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Lydia Tár: La mujer maravilla

A propósito de TÁR, nueva película de Todd Field sobre una directora de orquesta, protagonizada por
Cate Blanchett y firme candidata a los Premios Oscar de este año.

Ninguna persona ha desprendido tanto carisma como ella sobre un podio. Una personalidad completamente única, poseedora de un nervio y un talento inigualables. Lydia Tár es una de las figuras más importantes en la historia de la música clásica y como tal la celebramos hoy en estas páginas.

Comenzó su impecable carrera académica como graduada en piano en el Instituto Curtis de Filadelfia; para graduarse posteriormente Phi Beta Kappa en la Universidad de Harvard; y laurearse como doctora en Musicología en la Universidad de Viena. Posteriormente, Tár se especializó en la música indígena del valle del río Ucayali, de la Amazonia peruana, lugar donde pasó cinco años entre los Shipibo-Conibo. Como directora de orquesta, Tár ha sido la primera mujer en dirigir cada una de las Big Five, las cinco grandes orquestas sinfónicas de Estados Unidos. Comenzando con la Orquesta de Cleveland, pasando por la Orquesta de Filadelfia, la Sinfónica de Chicago, la Sinfónica de Boston, hasta llegar a la Filarmónica de Nueva York. Junto a esta última, Tár ha organizado la serie de conciertos benéficos Autopista diez, en Zaatari (Jordania), el segundo campo de refugiados más grande del mundo. 

Como una de las pocas mujeres dentro de la elite de la clásica, Lydia Tár defiende la importancia de entablar una conversación entre los compositores canónicos y las nuevas voces creadoras. De ahí que sea conocida por encargar obras a mujeres compositoras contemporánas como Jennifer Higdon (Premio Pulitzer de la Música en 2010 y ganadora de tres premios Grammy) Caroline Shaw (Premio Pulitzer de la Música en 2013 y ganadora de tres premios Grammy), Julia Wolfe (Premio Pulitzer de la Música en 2015) o Hildur Guðnadóttir (Oscar por mejor banda sonora, ganadora de un Emmy y dos premios Grammy), entre otras. La propia Tár también ha realizado trabajos de composición en otras disciplinas artísticas, siendo una de las pocas artistas que ostentan el célebre título de EGOT, al haber sido galardonada con los cuatro premios más importantes de la industria del espectáculo: el Emmy, el Grammy, el Oscar y el Tony.

Al igual que su mentor, Leonard Bernstein, Tár siente una debilidad especial por Gustav Mahler, cuyas nueve sinfonías ha registrado durante su andadura en las Big Five, pero nunca con la misma orquesta. Desde que fue elegida por la Orquesta Filarmónica de Berlín como directora titular en 2013, Tár ha grabado ocho de las nueve. Todas menos la Sinfonía Nº. 5. Deuda que, tras las cancelaciones por los años de pandemia, saldará este mismo año en un recital histórico. La grabación de esta pieza formará parte de una caja que recopilará la totalidad de las sinfonías y que será publicada por Deutsche Grammophon dentro de las celebraciones del aniversario del nacimiento de Mahler. Todo un hito para la directora que se verá completado con la edición de su propia autobiografía, TÁR por TÁR. Parece ser que Lydia Tár no conoce la problemática del techo de cristal... 

Un momento, de qué estamos hablando. Lydia Tár no existe. Por mucho que tengamos marcados a hierro sus portentosos y decididos andares hasta el podio de la Filarmónica de Berlín, la maestra Tár no es real. No, tampoco hemos comentado con nuestra librera de confianza las ganas que tenemos de leer su biografía. Ahora entiendo por qué nunca ha ocupado nuestra portada mensual digital o la trimestral en papel. Lydia Tár es un personaje de ficción ideado por el cineasta Todd Field (En la habitación) y encarnada por Cate Blanchett (Blue Jasmine) en TÁR (2022). Una portentosa película que retrata la vida y obra de una directora de orquesta, en la que Field no se corta a la hora de mostrar alguno de los comportamientos y realidades más deleznables, censurables y vergonzosas de ciertos personajes que habitan la música clásica.

