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Belleza y emoción

Granada, 27/06/2021. Patio de Los Arrayanes. Recital de lied. Obras de Franz Schubert. Crhistian Gerhaher, voz, Gerold Huber, piano.

Siempre me es difícil hacer una crónica de un recital de lied. La experiencia al escuchar estas canciones es tan personal, tan directa entre cantante, pianista y oyente, que pese a que se intente ser lo más objetivo, todo queda envuelto en una percepción que poco tiene que ver con la de cualquier otra persona que haya escuchado el mismo concierto. Aún así, que por intentarlo lo quede. Las dos palabras que encabezan el texto son el resumen de lo que se pudo ver y escuchar en el incomparable Patio de los Arrayanes de la Alhambra. El Festival de Granada, además de la calidad de su propuesta, juega a su favor con algunos espacios que son incomparables en el marco de la oferta veraniega internacional. Además, la programación de tres conciertos de lied dice mucho del interés de los responsables del Festival por esta parte de la música clásica que no siempre está bien representada en estos eventos, digamos, más generalistas. Además de las voces tan señeras en este campo como la de Florian Boesch  o Matthias Goerne, el pasado 27 de julio fue el turno de uno de los cantantes más experimentados y destacados de su generación, Christian Gerhaher. El barítono alemán (casualmente todos los cantantes de este ciclo granadino son de la misma cuerda) es un auténtico experto en el repertorio liederístico, especialmente en el romanticismo germánico, y en Franz Schubert en concreto. Por eso este concierto, completamente dedicado al compositor austriaco, unió, casi sin poder distinguirlas, belleza y emoción.

Aunque el recital no tuvo descansos, sí que podemos dividirlo en tres bloques bien definidos. El primero estaba dedicado a los trece poemas que Schubert musicó del escritor Friedrich von Schlegel, concretamente extraídos de los dos libros que forman de su poemario Abendröte, traducido por arrebol, arrebol vespertino o también el que más creo que se acerca al sentido de los versos: Luz crepuscular. Precisamente Abendröte es el título elegido por Gerhaher para el conjunto de su concierto. Los poemas, aunque de un indudable encanto, no tienen la inspiración de otros sobre los que Schubert levantó esa imperecedera obra para voz y piano. Es indudable que la música del austriaco realza esta selección dándole una gracia y una ternura indudables. Permitieron que Gerhaher entrara en materia con canciones tan delicadas y bellas como Der Schmetterling (La mariposa) o Die Vögel  (Los pájaros). Se mostró el cantante delicado, expresivo y ligero como requerían los lieder, y es que, como demostró a lo largo del concierto, la versatilidad de Gerhaher para adaptarse a lo escrito por Schubert es proverbial. Alguna vez he leído que el germano está siempre algo envarado en el escenario en los recitales de lied. Es verdad que no se cimbrea ni gesticula como otros cantantes pero toda la expresividad, todo la emoción, toda la pasión, está en su voz, en sus perfectas matizaciones, en la articulación precisa y en los cambios de intensidad que dejan al oyente hipnotizado. Volviendo a los poemas de Von Schlegel destacaría la bellísima interpretación (con la imprescindible ayuda del maravilloso teclado de Gerold Huber del cuyo impecable trabajo hablaremos más ampliamente) de Der Fluss (El río), junto Der Wanderer  (El caminante) y Die Sterne (Las estrellas). Esta última, que ponía fin al bloque, es para mi el más bello poema de Von Schlegel cantado en el recital, con ese maravilloso verso tan adecuado para una noche estrellada en Los Arrayanes: ¡Oh, mortal!, ¿te quedas asombrado con nuestro resplandor?

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El bloque central lo formaba él que quizá fuera el grupo más interesante y sin duda con más calidad poética del concierto. Comenzaba con un único poema del influyente escritor prerromántico Friedrich Gottlieb Klopstock. En Dem Unendlichen (Al infinito) la energía que imprimió Gerhaher a unos versos llenos de pesadumbre y mirada hacia Dios me dejaron el corazón encogido. Una auténtica demostración de la calidad de los dos intérpretes que lo dieron todo en esta canción. Después venían cuatro poemas del gran pope de las letras alemanas Johann W. Goethe. Mucho se ha hablado del desprecio con el que trató siempre el encumbrado Goethe al humilde y poco exitoso en vida Schubert. Pero, aunque no siempre, la historia hace justicia y siendo cierto que el genio de Goethe está fuera de cualquier duda, también es verdad que algunos de sus poemas llegan a la perfección con la música de Schubert. Es el caso de tres de los seleccionados. Tanto en Prometheus (Prometeo) como en An Schwager Kronos (Al cochero Cronos) cantante y pianista ofrecieron una exhibición de buen hacer. La versatilidad del teclado y de la voz se mezclaron para crear dos monumentos de canto impetuoso y extraordinariamente teatrales, sobre todo en Prometeo donde, según los expertos, Schubert supo plasmar el espíritu del drama de Goethe como ninguno de los compositores que se embarcaron en el mismo empeño. Y luego está Ganymed (Ganimedes) el lied más bello para el que escribe de los escuchados en el concierto y una de las obras cumbres del escritor austriaco. Poco se puede añadir que no se haya dicho antes. 

Cerraba el concierto ocho poemas del gran amigo de Schubert el poeta Johann Mayrhofer. Ambos vivieron juntos algún tiempo y su amistad, una palabra que siempre va unida al compositor austriaco, dio excelentes frutos. Y es que hay que recordar que el gran apoyo de Schubert fue un amplio y variado de sobre todo jóvenes que creyeron en su talento, en su calidad y su maestría en la música de cámara y sobre todo en el lied. En las famosas schubertiadas se reunían para celebrar veladas donde las obras del compositor eran el eje central. Ese espíritu de amor por el compositor sigue vigente en diversos festivales dedicados en gran parte a sus composiciones. Con los lieder de Mayrhofer volvió otra vez el aire más genuinamente romántico, comenzando precisamente con el imprescindible An die Freunde (A los amigos). El bellísimo timbre de Gerhaher nos volvió enamorar en poemas como Abendstern (La estrella de la tarde), Beim Winde  (Con el viento), donde el piano de Huber nos transmitió el movimiento de las hojas mecidas por el viento, o con la canción que cerró el concierto (no hubo propinas pese a la insistencia de los aplausos de los asistentes) Nachtstück, D. 672 (Nocturno).

Cada vez que hago una crónica de un recital de piano y voz reivindico el primordial papel que tiene el pianista en el éxito de este tipo de conciertos. Gerold Huber demostró todas las virtudes que deben adornar a estos grandes especialistas no siempre reconocidos como se merecen. Su trabajo tuvo el inapreciable acierto de realzar la parte pianística del lied sin que el acompañamiento se resintiera. Estaba atento al cantante, acentuaba cada momento en comunión completa con Gerhaher pero su piano se oía como un alma independiente, a la misma altura de calidad que la voz. Simplemente genial.

Un concierto que no se olvida, por el lugar, por la música, por el ambiente nocturno donde cada lied tuvo vida propia y por dos profesionales que están en el olimpo del lied donde guardan el fuego que no pudo robar Prometeo, el de la belleza y la emoción.

Fotos: © Fermín Rodríguez