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UN RAYO DE ESPERANZA

Madrid. 19/09/2020. Teatro Real. Beethoven: Novena sinfonía. Susanne Elmark, soprano; Aigul Akhmetshina, mezzosoprano; Leonardo Capalbo, tenor; José Antonio López, barítono. Orquesta Sinfónica de Madrid con Alumnos de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Orfeó Català y Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. Gustavo Dudamel, dirección de orquesta.

El Teatro Real de Madrid se ha vestido varias veces de gala durante esta semana. Empezando por el preestreno de Un Ballo in Maschera en forma de gala joven, con el propósito de promover la ópera entre los jóvenes. El viernes día 18 desenrollaban la alfombra roja para realizar el estreno de la temporada 2020-2021. Y para finalizar la semana con un buen sabor de boca y por todo lo alto, el coliseo madrileño presentó la última de las sinfonías del maestro de Bonn, de la mano de una de las figuras más internacionales, el maestro venezolano Gustavo Dudamel.

Por desgracia, cada día que consultamos la prensa vemos como las cosas van empeorando; los hospitales llenos, distritos cerrados, los contagios crecen… El mundo de la música no se sale de rositas. Los teatros y auditorios luchan cada día para estar a la altura de las prestaciones que necesita la sociedad actual. La Orquesta titular del teatro Real, la Sinfónica de Madrid, en colaboración con algunos alumnos del conservatorio Reina Sofía, han sustituido en esta velada a la Mahler Chamber Orchestra, que no  ha podido acudir a sus citas en el estado español, debido a la imposibilidad de viajar por la pandemia.

Siempre hay un rayo de esperanza entre la profunda oscuridad y esto es lo que nos ofreció el Teatro Real el pasado sábado. Una obra fraternal que nos abre los ojos para darnos cuenta de que todos somos iguales, más allá de pensamientos e ideologías. Es de esperar que la solución a salir de esta negra mancha en la historia sea unirnos todos para hacer frente al virus.

En un concierto especial dedicado a los amigos del Teatro Real, el maestro venezolano realizaba los primeros golpes de batuta para dar comienzo a una de las grandes obras de la historia de la música. Sin duda que fue un comienzo sublime, pocos consiguen dar inicio a esta sinfonía con sonidos tan suaves y delicados, como si de pinceladas en un lienzo se tratara. El crescendo inicial, que tanto ha dado que hablar en la ópera romántica alemana, fue creado con sutileza hasta llegar a los potentes compases que conforman el primer tutti orquestal. El Allegro empezó muy tímido, incluso pasada la exposición la orquesta todavía no había sacado todo el potencial que demostró tener en el finale. El juego de voces estuvo bien acertado en las maderas, aunque hubo puntos donde los planos sonoros no estuvieron muy bien definidos.

En el Scherzo no se echaron en falta muchas repeticiones, sino que a pesar de su tiempo rápido y sus complejas vueltas, la orquesta se mostró más confiada en el escenario, ya predispuesta a enseñar lo que era capaz de hacer. Destacar el increíble papel que jugó José Manuel Llorens a los timbales, siguiendo a los fuertes gestos del director y concediendo el carácter y la fuerza que necesita este movimiento. En contraposición a los a los fortísimos  y al tiempo rápido del Scherzo, el tercer movimiento se erigió como la calma en medio de la tormenta. La cuerda, protagonista del inicio del Adagio, contuvo la tranquilidad y el pulso con la precisa afinación que necesita la presentación de este maravilloso momento. A las cuerdas se le añadieron las maderas con sonidos suaves y tendidos donde el clarinete, la flauta y el oboe se coordinaron en una perfecta armonía. Todos ellos conducidos por los limpios gestos de Dudamel, acompañan al público durante todo el movimiento, creando una atmósfera que podríamos catalogar de mística.

El inicio del Presto fue fuerte y contundente. Impecable el papel de las cuerdas graves en el recitativo, así como los vientos en los compases que nos retrotraen a los anteriores momentos de la obra. Sin duda, destacar el increíble papel de la parte vocal del barítono interpretada por José Antonio López. Un barítono de grandes recursos y de dicción precisa. Realizó una primera intervención excelente. Un inicio potente, con un vibrato marcado, de sonido  contundente. Al barítono se le unió Leonardo Capalbo en la voz de tenor; una voz brillante e intensa, aunque tendente al grito en algunas ocasiones. Aigul Akhmetshina (mezzosoprano) y Susanne Elmark (soprano) supieron suplir las exigencias vocales de las partes femeninas solistas; aunque a esta última algunos pasajes se le escucharon un tanto desviados de la partitura, debido a un vibrato un poco exagerado. La parte coral interpretada por los coros catalanes fue un papel clave en la fuerza y el brillo de este último movimiento. Un canto sublime y muy acertado, el cual hacía muy buena sinergia con la orquesta.

El maestro venezolano preparó a contratiempo, pero con éxito a la orquesta para poder realizar dicho concierto. La facilidad con la que llevaba a la formación y la impecabilidad de su gesto hacen de Dudamel una de las grandes personalidades en cuanto a la especialidad de la  batuta. El éxito fue incuestionable. 

Foto: Javier del Real.