Con solo tres películas en su haber, Todd Field está considerado como uno de los grandes cronistas de este siglo. Gracias a su pausada manera a la hora de reflejar las luchas interiores de los seres humanos ante las apariencias y el miedo al qué dirán, a sus pasiones reprimidas y censuradas, y a las pequeñas grandes explosiones emocionales que van soltando durante su existencia. Desde su desasosegante retrato familiar de En la habitación (In the Bedroom, 2001), por el que fue nominado a los Oscars como productor y como guionista, a las infidelidades como válvula de escape a la farsa de la cotidianeidad en la injustamente ignorada Juegos  secretos (2006), hasta llegar a esta convulsa TÁR. En la que disfrazado de falso biopic musical, en el que Field realiza una certera y cáustica radiografía de uno de los grandes males que aquejan, no solo los Estados Unidos putrefactos de América, sino la propia raza humana y la música clásica en particular: el privilegio.

Toda sociedad que se sustenta en un sistema de clases completamente elitista, dominado por una serie de entes que se consideran y son tratados como deidades, suele provocar que la peor cara del ser humano aflore. Esa relación rayana al vasallaje resulta ser el caldo de cultivo más propicio para la práctica de una serie de actitudes y comportamientos perniciosos que suelen traducirse en situaciones de abusos laborales, emocionales y/o sexuales. Una serie de atropellos injustificables que suponen una especie de actualización al vomitivo derecho de pernada y que han comenzado a denunciarse y a castigarse cada vez más gracias a la vorágine del movimiento Me Too en los Estados Unidos y sus ecos en otros países occidentales. 

En TÁR, Field personifica todos esos males en la figura de su protagonista: Lydia Tár. Una directora de orquesta poseedora de un talento descomunal. Una de esas fuerzas de la naturaleza con una capacidad creativa sin igual. Una de esas personas que ha aportado sus varios granitos de arena para el porvenir artístico de la sociedad y su futuro. Pero que, como deidad humana, ha abusado de su poder en innumerables ocasiones al tratar a los demás habitantes de su mundo como meros objetos a su merced. Vemos de primera mano cómo Tár menosprecia las inquietudes y luchas identitarias de sus estudiantes a través de prepotentes comentarios racistas y sexistas; cómo trata como meras marionetas a las tres grandes mujeres de su vida: su asistenta/chica para todo (Noémie Merlant, Retrato de una joven en llamas), su mujer y primer violín (Nina Hoss, Homeland) y su hija (Mila Boojevic); o cómo se encapricha de una prometedora intérprete recién llegada a la orquesta (Sophie Kauer, chelista en la vida real en su debut cinematográfico). Por si el panorama fuera poco perturbador, Field sabe jugar con nuestra curiosidad y nuestras ansias de juzgar y nos oculta el gran crimen de Tár: el abuso sexual y el acoso posterior que realizó hacia una joven directora de orquesta que formó parte de su programa de becas y que no quiso acatar sus normas. Un hecho con fatales consecuencias que sólo intuimos a través de correos electrónicos del pasado y testimonios de terceros.

Como buen ser que ha macerado su privilegio durante décadas, Lydia Tár se cree un ser mitológico. Ella tiene el cuajo de emular a Claudio Abbado en la sesión de fotos para la portada de su propia grabación de la Quinta. [Un maravilloso y genial guiño que la propia Deutsche Grammophon ha utilizado para la edición en físico de la banda sonora de TÁR, disco que recoge piezas originales que Guðnadóttir ha compuesto para la película, los ensayos de la sinfonía de turno de Mahler dirigidos por la propia Blanchett, el Concierto para violonchelo de Elgar interpretado por Kauer (geniales los guiños a Du Pré en su personaje) y un íkaro, parte de los supuestos estudios de campo de Tár, interpretado por Elisa Vargas Fernández]. Porque Tár es el único y verdadero narrador omnisciente existente. La Gran montaña de basura, la que todo lo sabe. De ahí que, ante cualquier voz discordante, ella se rebele y responda de manera abrupta. De ahí que vea como meras sandeces y paparruchas las críticas de sus estudiantes a un supuesto comportamiento misógino de Johann Sebastian Bach, o infravalore las preocupaciones de sus alumnos BIPOC (acrónimo que engloba a las personas negras, indígenas y otras personas de color para construir una comunidad colectiva inclusiva para todo el espectro de personas que se perciban o sean percibidas como personas de color y hayan sido discriminadas por su tonalidad de piel, cultura o estilo de vida) por su ansia y necesidad de hacer algo para que su comunidad deje huella y sirva como modelo para el futuro. 

