George Gershwin 

Un experimento que cumple 100 años

En el centenario de Rhapsody in Blue de George Gershwin

Las noches previas al concierto había tenido pesadillas. El director Paul Whiteman tenía entre manos un proyecto muy arriesgado: ocupar los 1.300 asientos del Aeolian Hall de Nueva York

para reivindicar en una velada la valía del jazz. El 12 de febrero de 1924 llegó finalmente y, lidiando con un ataque de pánico escénico, salió a la calle y vio al público en ple- na nevada peleándose por entrar en la sala. Podrían haber agotado las entradas diez veces con tal demanda. Mientras Whiteman dirigía el estreno de la Rhapsody in Blue con Gershwin al piano, se le saltaban las lágrimas. Sabía que lo habían conseguido.

George Gershwin nació en Nueva York, hijo de inmigrantes de San Petersburgo. George era un pequeño granuja y peleón en el barrio (de ahí su nariz rota). Sus padres compraron a su hermano Ira un piano de segunda mano, símbolo del progreso familiar. Sin embargo, sorprendentemente fue George a quien le atrajo. Tuvo varios profesores de piano y composición, pero con su escasa disciplina estudió princi- palmente de forma autodidacta toda su vida.

Con 15 años dejó la escuela para trabajar en el legendario Tin Pan Alley, núcleo de la música de entretenimiento neoyorquina: un negocio de jóvenes (algunos menores de edad) para un nuevo público: partituras, grabaciones, radio, cine... Gershwin fue sound-plugger (vendía canciones al piano), grabó rollos de pianola, entró en Broadway y pronto se hizo compositor. Afirmaba: “soy un hombre sin tradiciones. La música debe reflejar las ideas y aspiraciones de la gente y de su tiempo. Mi gente es americana. Mi tiempo es ahora”. Era un pianista brillante, energético e imaginativo que aprendía de colegas en locales como el Cotton Club. Sergei Koussevitzky decía que “la gran genialidad, virtuosismo y precisión rítmica de su forma de tocar eran increíbles”.

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