amadeo vives juan march© Sagarra i Torrents / Fundación Juan March.

Las Canciones epigramáticas de Vives: del cuplé a la sala de concierto.

La palabra "epigrama" viene definida en el diccionario de la RAE como "frase breve e ingeniosa, frecuentemente satírica" y también como "composición poética breve en que, con precisión y agudeza se expresa un motivo por lo común festivo o satírico". Es muy posible que el autor de la inmortal Doña Francisquita tuviera en mente dicho componente satírico cuando puso el nombre de "epigramáticas" a su colección de trece canciones que abunda en la sátira, un registro expresivo que en la canción de concierto española resulta bastante menos frecuente que otros como el amoroso. Pero como se verá no es el uso de la sátira la única característica que hace a esta colección de canciones un punto y aparte dentro del género de la canción lírica española.

La partitura de las Canciones epigramáticas lleva la inscripción: "Escritas para ser interpretadas por Amalia Isaura, en cuya alma anidan todas las gracias, y dedicadas a la misma". Fue efectivamente la cupletista y actriz cómica madrileña Amalia de Isaura, con la colaboración de Francisco Fúster al piano, la encargada de su estreno parcial el 27 de octubre de 1915 en un concierto organizado por la Sociedad Nacional de Música en el Hotel Ritz de Madrid, así como del reestreno del grupo ampliado con nuevas canciones el 11 de noviembre del mismo año en el Teatro Español de Madrid, donde permanecieron un mes en cartel. Una de las pretensiones de Vives con estas canciones fue la de regenerar el género de la canción de concierto partiendo del cuplé para someterlo a un proceso de intelectualización basándose en textos clásicos españoles —letrillas, trovas y romances de Góngora, Cervantes, Quevedo o Trillo y Figueroa, entre otros autores—, fruto de la pasión del compositor por la literatura clásica. Se trata de un objetivo compartido con Fernando Periquet y Enrique Granados, autor de los textos y compositor, respectivamente, de la célebre Colección de Tonadillas escritas en estilo antiguo, que se dan a conocer también en Madrid un par de años antes del estreno de las Canciones epigramáticas de Vives.

La razón por la que las Tonadillas se han establecido con solidez en el repertorio mientras la colección de Vives permanece en un discreto abandono por parte de los intérpretes tiene algo de enigmático. Ambos grupos, como se ha apuntado, parten de una intención renovadora de la canción de concierto mediante la intelectualización del cuplé y ambas creaciones derrochan ingenio, chispa y acierto melódico. Además el grupo de Vives cuenta a su favor con el hecho de adentrarse en registros expresivos satíricos, irónicos, picarescos, maliciosos y eróticos, no demasiado frecuentes en la canción de concierto, lo que aporta un interés añadido a su singular creación. La inusual longitud de algunas canciones, así como la proliferación de texto, la amplitud de la extensión vocal requerida y la dificultad de ejecución de una escritura pianística casi extravagante en otras, son factores que quizás hayan podido contribuir a que este grupo no haya gozado del favor de los intérpretes como a priori habría cabido esperar del vivaz ingenio, la atractiva inspiración melódica y la sorprendente originalidad y frescura desplegados en él por Amadeo Vives.

Sin pretender entrar de forma pormenorizada en cada una de las canciones resulta inevitable destacar la mezcla de gracia y erotismo de Válgame dios, que los ánsares vuelan, voluptuoso y frívolo lamento por el amante huido, plagado de ingeniosos e hilarantes dobles sentidos, plasmado en una música vaporosa que refleja con enorme acierto la sensualidad del texto, una letrilla de Francisco de Trillo y Figueroa. Del mismo escritor son los textos de El galán y la casada, una sátira llena de ironía y buenas dosis de humor, y La molinera, letrilla que comparte desenfado con las anteriores.

También satírica es El retrato de Isabela, con texto anónimo, que demanda al cantante un continuo juego de jocosos contrastes entre la falsa adulación y una crítica tan mordaz como despiadada. Igualmente de autoría anónima son el romance Que soy niña y tengo miedo, que expresa con candor los sentimientos contradictorios de una muchacha hacia el amor y El amor y los ojos, de carácter lírico y amoroso.

Tres grandes escritores del Siglo de Oro español, Cervantes, Góngora y Quevedo, están representados en esta colección con una selección de poesías nada serias: un largo texto de La gitanilla de Cervantes en el que el personaje de Preciosa lee la buenaventura en la mano de doña Clara, esposa del teniente, da lugar a la original canción La buenaventura, mientras Madre la mi madre, utiliza un texto de El celoso extremeño de Cervantes; No vayas, Gil, al sotillo, letrilla de Góngora que bromea con juegos de palabras y dobles sentidos que hacen constante alusión a los "cuernos" de Gil, produce una canción de carácter decididamente burlesco; para la canción Vida del muchacho, Vives utiliza el célebre romancillo gongorino Hermana Marica, que demanda cantar "con infantil desparpajo"; finalmente Quevedo está presente con una letrilla satírica en Ella, yo y un genovés.

La colección se cierra visitando las clases populares madrileñas y sus majas y manolas, presentes en La presumida, un "Bolero del Corral de la Pacheca" con texto de Sinesio Delgado, y en ¡Alza, hola!, "Canción chulesca" con texto de Bretón de los Herreros, el mismo poema que inspiró a Théophile Gautier la Seguidille utilizada por Manuel de Falla en sus Trois mélodies.

Se dice que Vives compuso esta obra en pocos días y que se trataba de una de sus creaciones más queridas. Planeó ampliar considerablemente el número de canciones pero finalmente la colección quedó integrada por trece números. Recurriendo a textos de Luis Fernández Ardavín el compositor intentó una segunda parte de las Epigramáticas que tituló Cuentos del abate, siendo estrenadas igualmente por Amalia de Isaura pero sin conseguir el éxito del estreno que sí gozaron las primeras. La agudeza que muestra Vives en sus Canciones epigramáticas parece irrepetible y sin duda esta colección supuso uno de sus mayores aciertos compositivos.

Si bien grandes cantantes como Montserrat Caballé, Victoria de los Ángeles, Ana María Iriarte o María de los Ángeles Morales incluyeron algunas de ellas en su repertorio, el estreno de las mismas por una actriz-cantante de cuplé plantea la incógnita sobre cuál sería el equilibro entre cuplé y canto lírico imaginado por Vives para esta colección de canciones. Se trata de uno más de los enigmas que despierta esta irrepetible creación, algunos ya citados, como la desmesura de la dificultad de la escritura pianística y la amplitud de la tesitura vocal, o la relativa caída en el olvido de unas canciones tan originales, sorprendentes y atractivas. Quizás tengamos que conformarnos con la certeza de que las grandes obras de la creación artística cuentan con el interés añadido de plantear más interrogantes que respuestas, y sin duda las Canciones epigramáticas de Vives pertenecen a esta categoría.