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La Familia García (y IV): Pauline Viardot, una artista completa

La más pequeña de los hijos de Manuel García, Pauline Viardot-García, fue probablemente la más dotada y polifacética de toda la familia. Así lo afirmaron sus numerosísimos admiradores contemporáneos, entre los que se contaban algunos de los más grandes nombres de la música decimonónica. Figuras de la talla de Liszt, Berlioz, Saint-Saëns, Wagner, Chopin, Massenet, Schumann, Brahms, Gounod o Meyerbeer manifestaron su admiración y, en varios casos, compusieron obras expresamente para ella. Al igual que su hermano Manuel, Pauline vivió una vida larga y llena de éxitos en las diversas áreas que exploró. Cantante de gran fama, como lo fuera su hermana (de la que todos la declararon sucesora), compositora, pianista en sus primeros años y prestigiosa profesora de canto, la benjamina de los García triunfó en todas las vertientes de la actividad musical que se dispuso a explorar. Clara Schumann la describió como la mujer de más talento que había conocido, mientras que su amiga íntima, George Sand, se inspiraría en ella para el personaje protagonista de su novela Consuelo (1842). Sus habilidades vocales y sus extraordinarias dotes dramáticas le permitieron llegar a lo más alto de la carrera operística, convirtiéndose no sólo en la heredera de la Malibran, sino en una artista que brilló con luz propia, deslumbrando al público más exigente.

Michelle Ferdinande Pauline García nacía en París el 18 de julio de 1821. Su educación musical empezaría siendo ella muy joven (tanto que de mayor no recordaba no haber sabido música en ningún momento de su vida). Su padre fue su primer tutor, igual que lo había sido de sus hermanos. Debido a la corta edad de Pauline (su padre moría cuando ella contaba once años de edad) o quizá gracias a que su inteligencia no lo hacía necesario, parece ser que García padre fue menos brusco con ella de lo que había sido con su hermana. Al morir aquel, su madre, Joaquina Briones, tomaría el relevo. Pauline estudió composición y piano, instrumento al que inicialmente parecía enfocada su carrera, siendo alumna de Franz Liszt. Sin embargo, tras la trágica muerte de María Malibran, parecía claro que el público esperaba de su hermana que fuera su sucesora. “Cierra el piano, a partir de ahora cantarás”, fueron las palabras que le dirigió su madre tras escucharle cantar un aria de Rossini en el día de su cumpleaños. Así nacía la nueva Malibran.

Pauline García se presentó en público a la corta edad de dieciséis años (y tras sólo un año de educación vocal junto a su madre) en un concierto organizado por el marido de su hermana, el violinista Charles de Bériot, en Bruselas. Su debut operístico llegaba tan sólo dos años después (1839), en Londres, con el que había sido uno de los roles emblemáticos de la Malibran, la Desdemona del

 de Rossini. Unos meses después llevaba el mismo rol a París, ciudad que habría de presenciar sus mayores éxitos y a la que Pauline siempre se sintió más unida. Aunque su voz era la de una mezzosoprano, en sus primeros años de carrera llegó a extender su rango hasta las tres octavas, pudiendo abordar tanto roles de soprano como de contralto, algo que a la larga le pasaría factura. Algunas descripciones de la época, incluida la de su hermano Manuel, hablan de una voz no especialmente excepcional, pero compensada con creces por su exquisita musicalidad y su dramatismo en escena, que la hacía destacar por igual en papeles trágicos y cómicos.

En París era contratada por Louis Viardot, director del Thèâtre Italien, teatro en el que triunfaría en varios roles rossinianos. Fue George Sand la que propuso a la joven García el matrimonio con el empresario (veintiún años mayor que ella), segura de que habría de ser muy ventajoso para Pauline. Poco después del enlace, Viardot se retiraba de su puesto en el teatro para dedicarse a viajar junto a su esposa, que obtuvo de él un gran apoyo durante toda su carrera (si bien las arraigadas ideas republicanas de Louis también le supusieron a Pauline el rechazo por parte de los teatros de París en los últimos años de la Monarquía de Julio y un forzado exilio a Alemania tras el advenimiento de Napoleón III como emperador). La pareja tendría cuatro hijos, tres de los cuales se dedicarían también a la música.

1843 veía el éxito de Pauline Viardot en San Petersburgo, ciudad en la que brillaría con Rosina y Norma. La joven mezzosoprano cautivó al público ruso con su buen hacer dramático, su facilidad para el canto y su virtuosismo, siempre al servicio del rol que interpretaba. Numerosos conciertos de música tanto rusa como occidental siguieron a estos primeros éxitos, que se sucedieron hasta el año 1846. Años después, iba a convertirse en una de las mayores embajadoras de la música rusa en occidente (ella misma compondría multitud de canciones en este idioma sobre textos de poetas rusos). En medio de su periplo ruso, su camino se cruzaba con el del célebre escritor Iván Turguénev quien, prendado de la joven artista, decidió abandonar Rusia para vivir en París, cerca de Pauline y de su marido, también gran amigo del escritor. Turguénev seguiría de hecho a la pareja durante toda su vida, hasta el punto de que Pauline cuidó al mismo tiempo de su marido y del escritor en el último año de vida de ambos (1883). Una relación no menos que insólita.

