Chausson Carlos 

A modo de (merecido) homenaje

21/04/2018. Pamplona. Teatro Gayarre. Una voz entre las voces, concierto lírico. Carlos Chausson (bajo), María Ayestarán, Sofía Esparza, Dorota Grzerkowiak, Itsaso Loinaz y Paula Sánchez-Valverde (sopranos). Orquesta Ciudad de Pamplona. Dirección musical José Antonio Irastorza.

No son precisamente los bajos amantes del oropel; en esto de la lírica sopranos y tenores, con alguna tímida incursión de los barítonos, tienden a monopolizar el cariño y el fervor del público mientras los bajos, a modo de un Fafner adormilado, aguardan en su cueva a que alguien se acuerde de ellos. Por ello recibí con alborozo que alguien se acordara de Carlos Chausson para organizar un recital porque además de ser un cantante excepcional –y parecer muy buena persona- estando como está en la segunda parte de su carrera podía ser el momento de homenajear a quien ha hecho una larga carrera llena de inteligencia y coherencia.

Más tarde el concierto acabó recogiendo al bajo-barítono aragonés junto a cinco prometedoras sopranos navarras que acompañaban al maestro en el concierto, levantando un formato que ha tenido sus pros y sus contras. Un bajo y cinco sopranos lírico-ligeras en un concierto organizado por la Asicación Gayarre de Amigos de la Ópera (AGAO) que ha sido denominado Una voz entre las voces.

Carlos Chausson cantó en solitario solo en el bis ofrecido mientras que el resto de todas sus intervenciones fueron en forma de dúo, eligiendo para ello dos óperas en las que ha marcado durante su carrera magisterio: Le nozze di Figaro y Don Pasquale. Chausson ha vuelto a demostrar que el paso del tiempo ha afectado en poco a una emisión sonora, natural, a una voz bien proyectada y de volumen. Los graves están apurados pero en la zona central su voz sigue sonando como antaño, lo que es un piropo. Además, Chausson sigue siendo un maestro del gesto medido que, lejos de la bufonada extrema, es suficiente para caracterizar un personaje con pequeños gestos con los que, además, consigue la complicidad del espectador. Así, sus Divorzio, divorzio!! De un viejo Don Pasquale abatido tras ser abofeteado fueron ejemplares y provocaron la risa del público.

Las cinco sopranos, navarras o afincadas en Navarra, mostraron un nivel realmente llamativo por positivo. Navarra parece contar ahora mismo con la cantera suficiente para poder garantizar la presencia de la voz femenina de esta tesitura por muchos años a poco que a las dotes naturales se unan inteligencia y saber hacer y elegir. Siguiendo el orden del escueto programa de mano entregado claramente insuficiente y donde encuentro a faltar el detalle de la participación de cada cantante apuntar que María Ayestaran estuvo algo fría en su inicial Bolero de I vespri siciliani de Verdi.

Sofía Esparza interpretó Je veux vivre, de Romeo et Juliette, de Charles Gounod, con solvencia aunque los agudos tienden a perder el norte, si bien pareció resarcirse en la página zarzuelera, la primera escena de Cecilia Valdés en la obra homónima de Roig, donde elevo el listón muchísimo: más suelta, desenfadada y con mejores prestaciones, sobre todo con un fraseo ejemplar y una presencia escénica imponente. A Esparza ya la hemos podido ver en escena en el Gayarre y seguro que nos dará muchas alegrías en el futuro. Dorota Grzeskowiak, asentada en la Comunidad Foral, se atrevió con el Aria de las campanillas, de Lakmé y se llevó la mejor ovación de la noche; seguridad en las notas picadas, un agudo solvente y aunque el grave está limitado y la voz no tiene excesivo volumen este está bien manejado. Curiosamente fue la única que propuso una página en euskera, Goizeko eguzki argiak, de la Mirentxu, de Jesús Guridi, sin duda la propuesta más íntima y menos extrovertida del todo el programa.

En el caso de Itsaso Loinaz se nos advirtió por megafonía una ligera indisposición de la cantante lo que seguramente provocó su aparente inseguridad en el Regnava nel silenzio donizettiano; más tarde se atrevió con la Canción del arlequín, de La Generala y creo Loinaz mostró la voz más bella, de color oscuro, bien proyectada y matizada de todas las que oímos. También en escena fue la más austera sin que ello fuera en detrimento de la calidad vocal. Una voz a seguir. Queda decir que sorprendió Paula Sánchez-Valverde, la soprano más actriz de las cinco, valiente en la zona aguda, siendo quizás la dueña de la voz más ligera de las escuchadas y que fue capaz de mantener el tipo ante el dúo con Chausson. Sánchez-Valverde hizo una Norina llena de intención, de pequeño detalles que completaban el retrato de un personaje que en ese dúo castiga a su marido hasta querer provocar la separación.

La parte orquestal estuvo bajo la responsabilidad de la Orquesta Ciudad de Pamplona, bajo la dirección de José María Irastorza. Esta agrupación ofreció en solitario, abriendo cada una de las aprtes, la obertura de Die Zauberflöte, de Mozart y el preludio del acto II de El caserio, de Jesús Guridi. Mucho mejor en esta segunda ocasión, donde Irastorza pudo llevarnos en volandas hasta la fiesta vasca mientras que en la página inicial mozartiana se acuso en exceso el escaso plantel de la formación, apenas una treintena de músicos. 

Apuntábamos al inicio el condicionamiento del formato elegido. Por un lado, el merecido homenaje que debería recibir Carlos Chausson quedó mitigado por la presencia de las cinco acompañantes y uno no puede sino sentir cierta pena por ello, pues Chausson merece el reconocimiento público de un público que lo ha disfrutado muchas veces. Además, las cinco sopranos tenían una tipología vocal similar y ello provocaba cierta sensación si no de sí de cierta ausencia de variedad vocal. Además, en el momento de hacer los bises, ¿cómo afrontar la cuestión? La formula elegida fue acertada en una primera mitad pues Carlos Chausson nos deleitó con la Vendetta, del doctor Bartola mozartiano mientras que las cinco chicas, alternándose en la intervención, cantaron una página de opereta vienesa que creo, sinceramente, sobró. De hecho, ya me pareció un error cerrar el programa oficial con un dúo entre Chausson y las cinco sopranos, el dúo de El puñao de rosas, de Ruperto Chapí. En fin, serán los problemas supongo que inevitables de este tipo de conciertos y formatos.

La asistencia al concierto fue importante aunque el Teatro Gayarre estaba lejos del lleno. La gente comenzó fría hasta que poco a poco el respetable entró en el concierto, sin que nunca llegara el delirio. Desde mi localidad pude confirmar la falta de educación de mucha gente, más atenta a la pantalla de su teléfono que al concierto, provocando haces de luz en todo momento. En uno dado conté hasta nueve pantallas encendidas. Supongo que habrá que advertir al personal de que, además de quitar el sonido hay que evitar su uso por molesto. Poco a poco.