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¿Mozart puede con todo?

Aix-en-Provence. 09/07/2017. Patio del Arzobispo. Mozart. Le nozze di Figaro. Andrè Schuen (Figaro), Julie Fuchs (Susanna), Gyula Orendt (Conde Almaviva), Jaquelyn Wanger (Condesa), Lea Desandre (Cherubino). Coro del CNRR de Marsella. Balthasar Neumann Ensemble. Dirección escena: Lotte de Beer. Dirección musical: Thomas Hengelbrock.

Hasta la noche del 9 de julio creía que sí; que la genialidad de sus óperas, especialmente las compuestas con Lorenzo Da Ponte, resistirían cualquier puesta en escena o interpretación mediocre. “Mozart siempre será Mozart”, me decía. Hoy lo dudo. Y todo merced a una de las más esperpénticas producciones que he visto en mi vida (sobre todo en la segunda parte, aquí el tercer y cuarto acto). Y esto gracias a las incosistencias escénicas de la directora Lotte de Beer que hace todo lo posible por alejar al público y su atención de la música de Mozart para que se centre en su “puesta”, que se basa, principalmente, en la aparición de una especie de inmenso árbol hinchable, supuestamente hecho por una secta de tejedoras de lana (liderada por Marcellina, la madre de Figaro y completada por el coro femenino y figurantes) y que no tiene, ni por la más remota casualidad, relación con la acción operística. Un completo despropósito que no es que valga para cualquier ópera (algo que nos habrán leído a los críticos en más de una ocasión: aquello de que podría valer tanto para Don Giovanni como para Tosca) sino que destrozaría cualquier obra lírica. 

Hay que señalar que De Beer se empeña desde el primer compás de la obertura (que ocupa con una representación con personajes de la Comedia del Arte  la acción de Le Nozze) en distraer al espectador de la ópera de Mozart. Su idea (lo que voy a escribir es que lo buenamente pude entender en el primer y segundo acto, luego desistí) es “actualizar” la trama de la ópera. En los años 80 del siglo pasado (vamos a suponer que ahí se sitúa la acción) ya no tiene importancia la carga social y política que transmite Beaumarchais, el autor original de la pieza teatral que da origen a la ópera. Esto no va de gente del pueblo que se revela contra la tiranía de los derechos ancestrales de los nobles, esto va simplemente de sexo. Y eso, claro está, en origen no es nada malo.

El sexo es natural y sano; y en Le nozze es parte imprescindible, pero dentro de esa lucha entre “los de arriba y los de abajo”. En esta producción aparece básicamente un Conde y un Cherubino salidos hasta límites absurdos (sobre todo este último) y todos los demás que intentan encajar en la propuesta. En esta primera parte estamos en una especie de comedia televisiva inglesa o americana, de esas con público en directo, con dos zonas (dormitorio y salón) divididas por la lavandería (¿?). Todo es entrar y salir, con chascarrillos más o menos graciosos, pero siempre de tinte grueso, nada de sutilezas, y los cantantes desenvolviéndose mejor o peor en ese batiburrillo donde les ha metido la directora. Hasta ahí uno puede entender lo que se nos quiere contar y, aunque no es espectacular, se le puede dar un aprobado raspado.

Pero la segunda parte ya rompió los esquemas del que escribe. Pasamos, sin saber cómo, a un escenario minimalista al máximo, negro, ocupado solamente por un cubo de cristal con la inmensa cama condal llenando ese espacio. Esa jaula, vamos a suponer, simboliza la jaula donde vive la Condesa, eso se lo compro a De Beer, pero a partir de ahí, nada tiene ya que ver con Mozart, Da Ponte, o las Bodas. Tendría que insertar un vídeo en esta crónica porque me es imposible describir todos los despropósitos que en estos dos últimos actos ocurren, les diría que la vieran, y seguro que muchos aficionados españoles, y concretamente madrileños podrán hacerlo pues la producción es conjunta con el Teatro Real, pero no me atrevo a hacer tamaña recomendación. Si acaso, acudir con el objetivo de oír a Mozart, o también, puede ser, para rebatir todo lo aquí expuesto, que uno no es infalible.

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Musicalmente las cosas fueron mejor. Sobre todo en la parte vocal, donde hubo trabajos de muy buen nivel. Destacar, sobre todos ellos, la impecable Susanna de Julie Fuchs, sin duda la mejor cantante de la velada y la actriz más coherente dentro del terrible esfuerzo (y supongo que desconcierto) que sufrieron todos. Su voz, de bello timbre, dio lo mejor de sí en la conocida aria Deh vieni, non tardar, pero estuvo perfecta toda la noche, elevando la calidad musical cuando ella intervenía. Andrè Schuen es un estupendo cantante, un barítono seguro tanto en el agudo como en el grave y con una zona central amplia y bien timbrada. Pero no resulta arrebatador y se desdibuja mucho su protagonismo por un envaramiento actoral que no le favorece de cara al público. Seguramente en otra producción hubiera apreciado más su cualidades.

Correcta la Condesa de Jaqueline Wagner, que también se vio poco suelta en esta locura de producción. De sus maravillosas arias destacó mucho más en Dove sono del tercer acto, cantado con elegancia y perfecta entonación, que en Porgi amor del segundo. Impecable el dúo con Susanna Canzonetta sull'aria, uno de los momentos más bellos de toda la representación. Sin duda el mejor actor de la velada fue Gyula Orendt, en el papel de Conde, que es el que más se adaptó a la propuesta. Como cantante estuvo correcto y defendió sin grandes exhibiciones Vedrò mentr'io sospiro.

El personaje de Cherubino tiene, junto a las de la Condesa las dos arias más bellas de toda la obra. Lea Desandre estuvo bien en ambas, quizá más destacable en Voi che sapete. Su voz es fresca y apropiada para el papel pero molesta su excesivo vibrato. Se echó de menos una mayor fuerza, una mayor implicación vocal e intención en la famosa Vendetta que cantó Maurizio Muraro como Bartolo. Poco atractiva la Marcellina de Monica Barcelli aunque pudo lucirse en su aria del cuarto acto que muchas veces es suprimida.

También desaprovechó un mayor lucimiento Elisabeth Boudreault con ese bombón que es L’ho perduta… pero claro, estaba haciendo punto mientras cantaba encima de la jaula de cristal que presidía el cuarto acto, y eso no hace lucirse a nadie, la verdad. Mejor estuvo Emiliano González Toro en la infrecuente aria In quegl'anni in cui val poco que canta Basilio en el cuarto acto. Como Curzio protagonizó el momento más bochornoso de la noche al imitar exageradamente a un disfémico (tartamudo). Está en el libreto que el personaje lo es, pero no habría que hacer de ello, hoy en día, una broma tan burda. La intervención del coro del CNRR de Marsella fue manifiestamente mejorable, sobre todo por la calidad de las voces.

Ni el director musical, Thomas Hengelbrock, ni el conjunto que fundó y dirige, el Balthasar Neumann Ensemble estuvieron a la altura de lo que se espera de un Mozart en un festival tan unido al autor austriaco como el de Aix-en-Provence. No es que fuera fácil dirigir con ese totum revolutum que había en el escenario, pero Hengelbrock nunca encontró el camino que hiciera brillar la partitura del salzburgués. Estuvo correcto, cuando lo que se espera de su trayectoria es la brillantez, pero esta nunca llegó. Tampoco el Ensemble estuvo especialmente acertado, siendo su trabajo correcto, pero rutinario, una vez más sin la elegancia y chispa que se mezclan en esa obra maestra que es Le nozze di Figaro. Otra vez será.

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Fotos: © Festival d´Aix-en-Provence