La vuelta de Pauline Viardot a París, tras el derrocamiento de la Monarquía de Julio y el inicio de la II República, traería algunos de los principales hitos de su carrera interpretativa, como el estreno del rol de Fidès en Le Prophète de Meyerbeer en 1849, que el compositor escribió específicamente para ella, aceptando además sus sugerencias. No sería la única vez que Pauline ofrecía consejo a otros compositores, pues se puede decir que la creación de Sapho, obra de juventud de un aún desconocido Gounod, fue un trabajo conjunto del compositor y la mezzosoprano, que permitió al primero abrirse un hueco en el universo operístico. En cuanto a Le Prophète, cantó el rol más de doscientas veces, siendo su interpretación más conocida junto al Orphée de Gluck, que Berlioz adaptó específicamente para ella a una tesitura de contralto. En medio de todo ello, en el año 1860, Pauline, siempre ávida de nuevos retos, se convertía en la protagonista de una lectura privada del Tristan e Isolda de Wagner (¡cinco años antes de su estreno!), que el compositor alemán decidió ofrecer a la Condesa Marie Kalergis en agradecimiento a una generosa donación, encargándose él mismo del papel de Tristan y con un extasiado Berlioz como único testigo de tan curioso acontecimiento. Con una voz significativamente deteriorada por los excesos, Pauline consiguió mantenerse entre las más grandes en sus últimos años de carrera gracias a sus excepcionales dotes de actriz, triunfando en roles como Fidelio de Beethoven, Alceste de Gluck, o la Azucena del Trovador de Verdi, hasta su retirada de los escenarios en 1863 (a los cuarenta y dos años).

Principalmente por las razones políticas antes comentadas y tras la retirada de Pauline, el matrimonio Viardot (seguido de cerca por Turguénev) se trasladaba a Baden-Baden. La diva se establecía allí como profesora de canto, siguiendo, al igual que su hermano, las enseñanzas de su padre a la vez que publicaba su propio tratado, Una hora de estudio: Ejercicios para la voz (1880). Recuperaba también su actividad como compositora, algo abandonada debido a su apretada agenda interpretativa. En el pequeño teatro de su casa ofrecería operetas, que compuso sobre textos de Turguénev y que eran interpretadas por sus alumnos y por sus propios hijos, ante un público distinguido. Se sucedieron así Trop de femmes (1867), L’Ogre (1868) y Le Dernier Sorcier (1869) que llegaría a ejecutarse de forma profesional en Weimar. Entre su amplio catálogo de canciones encontramos piezas en francés, italiano, español, alemán o ruso, idiomas todos ellos que dominaba sin dificultad. Destacan las transcripciones de mazurkas de Chopin, compuestas en sus años de juventud y que ella misma solía interpretar como propina al final de sus conciertos y recitales. Su facilidad para adaptarse a los diferentes estilos nacionales queda patente en la diversidad de una obra que tiene su principal exponente en la canción de cámara. Profundamente inspirada por su exhaustivo conocimiento del arte del canto y sus tampoco nada desdeñables habilidades pianísticas, es lógico que fuera en este género en el que la polifacética artista se encontraba más cómoda.

Con el comienzo de la guerra franco-prusiana (1870), los Viardot se vieron obligados a abandonar Alemania para volver a París, después de una estancia en Londres junto al hermano de Pauline, Manuel. Tras la muerte de Louis Viardot y de Turguénev, Pauline habría de vivir aún veintisiete años. Años en los que se mantendría profesionalmente activa, dando clases y organizando veladas musicales en su salón del Boulevard Saint Germain, como años antes había hecho en el de la Rue Douai, concurrido centro de la vida musical parisina. Aún estrenaría una última opereta de cámara, Cendrillon, en 1904. Tras una larga y apasionante vida, Pauline Viardot fallecía el 18 de mayo de 1910, a los ochenta y nueve años de edad.

Lejos del divismo personificado por María Malibran, Pauline Viardot-García fue portadora de una serie de habilidades y conocimientos que pocas veces encontramos tan desarrollados en una misma persona. Intelectual, estudiosa, apasionada de su profesión en todas sus vertientes, supo ganarse el amor del público y el respeto de sus compañeros en un mundo dominado por los hombres. La admiración que sus contemporáneos le dedicaron en vida nos da una muestra de que nos encontramos ante una mujer extraordinaria, en la que parecen concentrarse todas las virtudes con las que su familia había sido bendecida. El que había sido su profesor de piano, Franz Liszt, declaró: “Con ella, el mundo por fin ha encontrado una mujer compositora de verdadero genio.” Un genio que se extendió a todo aquello a lo que Pauline Viardot dedicó su atención y que hizo de ella una artista completa.