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Julián Orbón: "El gran desconocido de la música española"

El nombre de Julián Orbón nunca fue desconocido para mí, de hecho forma parte de mis recuerdos desde la infancia. Pero durante muchos años no tuvo otro significado que el del nombre con el que se bautizó al Conservatorio Municipal de Avilés en el que yo estudiaba. Más adelante, este nombre tan familiar y a la vez tan desconocido se adornó con algún dato anecdótico: resulta que el tal Orbón era el autor de la célebre Guantanamera que todos hemos tarareado alguna vez. Pero poco más.Y como a mí hasta entonces, a tanta otra gente, a tantos otros músicos asturianos y españoles poco más les dice ese nombre. Qué paradoja pues que este compositor español, semidesconocido en su tierra, sea para la inmensa mayoría de músicos cubanos y mexicanos uno de los nombres clave de su historia musical reciente.

Entonces, ¿quién era ese Julián Orbón tan ignorado en su patria natal como celebrado en sus patrias adoptivas? Nació en Avilés en 1925, aunque su estancia en España fue breve, ya que pronto su padre Benjamín reconocido pianista y fundador de los conservatorios de La Habana decidió llevárselo a Cuba y ahorrarle las miserias de la posguerra española. Pese a tan temprano desarraigo, las raíces de la música española estarán muy presentes en su obra posterior, donde conseguirá aunar la tradición musical peninsular con las nuevas tendencias, pasando por el folclore iberoamericano.

Pronto el joven Julián Orbón se introdujo en los círculos culturales cubanos, entrando en contacto con intelectuales de la talla de Lezama Lima, Cintio Vitier e incluso Alejo Carpentier, quien llegó a afirmar que Orbón era “la figura más singular y prometedora de la joven escuela cubana“. Estudió composición con el compositor español nacionalizado cubano José Ardévol, y con 20 años finaliza su primera sinfonía. Es en ese momento cuando gana un concurso para estudiar con el gran compositor norteamericano Aaron Copland, quien consideraría a nuestro personaje “el mejor dotado compositor de la nueva generación de Cuba”.

Orbón apoyó en sus inicios la revolución cubana, hasta que comenzó a estar en desacuerdo con la deriva autoritaria del régimen castrista y ello le llevará a su segundo exilio, esta vez en México, donde pronto ganó mucha fama como compositor y profesor de la universidad nacional de música. Allí residió hasta su traslado a Estados Unidos en 1963, en lo que sería su última tentativa de echar raíces en alguna tierra.

No es casual pues que en la música de Orbón siempre esté presente la idea del desarraigo, la melancolía y la añoranza de su país natal, pero al mismo tiempo la energía y vitalidad de la músi- ca de su tierra de acogida. En palabras de su ilustre alumno Julio Estrada, quien escribe un magnífico prólogo al libro En la esencia de los estilos,“su estilo es la Cuba y el NuevaYork de la luz y del ruido frente al mundo tenebroso y de silencios íntimos de Avilés y del sentimiento de destierro”. En su música no hay fronteras, sino una forma magistral de fusionar lo mejor de cada cultura. Es pues con toda justicia que se le apodó a menudo como “el músico de las dos orillas”.

Hombre humilde y perfeccionista hasta el extremo, su catálogo no es extenso ya que revisaba hasta la saciedad sus composiciones. Una de sus obras fundamentales es la Partita núm. 4, movimiento sinfónico para piano y orquesta (1985), siendo la única composición para piano y orquesta escrita por Orbón. Obra de madurez, de una oscuridad casi premonitoria, fue escrita por encargo de otro de sus ilustres alumnos, el director mexicano Eduardo Mata. En su permanente búsqueda de creación de estilos, esta obra clausura lo que ha sido dado en llamarse su periodo neo-renacentista, donde fusiona de forma magistral la técnica de la variación renacentista junto a los ritmos vivos cubanos y la densidad armónica y la orquestación brillante norteamericana. La Partita núm. 4 se inspira en el bellísimo motete O Magnum Mysterium de Tomás Luis de Victoria, que se reconoce en toda la pieza, pero que sólo aparece citado como tal cerca del final de la obra, en un momento sublime en el que, citando de nuevo a Julio Estrada, “Orbón muestra una irreversible humildad que parece intentar convencernos de la belleza de lo otro antes que de lo propio”.

La obra fue estrenada el 11 de abril de 1987 por la Dallas Symphony Orchestra bajo la dirección del mencionado Eduardo Mata y con Tedd Joselson como solista. Joselson, protegido de Eugene Ormandy, era por aquel entonces una de las grandes figuras de la escena pianística norteamericana. Los propios Mata y Joselson la llevaron de gira con otras orquestas de tanto renombre como Orquesta de la Radio de Frankfurt, London Symphony, Royal Concertgebouw Orchestra Amsterdam, Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y la Orquesta de Rotterdam. Finalmente, en mayo y junio de 1987, la Orquesta de la Radio de Frankfurt con Mata y Joselson grabó dicho concierto, siendo editado por el sello Olympia en un disco hoy inencontrable que incluía también las Noches en los jardines de España de Falla.

A la luz de estos y muchos otros datos que una breve pes- quisa puede arrojar sobra la grandeza indiscutible de este gran desconocido de la música española de todos los tiempos, nos asalta una duda inmediata y acuciante: ¿por qué su música no se interpreta con la frecuencia que merece? Como toda pregunta compleja, la respuesta lo es también. En primer lugar, esa super- posición de exilios que fue su singladura vital: tuvo que cambiar tantas veces de patria que ninguna de ellas se lo ha apropiado. La que más cerca estuvo de hacérselo suyo y más lo ensalzó como gran maestro patrio fue Cuba, pero la represión postrevolucionaria hizo que de Orbón, como de todos los artistas exiliados, se borrara el nombre en los libros y se silenciaran las obras, haciendo casi imposible el acceso a sus partituras, desaparecidas de las bibliotecas del país.

Y ahí radica quizá la otra gran razón del desconocimiento de Orbón: la inaccesibilidad de buena parte de su obra, depositada en gran medida en la Universidad de Bloomington, Indiana, bien catalogada pero alejada de los intérpretes. Además, las pocas editoriales que han publicado sus obras lo han hecho en ediciones precarias, poco más que facsímiles del manuscrito, lo que convierte su estudio en un arduo trabajo de lectura, dada ade- más la complejidad y densidad de su escritura. Doy fe de ello, pues emprendí hace más de dos años la búsqueda de la Partita núm. 4 y se convirtió en una auténtica carrera de obstáculos, apasionante si se quiere, pero sintomática de la injusta dejadez que aqueja la obra de Orbón.

Pocas oportunidades ha habido de escuchar la música de Julián Orbón en España. El próximo 10 de junio se interpretará por primera vez en su país una de sus obras sinfónicas mayores, la monumental e inspirada Partita núm. 4. Será a cargo de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, bajo la batuta del maestro José Ramón Encinar y con quien firma estas líneas al piano. Estu- diándola, en más de una ocasión he pensado que quizás no exa- gera José María Martínez, fundador del Conservatorio de Avilés y una de las personas que más ha hecho por reivindicar la figura y obra orboniana, cuando asegura que el catálogo de Orbón merece figurar al lado, ni más ni menos, de su admirado Falla.