende teniendo en cuenta esos nombres, es su moderación y austeridad. Parece como si frente a la obra se haya preferido guardar silencio para dejarla hablar en su desnudez (añadida a la temible desnudez a la que Mozart siempre arroja los intérpretes). Discutible, pero en cualquier caso preferible en mi opinión a aquellos que sin nada que decir lo quieren decir a toda costa, incluso al precio de ahogarla. Es justo reconocer, sin embargo, que no saca partido de la riqueza temática de la ópera y hace más difícil una buena gestión del movimiento escénico en un espacio de grandes dimensiones. Para hacer frente a ese pánico al estatismo y horror vacui de nuestra era, por esas inmensidades se hace vagar un grupo de soldados con aspecto de samuráis a medio disfrazar que no aportan absolutamente nada, a excepción de un instante de cierta fuerza plástica cuando al final del primer acto, descienden las escaleras del Capitolio con las espadas bañadas en sangre. En cualquier caso parece evidente que no ha convencido a casi nadie.

Estamos frente a una ópera donde el equilibrio entre la serenidad clásica y la agitación emocional es magnífico, uno de los más logrados en el catálogo operístico del compositor pese al segundo lugar que siempre ha tenido, y eso es mucho decir tratándose de Mozart. Una obra que hay que entender en su contexto específico, al servicio de la coronación de Lepoldo II como Rey de Bohemia, con la monarquía haciendo aguas y las guillotinas afilándose en Francia contra su propia hermana. Nada fácil tampoco es dejar relucir su perfil expresivo, que reposa tanto en ornamentos vocales como en acentos y planificación dramática. Una planificación que dicho de antemano, no existió.

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Un Tito Vespasiano napoleónico, el de la producción y el de Paolo Fanale, que sin ser una voz potente especialmente en la zona aguda, lo encarnó con elegancia vocal, gran maestría en las arias, claridad y potencia expresiva en las florituras y acertado criterio estilístico. También dejó buen sabor la Servilia de Anne-Catherine Gillet, con soltura y buenas prestaciones vocales. No podemos decir lo mismo de Myrtò Papatanasiu, algo superada por el rol de Vitellia y desenfocada completamente, insuficiente en los graves, muy esforzada en los agudos y sin llegar nunca a acercarse ni de lejos a la contudencia sonora que exige su parte, en un "Deh, se me piacer mi vuoi" desdibujado. En su primer papel en el teatro, más acertada la celebrada mezzo Stéphanie d'Oustrac, lírica, delicada y fraseando con sentido en un papel agradecido como el de Sesto, mientras que buenas prestancias vocales ofreció Lidia Vinyes-Curtis como Annio. Correcto tanto el Publio de Matthieu Lécroart como el Lentulo de David Greeves. Finalmente, para "Serbate, oh dei custodi" del primer acto, el coro mostró ciertas carencias de proyección, solventadas más tarde en "Che del ciel, che degli Dei", amen de mostrar notable musicalidad y sonido compacto.

Transparente, sí, y muy solvente, pero sin relieves, poesía ni mordiente mozartiana la dirección de Philippe Auguin. Tremendamente aséptica, donde el coqueteo con lo lánguido se fue haciendo cada vez más pesante. Y eso desde la marcha de la obertura, nada provista de la solemnidad que debe poseer. Fuera de ello, impecables las intervenciones de los solistas y la respuesta de una orquesta en buena forma, en particular maderas (¡qué sonido el del fagot! ¡qué manera de cantar la del clarinete!). Deberíamos apostar en serio por una orquesta que tiene indudable potencial.

En suma, un Mozart bajo nubes grises, opacado. Sin instinto poético, en unas páginas donde la poesía se derrama por los cuatro costados. Sin brillo, en una música que es paradigma de la brillantez. En suma, música inocua, que es lo más alejado del instinto dramático que late en la obra del salzburgués.

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Fotos: © A. Bofill