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Lina Tur Bonet: "Debemos ser exigentes en la ejecución y crear un ambiente más fluido en la representación"

Tras finalizar su gira gallega, Lina Tur Bonet se relaja durante un puñado de días antes de liderar como concertino a la orquesta del Liceu con Rodelinda en la batuta de Pons. A punto de sacar una nueva grabación de dúos De Bartók con Enrico Onofri, la violinista se descubre como una mujer de actividad frenética y actitud abierta, sin poses, con una conversación igual de natural y fluida que sus interpretaciones. Todavía desprende parte de la energía que hizo sonar en la sala a un Vivaldi más vivo y actual que nunca y arrastra esa misma inercia del concierto hacia la conversación que pudimos mantener con ella.

Acabamos de verle dirigir a una orquesta y coro, pero sin soltar el violín. ¿Cuándo la veremos con batuta en vez de arco?

Me gusta dirigir y ser concertino, pero yo soy violinista, no soy directora de batuta. Para mí dirigir es simplemente transmitir tus ideas y compartirlas, es más bien liderar, seducir…me gusta tanto la música que siento que es una manera de ser la responsable de mostrar toda su belleza.

Y hablando de liderar, ¿ha notado alguna vez que se cuestionara su criterio por el hecho de ser mujer?

No. En el mundo de la música yo no siento que haya machismo. Hay machistas como en cualquier otro oficio. No me siento menos respetada por ser mujer, al final siempre te topas con machistas como en cualquier otra actividad. De hecho, creo que no pasa como en otros oficios donde las mujeres tenemos sueldos más bajos, y eso sí es algo que es muy necesario reivindicar.

Sin embargo apenas hay mujeres directoras…

Sí, pero es quizá debido a que no ha habido tanta tradición, y es verdad que ha costado superarla. Si lo pensamos bien, no hace tanto que a las mujeres se nos ha permitido votar. Cuando era muy joven y pensaba en dirigir es cierto que no veía que fuera el momento adecuado porque quizá no nos tomaban igual de en serio, pero no por los músicos en sí, sino por la sociedad en general. Sin embargo soy optimista y pienso que todo está cambiando mucho en ese sentido y observo cuando toco con directoras que los chicos (o las chicas, que también las hay machistas) no muestran ningún recelo en general, salvo algunas excepciones como ya he dicho que pasa en todos los campos.

Pertenece a ese grupo de intérpretes llamados historicistas, y a veces parece que la diferencia sólo radica en el uso del manuscrito para su interpretación rigurosa con instrumentos de época y cuerdas de tripa. ¿A qué fuentes recurre, además de la partitura original?

Los que hacemos ese tipo de música nos basamos en muchas fuentes, leemos mucho, estudiamos los manuscritos, investigamos sobre la época: tratados, incluso pinturas para observar el uso de los instrumentos. Es un trabajo fascinante, pero creo que lo más importante de todo es entender el espíritu de la música que haces, porque al no ser creadores, sino recreadores, al final lo que intentamos es hacer justicia al compositor. 

Quizá a veces el seguir con estricto rigor la partitura no es precisamente lo que esperaba el compositor…

Obviamente. Hay que intentar trasladarse a esa época, si leemos con ojos de hoy lo escrito hace 300 años podemos cometer muchos errores y éso es lo que a veces ocurre. Se trata de intentar entender el estilo, es muy bonito pensar que estamos tocando tal y como se lo imaginaban Vivaldi o Stradella, parece que los estás honrando más. Se trata de trasladar música de hace muchos años pero que sigue vigente ahora mismo. 

Parece que en sus versiones de los barrocos se percibe cierto ‘rubato’, algo inusual en las interpretaciones de esta época...

En el barroco el concepto de metrónomo no existe, bueno, de hecho ni siquiera existían los metrónomos. Y ese concepto del ritmo lo aprendí muy bien con John Elliot Gardiner tocando música de Schumann, un compositor hacia el que nunca había sentido especial interés y de repente ¡lo entendí! Gardiner es un maestro del rubato y a partir de ahí me di cuenta de que a la música no la guía un metrónomo sino un pulso, como el corazón, un ritmo orgánico, que tiene que fluir de manera natural a través de la obra. Puedo decir que, aunque no profesionalmente, he improvisado jazz o pop con grandes músicos, y he aprendido tanto de esa gente, que a veces le digo a mis alumnos “¡parecéis alumnos de conservatorio!” porque a veces tienen más ritmo algunos pequeños grupos de aficionados que los que estudiaron todas las asignaturas académicas. 

