Dudamel Palau 9 

Un drama universal

Barcelona. 15/03/17. Palau de la Música Catalana. Temporada Palau 100. Ludwig van Beethoven: Sinfonía núm. 9, en Re menor, op. 125, “Coral”. Julianna Di Giacomo, soprano. Tamara Munfrod, mezzosoprano. Joshura Guerrero, tenor. Solomon Howard, bajo. Orfeó Català (Simon Hasley, director/ Pablo Larraz, subdirector). Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana (Simon Hasley, director). Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Dirección: Gustavo Dudamel.

Se podía rasgar con un cuchillo la emoción contenida con la que el caldeado ambiente del Palau recibió los instantes antes de comenzar esta Novena sinfonía de Beethoven. Después de cuatro días sin pausa, en un carrusel de emociones servidas por Dudamel y sus Bolívares, con un éxito mediático y un acontecimiento artístico digno de ser recordado por su ambición y la expectación generada, llegar a la novena sinfonía imponía respeto y reflexión. 

El hecho de contar con el Orfeó Català, quienes celebran este año su 125º aniversario, y el Cor de Cambra, recordemos el primero un coro amateur pero de historial envidiable y el segundo profesional, sumaron un extra de emoción para una noche que debió cerrar con éxito lo que todos han querido recordar como extraordinario. Lo cierto es que ha sio algo extraordinario, ya sólo por el planteamiento y su ejecución en estos cuatro días, aunque el resultado artístico del cclo haya sido una montaña rusa, eso sí, emocional como pocas.

No fue el primer acorde, una entrada algo destensada y poco firme, el mejor inicio del Allegro ma non troppo, un poco maestoso. ¿Nervios? Cómo no tenerlos, pero la formación enseguida hilvanó ese inicio tan teatral y admirable con el que Beethoven anuncia la gran sinfonía que se va a producir. Las secciones de metal (trompas y trompetas) y las maderas (fagotes, oboes y clarinetes) asumieron con visible eficiencia la introducción al tema que las cuerdas levantaron con creciente intensidad. Desde el podio sorprendió de nuevo el temple y la aparente serenidad con la que Gustavo Dudamel empuñó la batuta, su búsqueda de una naturalidad del sonido lo más transparente posible indicó buenas sensaciones, el control de las dinámicas fluyó y la melodía recorrió solemne las secciones con efectividad. Se echó en falta algo del nervio demostrado en los días anteriores, de esa frescura radiante con la que la Simón Bolívar ha lucido en sus interpretaciones. ¿Cansancio por los días acumulados? Es posible.

Pero también es cierto que con los movimientos más enérgicos, la construcción de su sonido extrovertido y dinámico reluce con mayor atractivo y así sucedió con el Molto vivace. Vistoso el diálogo de vientos y su respuesta con el timbal. El obstinado de las cuerdas volvió a tener el brillo propio de la formación, y el atractivo rítmico del movimiento relució con renovada sonoridad. Se hicieron notar las trompas con un sonido limpio y certero, así como la belleza del solo de oboe, siempre meloso y de trabajo impecable. Los pizzicatti y acordes pretormentosos de las cuerdas anunciaron con efusividad la alegría rítmica de los temas, Dudamel iluminó de nuevo la formación con una gestualidad efusiva sin caer en el narcisismo ni la autocontemplación. De nuevo resonaron esas trompas que recuerdan a las futura llamada de las walkirias wagneriana. El acorde final del movimiento fue quizás demasiado tímido antes de pasar a la nobleza insondable del Adagio molto cantabile, andante.

La contemplativa belleza del tercer movimiento se desarrolló con suavidad y búsqueda de un sonido camerístico. Pero otra vez pareció que el sonido le faltó tensión melódica, no por falta de calidad de los instrumentistas, pero si por falta de emoción poética en las grandes frases de la cuerdas, la sutilidad irreprochable de los vientos sonó algo rutinaria. ¿Por qué de nuevo esta lectura irregular de la sinfonía? Quizás la búsqueda de una visión novedosa del movimiento por parte de Dudamel, se quedó en un intento más que en un logro, pues el Adagio careció de la magia conseguida, por ejemplo en los sublimes momentos de la Pastoral o la séptima. 

Al inicio marciale y tormentoso del Finale: presto, relució el sonido potente de los contrabajos. Las cuerdas dejaron fluir con un sonido orgánico el nacimiento y preparación del tema que prepara la entrada de los solistas vocales y luego el coro. Hubo contención y bonito fraseo, con una lectura casi sensual de la melodía del himno antes de que este se verbalizara con los solistas. Por fin apareció de nuevo la alegría interpretativa, sello de la orquesta, con el fugado de los violines, y ese nervio tan propio y atractivo. La primeras frases potentes y bien proyectadas del joven bajo Soloman Howard contrastaron con una colocación cubierta y unos agudos de afinación mejorable. La incorporación del coro sonó compacta y bien equilibrada, no así los solistas a cuatro, con una soprano de estridencias poco amables. Impactante pese a todo el tutti de las fuerzas conjuntas antes de iniciar de nuevo el tema del solo del tenor. La voz de Joshua Guerrero, de color atractivo y timbre cálido, pese a las bondades del instrumento se tapó casi por completo por la orquesta, con un efecto de intermitente proyección.

Dudamel buscó con acierto los contrastes en piano de la orquesta antes de la hermosa entrada coral. Bravo por el detalle del coro, que cantó de memoria. Lució por secciones sobretodo en la parte masculina, tenores y bajos, frente a una sección femenina menos feliz, con cierto desequilibrio en los agudos de las sopranos que sonaron por momentos con puntuales estridencias. Ganaron en calidad en conjunto y supieron dialogar con la formación con buenos pianos y con efectivo resultado a nivel expresivo. Se apreció un buen trabajo en la búsqueda de la articulación del texto por el coro. Gustavo Dudamel volvió a dejar constancia de su talento y sello carismático con los acordes finales. El sonido pleno y extrovertido de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, consiguió iluminar fugazmente el brioso final, para cerrar en ovación del público una velada final extenuante. No fue la mejor de las nueve sinfonías, pero dejó la sensación de hazaña conseguida, de trabajo en conjunto remarcable y meritorio y sobretodo unas jornadas que quedarán en la memoria de la audiencia del Palau de la Música para los anales de su historia.