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Atreverse

Madrid. Auditorio Nacional. Mahler: Das Lied von der Erde. Orquesta Nacional de España. Piotr Beczala, tenor. Matthias Goerne, barítono. David Afkham, dirección musical.

 

En la vida las cosas más importantes suceden, bien por azar, bien por osadía. Y es que hay que atreverse, aun a riesgo de equivocarse. Como se atrevió el propio Gustav Mahler a romper con todo y dejar atrás su Viena imperial en diciembre de 1907, rumbo a Nueva York para hacerse cargo del Metropolitan Opera. El clima antisemita en la capital austríaca se había vuelto irrespirable y sus constantes controversias administrativas al frente de la Hofoper habían hastíado a Mahler hasta un punto de no retorno. Para colmo de males, el compositor tuvo que enfrentarse a la repentina muerte de su hija Maria Anna (Putzi), con solo cinco años de edad, tras enfermar de escarlatina y difteria. El trágico destino de Mahler pareció finalmente sellado con el diagnóstico de una severa dolencia cardíaca que acabaría costándole la vida.

Y en ese contexto precisamente, en mitad de la desidia y ahogado en los sinsabores de su vida personal y profesional, Gustav Mahler esbozó Das Lied von der Erde (La canción de la tierra), una suerte de poema sinfónico para dos solistas, a partir de una singular colección de poemas chinos. El resultado fue una música cuajada de anhelos y amarguras, pero preñada de esperanza, impregnada de un confiado abandono a la belleza, perfecta traducción del alma alma distorsionada y quebradiza del propio Mahler a la altura de esos años. Sin duda, una música reveladora para estos tiempos de pandemia que nos ha tocado vivir. 

Como hiciera recientemente la Sinfónica de Euskadi con su Cuarta sinfonía, la Orquesta Nacional de España también se ha atrevido a programar un Mahler tan complejo y exigente como este, en una coyuntura aciaga. Y de ahí el mayor mérito del logro, sobre todo porque el resultado ha sido, en el plano artístico, excelente. Y es que el arreglo de la partitura para orquesta de cámara a cargo de Glen Cortese, de 2006, es ciertamente funcional. Desde luego, permite que escuchemos esta música acudiendo a una plantilla que apenas supera los cuarenta músicos en los atriles. Se pierde un tanto la opulencia orquestal de algunos pasajes y lo colorista de la orquestación queda al descubierto en puntuales ocasiones, pero son las menos. Sin ser una de las plantillas más opulentas y grandilocuentes del panorama sinfónico mahleriano, lo habitual es escuchar esta partitura con el doble de músicos aproximadamente; y lo cierto es que no se echó de menos esa contundencia en esta ocasión, con un inspirado David Afkham que supo llevar las riendas de la velada hacia el intimismo y la melancolía.

El cartel de estos conciertos lo encabezaban dos excepcionales solistas, a los que quizá hubiera sido complicado 'reclutar' en tiempos sin covid, con las agendas repletas de compromisos internacionales. Pero así y todo, hay que hacerlo, hay que conseguir que vengan y sin duda con ello la OCNE se ha anotado un tanto muy importante, de esos que hacen brillar a un proyecto ante miradas exteriores.

Desde Fritz Wunderlich, voz privilegiada donde las haya, seguramente esta partitura no había vuelto a sonar con tan insultante facilidad, brillo y suficiencia como lo hizo aquí con el tenor polaco Piotr Beczala. Su timbre luminoso, de agudos campaneantes, firmes y plenos, se ajustó como un guante al exigente discurso musical que Mahler plasmó en estas páginas, de una tesitura francamente exigente. Un tenor en plenitud, exquisito, brillante.

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A su lado, Matthias Goerne hizo gala de un magistral dominio del acento y del color, como buen liederista que se precia de ser. Su voz robusta, a veces rocosa, a veces leñosa en su emisión, supo encontrar el tono adecuado para recrear esta música con una intensidad y una hondura apabullantes. Aunque algunas notas en el tercio agudo se le resisten, Goerne se impone merced a una magistral autoridad en el fraseo. Prueba de ello fue la sobrecogedora y perturbadora lectura del último lied, 'Der Abschied', con David Afkham en estado de gracia, en manifiesta comunión con el solista.

El maesto alemán comandó una lectura muy estimable, seguramente de lo mejor que hayamos escuchado últimamente a la Orquesta Nacional de España. Afkham siempre se ha distinguido por su vocación mahleriana. Recordemos que ha dirigido ya aquí varias de sus sinfonías (la Tercera, 2017; la Quinta 2017; y la Sexta, 2019). En esta ocasión logró extraer lo mejor de los atriles de la ONE; incluso las trompas, que tanto han fallado esta temporada, estuvieron a la altura. Las cuerdas, mermadísimas en sus filas, sonaron como un solo hombre, con ataques precisos y sutiles, dejando pasajes de irresistible belleza. La versión ganó enteros asimismo con la entonada ejecución de la sección de maderas, a la que el propio Afkham tibutó especial reconocimiento en los saludos. Más allá de algún pasaje en exceso premeditado, Afkham convención con una versión que perseguía lo inmaterial, la sublimación de ese aliento crepuscular que marca toda la obra de principio a fin.

Por cierto, por vez primera desde la irrupción de la pandemia, la OCNE ha logrado establecer un protocolo aún más exigente -mayores distancias entre los solistas y entre éstos y el público, amén de pruebas aún más regulares para verificar el contagio de covid-19-, gracias al cual los solistas pudieron cantar sin mascarilla, como viene sucediendo en otros teatros de la capital e incluso en actividades del propio INAEM, como el Ciclo de Lied del CNDM en el Teatro de la Zarzuela, sin ir más lejos. Hay que atreverse a hacer las cosas bien. España está demostrando, semana tras semana, que hay un camino para mantener la vida cultural en marcha. 

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Fotos: © Rafa Martín