Para Tár, el 8 de marzo es un día más en el calendario, y Jacqueline Du Pré un mero instrumento ejecutor para el director de turno. Ella es de las que ve a Alma como una traidora, por el mero hecho de que Gustav Mahler le dedicase esa desbordante carta de amor que es la Quinta y ella no le guardase devoción eterna tras su muerte. Ella es de las que se olvida que Alma tuvo que aparcar su actividad artística como compositora durante la década que estuvo casada por expresa petición de su subyugante marido. En resumen, Lydia Tár es un carcamal. Uno de los muchos que pueblan los podios de los auditorios, las oficinas administrativas, los claustros de los conservatorios, los patios de butacas o las redacciones de los medios especializados.

Tár solo acepta su postura como única verdad absoluta. En vez de abrirse y enriquecerse con los puntos de vista diferentes de las nuevas generaciones, ella los ve como un ataque directo a su persona. Algo completamente inaceptable y que debe ser objeto de escarnio público. ¿Qué es eso de no saber separar la obra del artista? Menuda absurdez, clama Lydia Tár desde su privilegiada tribuna. En su escala de prioridades, el racismo, la misoginia, la LGTBIfobia, los maltratos y demás abusos, son algo secundario justificable en todo momento ante la grandeza de una obra de arte. ¡Cómo osa un niñato que no ha hecho nada más que aporrear un par de teclas venir a criticar el legado de un Dios del siglo XVII! Para ella, la cultura de la cancelación es una paparruchada woke sin ningún tipo de calado moral o necesidad alguna. De ser un personaje real, Tár sería de las de ni machismo, ni feminismo. Ella seguiría escuchando a Kanye West y a Morrissey en 2023, y comentaría Blonde o cualquier birria de Woody Allen por videollamada con Kevin Spacey.

Lydia Tár nos resulta tan real porque en ella vemos reflejados muchos de los comportamientos más comunes y reales del divismo privilegiado que vislumbramos en el circuito de la clásica. Aunque precisamente no vemos nada en ella de Marin Alsop, figura que parece haber servido de modelo para Todd Field para la creación de Tár. Puede que al igual que Alsop el personaje interpretado por Blanchett sea una afamada directora de orquesta lesbiana casada con una música, que su mentor haya sido el mismísimo Bernstein o que ambas capitaneen un programa de becas y ayudas para mujeres en la música, pero existe una gran diferencia entre ambas: Marin Alsop no es una depredadora sexual, sino que cuenta con bastante buena fama en el circuito y está considerada como una verdadera revolucionaria que ha roto el techo de cristal en la dirección de orquesta. El crimen de Tár le acerca mucho más a los perfiles del director de orquesta y pianista (como Lydia) James Levine, acusado de abuso de poder y abuso sexual de varios de sus pupilos durante las décadas de los sesenta y ochenta; o al de Charles Dutoit, denunciado por cuatro mujeres músicas por abusos sexuales continuados durante más de una década; o el de cierto tenor madrileño con fama de tener la mano bastante larga, protagonista de uno de los guiños más cafres y graciosos de la película.

Como en el caso de estos hombres, el reinado de Tár comienza a terminarse cuando la dictadura de silencio tácito comienza a resquebrajarse ante el surgimiento de las primeras acusaciones en firme. Porque, como le espetan a la propia Tár, por mucho que nadie haya dicho nada a lo largo de todos estos años, no quiere decir que todo el mundo no sepa sus malas artes. Ante esta nueva situación potencialmente perjudicial, la directora no sabe cómo reaccionar, por lo que, al igual que sus homólogos masculinos anteriormente citados, la directora comenzará a intentar acallar los testimonios y comenzará a negar hasta la saciedad su crimen con una postura pueril como buena privilegiada caída en desgracia. De la noche a la mañana, el ídolo se convierte en fantoche. Un ser tremendamente ridículo al que el mundo comienza a ver como un apestado. Al final, solo le quedará recurrir a la misma solución que los otros tres en la vida real: patalear y esconder la cabeza durante una temporadilla. Puede que su purgatorio sea más largo que el de los machos por el hecho de ser mujer, pero Lydia Tár debe estar tranquila, siempre tendrá hueco dentro de la vida cultural de algún país poco escrupuloso con estos temas, como cuando Woody Allen dirigió su último bodrio en San Sebastián después de su enésima cancelación o cuando el tenor madrileño volvió a casa por Navidad.