Es que quizá ése espíritu este más cerca del de los antiguos que el “académicamente correcto”.

Efectivamente, es que desde el momento en que sistematizas algo, desde que lo estandarizas, pierdes un montón de cosas, aunque ganes en información. A mí lo que me interesa es ser un buen músico y aprender de los mejores, y a partir de ahí, seguir un criterio historicista.

Y ahora, nuevo disco de Bartók. He podido ver  la portada y me ha parecido muy curiosa, parece llena de símbolos...

Tiene un montón. No sé si debiera contarlos, pero si me preguntas los desvelaré, aunque no tenga claro que esté bien explicar estas cosas. Hay varios elementos: la piña es la representación de la proporción áurea que según muchos estudiosos está muy presente en la música de Bartók, (siempre que trabajaba tenía una piña sobre su escritorio), el girasol es la flor preferida de Onofri y Bartók. El espejo, viene porque yo en todos mis discos quiero hacer un trabajo multidisciplinar. En este caso, José Luis Téllez, al que yo adoro y tengo la suerte de contar como amigo, escribió un relato que yo le pedí para el disco, ya que los 44 dúos de Bartók son para mí como 44 cuentos, y así fue cómo escribió una preciosa narración que tiene mucho que ver con un espejo.

¿Y qué (demonios) hacen Enrico Onofri y usted con Bartók? Viniendo ambos del violín y del repertorio barroco...

Bueno, a ambos nos fascina la música de Bartók, y hemos querido interpretarla con una mezcla de cuerdas de tripa y cuerdas de metal, porque era así como se hacía en la época de Bartók.

¿Vamos a encontrarnos con un Bartók desconocido hasta ahora?

Me imagino que sí, pero no porque nosotros hayamos querido hacer algo diferente, sino porque hemos intentado ser lo más fieles posible a la idea original. Hemos comprobado los minutajes de cada pieza y hemos seguido todos los detalles de articulación que dejó anotados el compositor al pie de la letra. Leímos mucho sobre Bartók y lo que pretendía, que en principio son dúos para estudiantes, pero en realidad son 44 obras con mucha complicación a la hora de interpretar, incluso los que aparentan más fáciles. Cada estudio es un relato y hay que contarlo, en ese sentido Bartók me recuerda mucho a Bach, me parece un compositor como muy pocos. Hay muchos Bartók y todos son extraordinarios, era una persona de una genialidad y de una humanidad fuera de lo normal.

¿Habrá algún toque folk en el violín?

Todo el tiempo, pero no aposta. Bartók quería escapar del concepto burgués de “música gitana” y llegar a las raíces de la música folclórica que fue recogiendo por todos los países que viajó. Creía en un tronco común a todas las músicas, de ahí la proporción áurea, la búsqueda de lo esencial.

Ya han tocado este programa en concierto.

Sí, y para nuestra sorpresa el público salió alucinando porque no se imaginaba a un Bartók así...además los hemos ordenado por escala de dificultad y la fuerza que tienen así es brutal.

¿Qué proyectos tiene en marcha ahora mismo?

Hay muchos y muy diferentes, siempre me voy a otro extremo. No quiero decir más para no gafarlos, pero hay muchos proyectos.

¿Cambiaría algo de los conciertos actuales?

Yo creo en la revolución que puede hacer uno mismo, soy muy krishnamurtiana en ese sentido, no impondría, sólo propondría. Diría que ni Bach ni Mozart tuvieron la culpa de que hubiera una época novecentista en la que por la naturaleza propia de la música se han creado ciertos estereotipos, ciertos protocolos para escuchar música que no siempre coinciden con todo el repertorio que interpretamos. Estamos tocando -por ejemplo- en un escenario de Wagner muchísima música muy diferente a la de su época, lo cual está muy bien para Wagner y sus contemporáneos. Se ha estereotipado un determinado momento histórico y eso es un poco absurdo. Propondría exigencia en la ejecución y un ambiente más fluído en la representación. 

Foto: Pablo F. Juárez.