ElektraMiguel Lorenzo y Mikel Ponce LesArts 48 

Un thriller fundacional

Valencia. 21/02/2020. Palau de Les Arts. Strauss: Elektra. Iréne Theorin (Elektra). Sara Jakubiak (Chrysothemis). Doris Soffel (Klytämnestra). Derek Welton (Orest). Stefan Margita (Aegisth). Orquesta de la Comunidad Valenciana. Coro de la Generalitat Valenciana. Robert Carsen, dirección de escena. Marc Albrecht, dirección musical.

Sin duda alguna esta Elektra constituía el plato fuerte de la primera temporada pergeñada por Jesús Iglesias, quien cumple ahora un año desde su llegada al cargo como nuevo director artístico del Palau de Les Arts de Valencia. La prueba era considerable, pero era obligado poner el listón lo más alto posible, si se quería marcar un rumbo y situar de nuevo la excelencia como marca de la casa, retomando la seña de identidad que Helga Schmidt quiso ligar al coliseo desde su apertura. Sea como fuere, la prueba no solo ha sido superada con creces sino con nota altísima. Y es que la combinación de factores era ciertamente afortunada incluso ya sobre el papel, con los nombres de Marc Albrecht, Robert Carsen e Iréne Theorin en primer término.

Procedente de la Ópera de París y basada a su vez en un trabajo anterior, fruto de una colaboración entre Maggio Musicale Fiorentino y el Tokyo Opera Nomori, la producción de Robert Carsen tiene la virtud de la concisión y el impacto visual, sin necesidad de recurrir a grandes despliegues técnicos ni a destellos innecesarios. Saber hacer más con menos constituye todo un arte. Carsen se apodera con muy buen tino del espíritu de thriller fundacional que habita esta Elektra de Richard Strauss, que es a su vez también la Elektra de Hofmannsthal y con ello asimismo la de Sófocles. Es verdaderamente increíble el poder cinematográfico que tienen algunas óperas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, como si hubiera adelantado al desarrollo del celuloide en varias décadas. Carsen es astuto y junto a su habitual escenógrafo, Michael Levine, encierra toda la acción en un único espacio, una suerte de patio que es también una fosa y en cierto sentido una cárcel y donde la tensión se concentra y se redobla. El coro que conforma la cohorte de servientas se presenta a su vez como una  dobles de la protagonista, mimentizando con ella sus gestos y moviéndose a menudo como un único ser por la negra arena del escenario. La tremenda oscuridad de la acción tiene su reflejo en la escena, prodigiosamente iluminada por el propio Carsen y Peter van Praet. En conjunto, un trabajo inteligente y plástico, que acompaña con su lenguaje la fuerza que poseen el libreto de Hofmannsthal y la música de Strauss.

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Es un prodigio lo que sucede en el foso de les Arts bajo la batuta de Marc Albrecht, quien se demuestra como un consumado maestro straussiano. Qué maravillosa ejecución ofrece la Orquesta de la Comunidad Valenciana. Es algo mayúsculo, hay que decirlo alto y claro: siguen siendo el mejor conjunto sinfónico en el foso de un teatro español. Privilegiando con buen tino la elaborada escritura de las maderas, buscando poner de manfiesto la genial orquestación de esta pieza, Albrecht lo hizo todo para firmar una gran lectura, llena de transparencia y precisión, pero sin renunciar al pulso, a la tensión, en fin, al drama. Su Elektra sonó explosiva cuando había de serlo; pero también lírica y evocadora cuando era preciso (qué preciosidad la escena en la que Elektra reconoce a Orestes). Albrecht firma una versión expresiva, narrativa y transparente, de indudable impacto sonoro y emotivo. Sobresaliente, inmejorable debut en Les Arts.

En asombrosa plenitud, hay que decirlo, Iréne Theorin volvía a uno de los roles que más alegrías le ha deparado. Precisamente con ella como protagonista pude ver esta misma producción de Carsen en París, allá por 2013, junto a Ricarda Merbeth y Waltraud Meier, en unas funciones dirigidas por Philippe Jordan. Como entonces, Theorin presenta en Valencia una Elektra impetuosa, de gran poderío, quizá parca en sutilezas psicológicas pero de indudable intensidad vocal y pulso escénico. Aunque anunció cantar con algún tipo de indisposición, Sara Jakubiak brindó una Chrystohemis muy estimable, de amplio lirismo, con un timbre que sonaba rodondo y esmaltado, más allá de alguna puntual aspereza en el agudo, fruto sin duda de esa salud mermada. Fue un contraste perfecto al torbellino de Theorin, como un contrapunto más ingenuo y dulce, el único punto de esperanza y pureza en mitad de tanta oscuridad. En la parte de Klytämnestra, la veterana Doris Soffel fue un derroche de oficio y teatralidad, expresando su texto con maestría y contribuyendo a elevar la temperatura de la representación. Cumplidores, por último, tanto Derek Welton en la parte de Orestes como Stefan Margita en la parte de Egisto.

En suma, una representación redonda, de esas en las que nada se queda atrás y todo contribuye a un mismo fin: emocionar. 

Foto: @ Miguel Lorenzo y Mikel Ponce / Les Arts