Casals Gerhard Palau19

Un lugar en el mundo

Barcelona. 19/6/2019. Palau de la Música Catalana. Diada Pau Casals. Mozart: Cuarteto núm. 17. Schubert: Quinteto en do mayor, D 956. Cuarteto Casals y Alban Gerhardt, violonchelo. 

Con esta quinta edición, la “Diada Pau Casals” ha adquirido ya cierta entidad en un espacio emblemático para el violonchelista. Dedicada a recordar su legado, ha logrado convocar nombres relevantes y esta vez la sensación es de haber llegado a un punto álgido con la presencia del Cuarteto Casals junto a Alban Gerhardt frente a una sala con una magnífica entrada.   

El tópico periodístico, cuando existe una unanimidad de tal solidez, se me hace antipático pero es inevitable: no quedan palabras para seguir describiendo la trayectoria de esta formación. Primero, con una interpretación depurada y detallista del Cuarteto núm. 17 de Mozart. Echando mano de arcos barrocos en la primera parte, ofrecieron un primer movimiento ágil y aireado, de absoluta pertinencia estilística fiel a su luminoso carácter. Soberbio el contraste en un Adagio de gran hondura, donde sobresalió el sonido poderoso del violín de Abel Tomàs, y un allegro assai final de carácter, agilidad y empaste extraordinarios.    

Ya en la segunda parte, con la incorporación del violonchelista alemán Alban Gerhardt, llegó el turno del plato principal; ese poliédrico testamento de Schubert, obra maestra de su catálogo y del género, que presenta retos tanto técnicos como estéticos. Ninguno de los dos aspectos fueron obstáculo para obtener una lectura espléndida en muchos aspectos, particularmente en la madurez de concepto y la capacidad para desentrañar detalles que pasan desapercibidos en otras lecturas. Resultó especialmente fascinante el extremo cuidado para desplegar los extensos motivos con los que trabaja el compositor vienés, subrayando las tensiones de la partitura. En suma, una interpretación acertadamente trágica y sombría, descarnada incluso, privilegiando todo ello por encima de cualquier preciosismo en el que tantas veces se desemboca, liderados por una Vera Martínez-Mehner de gran vigor y precisión a través de un arrollador dominio del arco. Clarividente y sólida fue siempre la viola de Jonathan Brown, así como muy equilibrado entre lo sobrio y lo poético el violonchelo de Arnau Tomàs. Teniendo en cuenta el rol crucial que Schubert les reserva para este quinteto, Tomàs y Gerhardt –con un inteligente trabajo en la respiración y el sonido de cámara– ofrecieron constantemente un excelente andamiaje sonoro al quinteto. Más allá de esa perfecta sintonía en los diálogos, descollaba una y otra vez el lirismo profundo, que reposa en la maravillosa invención melódica de la obra. Magníficamente dibujada esa concreción plástica tan schubertiana, enriquecida por una abundante gama de colores proyectada con articulada nitidez. Como propina, el célebre Minueto del Quinteto de cuerda en mi mayor de Boccherini. Podrían haber ofrecido todas las propinas que se hubieran propuesto a un público absolutamente entregado.   

La excelencia artística de este cuarteto sostenida durante tanto tiempo, representa dentro de nuestras fronteras un testimonio vivo del legado de Casals. Y es que uno de sus horizontes hace una centuria, era la profesionalización de la vida musical catalana, hacia la homologación europea en una etapa de renovación cultural que ofrecía grandes esperanzas. Sobre ello se edificó el proyecto de la Orquesta Pau Casals –de cuyo nacimiento se cumplirá cien años en 2020–; frente a una vida sinfónica nacional que está lejos de lo que imaginó entonces Casals, es este cuarteto el que mantiene la llama encendida que sitúe los músicos de este país en el mundo. No estaría de más –uno no descansa sin hacer la observación de rigor– que se cultivara su legado en tantos otros aspectos descuidados y que desagradarían tanto al maestro. Y podrían comenzar por programar alguna navidad su oratorio El Pessebre, sustituyendo alguna de las trescientas versiones del Mesías que nos obligan a escuchar todos los años.