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La energía de la naturaleza

Madrid. 26/10/2021. Auditorio Nacional. Ibermúsica. Obras de Bruch y Bruckner. NDR Elbephilarmonie Orchester de Hamburgo. Josua Bell, violín. Alan Gilbert, director musical.

Para muchos melómanos, entre los que me incluyo, el principal motivo de viajar a Hamburgo en los últimos años ha sido el admirar el icónico edificio que la genialidad de Herzog & de Meuron ha construido en la orilla del Elba. No deberíamos sin embargo desatender el contenido de tan extraordinario envoltorio, la NDR Elbphilharmonie Orchester es una magnifica orquesta, al nivel de las grandes alemanas, a la que hemos tenido el placer de escuchar sin tener que volar al norte, por gentileza de Ibermúsica, como inicio de una nueva temporada que necesitamos creer ya instalada en la plena normalidad.

Es además la oportunidad de escuchar por primera vez a su nuevo director principal, Alan Gilbert, formalmente a los mandos de una orquesta a la que conoce desde hace años. El resumen de la noche podría ser la demostración de la calidad sonora de la formación y una dirección potente y dedicada, aunque tendente a la hipérbole y la exaltación romántica.   

Para la primera pieza, la Fantasía escocesa para violín contamos con la entrega vivaz de Joshua Bell, uno de los violinistas más destacados de su generación. El lamento inicial mostró la calidad expresiva del instrumento, tras lo cual se lanzó a un recital de agilidades, persiguiendo el brillo y la precisión, a costa de una mayor proyección. El virtuosismo se le supone a un solista de su categoría, pero no necesariamente esa capacidad narrativa de la que hizo gala: en combinación con la orquesta dibujó sonoramente los cuadros medievales que tantas veces acompañan las notas al programa de esta obra. Se agradece, además, que huyera de la tentación de abrazar demasiados modismos folclóricos en forma de glisandos y portamentos, decantándose por un rigor técnico, pero muy sentido. Y como propina nos dio un O mio babbino caro para todos los públicos, de fraseo primoroso y etéreo, pero inevitablemente edulcorado y anticlimático.

Con Brucker y su Cuarta sinfonía, Gilbert continuó con una lectura orquestal similar a la utilizada en Bruch. La interpretación pareció empeñarse en unir las obras del programa en vez de resaltar sus enormes diferencias –que las hay, aunque conocemos la anécdota de que se estrenaron casi simultáneamente y que ambas están en mi bemol mayor. Apuntó a una solemnidad luminosa y resaltó los elementos de naturaleza y ficción medieval a través de fraseos amplios, generosos y de unos crescendos excelentemente armados. Pero una buena sinfonía es más que eso, necesita tensión y contrastes, los clímax se cimentan más en las medias voces previas que en las explosiones sonoras. Nos encontramos así ante una lectura energética, atractiva y generosa, pero en su conjunto escasa de espíritu.

Los tonos amaderados de una magnifica sección de cuerdas actuaron como como una envolvente aterciopelada para una interpretación en la que primó el empaste frente a la exhibición de colores y timbres orquestales. Esto no impidió el disfrute de magníficos momentos de lucimiento instrumental, sobre todo en los magníficos metales -limpieza extrema en el primer movimiento y majestad heráldica en el célebre Scherzo. En definitiva, disfrutamos de un retrato romántico de la naturaleza en su versión más expansiva que, por momentos, olvidó que su grandeza también se esconde en las humildes hierbas.

Foto: Rafa Martín.