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Humor judío en Bayreuth

Bayreuth 26/07/21. Festspielhaus del Festival de Bayreuth. R. Wagner: Die Meistersinger von Nürnberg. M. Volle, B. Skovhus (con la actuación de J. M. Kränzle), K. F. Vogt, C. Nylund, G. Zeppenfeld, D. Behle, C. Mayer, T. Akzeybek, A. Kolarczyk, W. Van Mechelen, M. Homrich, C. Kaplan, R. Furman, R. Nolte, A. Hörl, T. Riihonen, G. Groissböck. Coro y Orquesta del Bayreuther Festspiele. Dir. de escena: Barrie Kosky. Dir. musical: Philippe Jordan.

“Let’s return to the Meistersinger once more. Dmitri Tcherniakov once said that he didn’t like Wagner’s sense of humor. But you have teased out plenty in your production…”

“That’s not Wagner’s humor, it’s mine! And when you have such talented clowns like Martin, Michael and Klaus-Florian at your disposal - and I mean that as a real, sincere compliment: clowns are my favorite performers- then you’ll hit upon that humor during rehearsal. But are the Meistersinger funny in and of themselves?”

* Fragmento extraído de la entrevista hecha por Klaus Kalchsmid al director de escena Barrie Kosky, publicado en el Almanach 2021, anuario editado por la Asociación de Amigos del Festival de Bayreuth. 

 

Se despide del Festival de Bayreuth la que para el que escribe esta reseña ha sido la mejor producción de una ópera de Wagner de los últimos casi veinte años. Heredera de alguna manera de la icónica producción del Parsifal firmado por Stefan Herheim, que se vio aquí del 2008 al 2012, en tanto la producción bucea en la vida del propio Wagner para radiografiar la ópera. Una régie que nace, explica y usa la vida del compositor para analizar su obra en un juego de espejos creador-ópera fascinante.

Lo dice el propio Kosky en el fragmento con el que se inicia esta crónica, no es el humor de Wagner el que divierte tanto de esta producción, “¡es el mío!”, y si la afirmación desde luego no es nada humilde, ¿tendría que serlo?, se reafirma en el gran trabajo de tres pilares fundamentales de la ópera en los nombres de los tres grandes protagonistas: Hans Sachs (Michael Volle), Beckmesser (Johannes Martin Kränzle) y el Walther von Stölzing interpretado por Klaus Florian Vogt.

En efecto, más allá de la visión de Kosky sobre la megalomanía wagneriana y el ego de un compositor que aquí se multiplica en varios de los personajes de la ópera: David es el Wagner joven e inexperto, Wather von Stolzing, el Wagner joven, atractivo y amante, mientras que Hans Sachs representa el Wagner maduro, en palabras de Kosky extraídas de la misma entrevista citada arriba “El Wagner como le gustaría ser recordado”.

El director de escena judío usa esa triple visión de un mismo compositor repleto de virtudes y contradicciones para enhebrar las más de cuatro horas de supuesta comedia wagneriana, consiguiendo un resultado brillante. 

No es ya solo que sea un gran director de actores, por cierto algo descortés no citar entre los pilares del cast a la Eva (aquí traspuesta como Cosima Wagner) interpretada por una también completísima Camila Nylund. Aunque también es cierto que no hay cantantes que desentonen como actores pues tanto el David de Daniel Behle como el Pogner de Georg Zeppenfeld también están delineados con tiralíneas y con una respuesta actoral memorable.

Un trabajo en resumen irresistible, que transpira inteligencia y catarsis, la imagen de la caricatura judía gigante inflable del final del segundo acto se queda clavada en la memoria del espectador con la fuerza cinematográfica de un Kubrick. Un trabajo que sobretodo es una locuaz lectura y análisis de lo que es el arte y lo que puede significar para el ser humano. El reparto parece insuperable, recordando siempre las mágicas salvedades sonoras del Festspielhaus, un teatro donde las voces en su volumen no decepcionan casi nunca. 

