dido provence vincent pontet

¿Paradoja?

Aix-en-Provence. 18/07/2018. Patio del Arzobispo. Festival d’Aix. Purcell. Dido and Aeneas. Anaïk Morel (Dido) Tobias Lee Greenhalgh (Eneas), Sophia Burgos (Belinda) Lucile Richardot (Hechicera). Coro y Orquesta del Ensemble Pygmalion. Dir. de escena: Vincent Huguet. Dir. musical: Václav Luks.

La obra maestra de Purcell; la cumbre de la ópera inglesa hasta la aparición de Britten en el siglo XX; una de las más bellas óperas del repertorio; ésos podrían ser titulares de cualquier reseña de Dido y Eneas, esa joya barroca que el autor inglés creó a finales del siglo XVII. Volver a oírla es siempre emocionante, porque es belleza envuelta en sencillez, en alegría, en tristeza, en vida. No fue de otra manera en esta representación dentro del Festival de Aix, conocido por su amor al barroco, por mimar sus propuestas al tratar este periodo musical. Esta vez no funcionó todo a la perfección, pero el resultado se puede calificar de bueno porque la extrema calidad de algunos elementos hizo olvidar la precariedad de otros, los menos.

Vicent Huguet era el responsable de la puesta en escena. Y no se limitó a proponer su visión de la ópera de Purcell sino que le añadió una parte. Es sabido que la ópera tenía un prólogo del que no se sabe su contenido y que se ha perdido. Huguet quiere sustituir esta pérdida y nos propone un prólogo, con texto de la escritora Maylis de Kerangal, donde una mujer chipriota cuenta su historia, la historia de las mujeres embaucadas por la hija del rey de Tiro, Dido, que huye de Fenicia y de la codicia de su hermano con los tesoros del templo para fundar una nueva ciudad, un nuevo imperio, recalando en las costas de Túnez y levantando Cartago. Una mujer con arrestos, fuerte para dirigir un reino y tiránica para conseguirlo. Durante unos veinte minutos la actriz y cantante Rokia Traoré narra toda esta historia mitológica paseándose por el proscenio, con una voz tranquila, relajada, ajena a la tensión de los acontecimientos que narra, acompañada de vez en cuando por una bella música africana. Pero la reina que nos dibuja el prólogo nada tiene que ver con la de Purcell, con la que extrae el libretista Nahum Tate de la Eneida de Virgilio. Y esa paradoja, esa contradicción entre lo barroco y lo contemporáneo, entre una visión y otra de la reina exiliada se repite también en la escenificación de la ópera. Aunque el texto lo desmienta, la imagen que Huguet da de Dido es el de una mujer rodeada por un pueblo rebelde, que quiere que se case pero que también considera a Eneas un invasor. Un pueblo que, capitaneado por las brujas, busca la liberación de la tirana. ¿Es Dido ambiciosa y despiadada o es una mujer con poder pero que le importa más el amor y que al final  se ve abandonada? Purcell piensa lo segundo (le importa poco la política). Huguet, seguramente apuesta por ambas cosas. El resultado ahí está. La paradoja, como dije, servida. ¿La aceptamos? No sé. Funciona en escena si te olvidas del texto. Funciona aunque se olviden las danzas y la alegría y funciona porque hay una excelente dirección de actores y una escenografía (un gran muro que es palacio, que es malecón del puerto de Cartago, un bellísimo barco-globo donde bajan las brujas del cielo, todo obra de Aurélie Maestre), una iluminación (perfecto el trabajo de Bertrand Couderc) y un vestuario (correcto, atemporal, de Caroline de Vivaise) que funcionan. Huguet fue ayudante del añorado Chéreau y parte de su herencia le habrá influido, pero creo que esta producción es muy personal. Para bien y para no tan bien.

Musicalmente hubo tres claros claros triunfadores: La orquesta y su director y el coro. El director Václav Luks nos brindó una versión maravillosa de la partitura de Purcell. Su dirección fue puntillosa, clara, versátil y de una autenticidad meridiana. Atentísimo a la escena no dejó en ningún momento de guiar con mano firme pero elegante a todo el conjunto, sacando de los instrumentistas lo mejor de si mismo y ofreciendo una lectura de referencia difícil de olvidar. Pero es que tenía a sus órdenes unos músicos de primer nivel como son los que forman el Ensemble Pygmalion, un verdadero plantel de primeras figuras de la música barroca. No hubo nadie que destacara y destacaron todos. Sería difícil señalar a ninguno por su excepcional trabajo pero como homenaje a todos nombremos a Pierre Gallon (clave) y Diego Salamanca (tiorba). Excepcional también el coro, que forma parte también del Ensemble Pygmalion. Es fundamental en toda la obra y sus intervenciones son siempre acompañadas de una música donde Purcell parece especialmente inspirado por la música popular inglesa del momento, sobre todo en las danzas. Siempre cohesionado, con perfecta afinación, dio toda una lección de canto coral. Pero si hubo un momento de una belleza sobrecogedora fue al final, en el maravilloso coro que despide la obra With drooping wings y que se repitió a capella dentro de las innovaciones de la producción. Ese momento, sonando solo las voces, las luces apagándose lentamente, una nube sobrevolando el malecón donde el pueblo despide a Dido, fue especial, mágico.

En la parte solista, la reina cartaginesa era la mezzo Anaïk Morel. No fue una gran Dido, ni como cantante ni como actriz. Siempre estuvo un poco envarada, sin soltura al actuar. No posee un timbre especialmente atractivo, ni ese color especial que caracteriza a las voces más avezadas en el repertorio barroco, sí hay que reconocerle un fiato considerable y un volumen adecuado. Pero le faltó garra y soltura en la zona más aguda de la tesitura, sintiéndose, lógicamente, más segura en la zona central y grave. No fue nada memorable la bellísima aria, el lamento When I am laid in earth  que se sostuvo más que por su canto por el perfecto acompañamiento orquestal. Correcto el Eneas de Tobias Lee Greenhalgh, de voz un poco corta y escasa proyección pero que cantó con gusto el aria donde lamenta su marcha de Cartago por orden de los dioses. Sophia Burgos fue una adecuada Belinda, con una voz bella pero de proyección limitada. Excelentes todas las brujas, especialmente la hechicera que cantó resueltamente Lucile Richardot. Bien el resto del reparto.

Una representación basada en una paradoja que resulta interesante analizar y, sobre todo, sustentada en una dirección musical estupenda.

Foto: Vincent Pontet.