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Más allá de sus magníficas cualidades actorales, Michael Volle, quien ha perdido brillantez tímbrica, se rebela como un Hans Sachs total por la interiorización de un rol que conoce al dedillo y que sabe mantener con una dignidad vocal y una autoridad interpretativa inapelables. Tierno, sensible, pero sobretodo con una humanidad y nobleza actoral y vocal que seducen y consiguen la empatía de la audiencia quien lo premia con la gran y merecida ovación final entre todo el cast. 

Klaus Florian Vogt firma de nuevo el que es su mejor papel entre todos los intepretados en el Festival desde su debut, precisamente como Walther von Stolzing en la producción de Katharina Wagner estrenada en 2007. La identificación con el personaje es también inmejorable, aunque su famoso sonido blanquecino se ha acentuado perdiendo riqueza tímbrica y acusando un vibrato que afea su linea de canto en algún momento así como tiranteces de sonido fijo.

Baja de última hora por indisposición vocal, Johannes Martin Kränzle actuó en escena como Beckmesser y vino al rescate para cantar desde el lateral de escena y partitura en mano el barítono danés Bo Skovhus. Este resolvió la papeleta con una gran clase, no en vano es un rol que tiene en repertorio. La linea de canto siempre cuidada, la dulzura en la emisión y la tersura de un timbre todavía atractivo se alejaron de la caricatura vocal más afilada que tiene Kränzle, pero no por ello en demérito vocal del danés. Un tardío debut con resultado óptimo.

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Elegante, muy cuidadosa en el quinteto, que coronó con serena majestad vocal, la Eva de Camila Nylund se balanceó entre una caracterización actoral meticulosa y atractiva con un canto de saneado fraseo y dulcificada emisión.  En evidente proyección y riqueza de harmónicos desde su primer David aquí en 2017, Daniel Behle lució un canto expansivo, de bonito color lírico y rotunda emisión que por momentos pareció eclipsar al Walther de Vogt. 

Siempre generoso como cantante, impecable como actor, y con uno de los instrumentos más bellos de todos los bajos wagnerianos actuales, el Veit Pogner de Georg Zeppenfled fue un lujo vocal de principio a fin. En cambio, la Magdalene de Christa Mayer paso algo desapercibida, al igual que el testimonial vigilante nocturno de Günther Groissböck, el Wagner fallido de esta edición. Vocalmente equilibrados y bien coordinados los Meistersinger, con mención al Fritz Kothner de Werner van Mechelen, el Hans Schwarz de Andreas Hörl y el Hans Flotz de Timo Riihonen.

El coro salvó su importante papeleta a pesar de cantar desde la sala de ensayos conectada con el Festspielhaus y los numeroso dobles en escena. Ciertamente se perdió impacto en el siempre espectacular Wach auf!, pero la magia acústica del Festspielhaus volvió a obrar su sobrenatural efecto y mitigó lo que sobre el papel parecía una herejía impuesta por los protocolos del Covid19.

De justicia es resaltar el trabajo general y profundidad de lectura conseguida por la batuta de Philippe Jordan a lo largo de estos cuatro años desde el podio. Si en su debut en 2017 no pasó de una mera discreción, la calidad se ha ido incrementando año a año y ha conseguido una lectura redonda, flexible y expresiva. La obertura sonó rotunda y brillante, en los monólogos de Sachs, la orquesta se plegó con delicadeza y un hermoso equilibrio de secciones. El quinteto pasó como un onírico espejismo sonoro y el finale alocado y siempre complejo del segundo acto fue impecable. Jordan se ha sabido hacer con la partitura manejando un tempo donde la serena reflexión musical y las hermosas costuras de una particella larga que combina momentos de belleza camerística con momentos de grandeza coral y orquestal inolvidables. Su mejor trabajo en la verde colina hasta la fecha.

Una producción donde la suma de factores dio como resultado una gran versión de la llamada Gesamtkunstwerk wagneriana. 

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