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El cambio en Mozart

Amsterdam. 4/11/2021. Nationale Opera. Mozart. Don Giovanni. Seth Carico (Don Giovanni), Rafal Siwek (Commendatore), Adela Zaharia (Donna Anna), Long Long (Don Ottavio), Amanda Majeski (Donna Elvira), Adrian Sâmpetrean (Leporello), Frederik Bergman (Masetto), Lilian Farahani (Zerlina) Coro de la National Opera. Nederlands Kamerorkest. Dirección de escena: Claus Guth. Dirección de orquesta: Jérémie Rhorer.

Don Giovanni puede que sea mi ópera favorita. Si algo soy en esta vida es profundamente mozartiano, y con esta ópera he tenido a lo largo de mi vida una relación muy constante. He visto multitud de "Don Giovannis” y hasta me he dedicado muchas veces, como hobby, a analizar algunas de sus partes queriendo aproximarme un tanto a esa insondable y profunda genialidad, quedándome siempre atónito, al acercar esa lupa, de como alguien puede haber creado algo así, de esa magnitud. 

El secreto de Mozart es el cambio, hacer, con los mínimos elementos, que la música fluya de un lado al otro de forma constante. Nada es igual que lo anterior, incluso en la repetición de elementos, y como no estés muy atento, esa transformación se opera sin que te des cuenta. Digamos que es como estar en ese difícil estado meditativo donde todo fluye de un lado a otro constantemente y tu debes surfear las “olas” de lo que venga sin hundirte en ellas por estar con la mente por detrás o por delante de ese “ahora”. Con Mozart, y si te subes bien a ese carro, puedes pasar por los más variados y maravillosos paisajes/estados de ánimo posibles, por eso su música es tan profundamente humana. Y esa montaña rusa de emociones y sentimientos se transforman -y ese es el quid en Mozart- de forma siempre rápida y con pocos elementos, por ese equipamiento quasi camerístico que corresponde a su época y que muchas veces nuestros oídos actuales, acostumbrados al aparato y a la redundancia posterior de otras épocas, no pueden percibir en su totalidad: hay que quitar capas, volver al núcleo, a la esencia, y siempre en Mozart, haciéndolo de forma muy fluida y rápida. Esa es una de sus principales dificultades (tanto para el oyente como para el intérprete). 

En Don Giovanni todo ese “cambio” es una constante, y viene aumentado además con esa imbricación del drama con la comedia napolitana tan lograda. Como muestra de todo ello siempre tomo el prodigioso recitativo acompagnato “In quelli accesi” previo al aria “Mi tradi”. Donna Elvira está furiosa y despechada, no puede más con todas las penalidades que le hace pasar Don Giovanni. La orquesta empieza rugiendo en este sentido con un aparatoso motivo alla breve combinando bipolares y extremos fortes y pianos, y deja que la cantante se despache con su ira. Las cascadas de semicorcheas staccato de los violines reafirman lo expresado, están llenas de rabia, de despecho, el personaje no puede más. Pero ¡ay!.....de repente, ese mismo diseño rugiente del inicio se empieza a ablandar, esa firmeza empieza a tambalearse, musicalmente modula de tonalidad a un recogido sol menor y el matiz cambia a piano: Donna Elvira empieza a dudar (“desgraciada Elvira, que lucha de sentimientos nace en tu seno”) es el mismo diseño de antes pero con un color absolutamente diferente. Donna Elvira no puede evitarlo: está llena de amor. La música continúa modulando y la orquesta se aquieta en pedales largas que pintan el nuevo estado, a la cantante le brota el nuevo sentimiento y es cuando entonces, se producen los suspiros más maravillosos que quizá se hayan escrito jamás: los primeros violines en contratiempo dibujan ligadas corcheas en intervalos de sexta ascendidos en forte en la segunda nota. Resuelve todo en calderón para que el personaje tenga tiempo y pueda dudar un poco más para seguir preguntándose por su desdicha (“¿Y estas angustias?”) algo que queda reflejado con los nuevos suspiros en los violines que ahondan un poco más en este mas angustioso estado. Maravilloso, y todo esto… todo este cambio, ¡¡¡en sólo 36 compases!!! Así es Mozart.

Cuento todo esto, porque cuando asistes a una representación de Don Giovanni y te hacen percibir en bastante medida estas diferencias, estos cambios, uno se congratula, y te hace salir feliz de un teatro habiendo podido percibir un tanto de la esencia mozartiana. Es verdad que partituras como Don Giovanni tienen tanta riqueza que resulta casi imposible salir satisfecho al 100%, pero el ser consciente de esta dificultad, te hace valorar también el porcentaje conseguido resultante. 

Uno de los responsables principales fue Jérémie Rhorer, el director musical de Le Cercle de L’Harmonie, que después de un intenso, marcado y profundo acorde inicial de la obertura (y aunque fuese luego trazada demasiado de una sólo pieza) consiguió colorear de forma bastante abigarrada la obra, usando para ello de forma muy sabia los tintes que le daban los instrumentos de madera -tan fundamentales para ello en Mozart- y dando pulso teatral, nervio y electricidad a las partes que así lo requerían, ayudándose con el buen uso de los metales y la percusión.  Diferenció también lo suficiente secuencias y episodios (incluido el recitativo In qualli accesi antes aludido) con la sensación de conocer más que bien toda la obra, y sacó un muy buen partido de la excelente Nederlands Kamerorkest  que con trompas naturales, flautas de madera, y cuerda sin vibrato pintó toda la representación con colores puros y vivos. 

La puesta en escena de Claus Guth está teniendo, desde su origen en el Festival de Salzburgo del 2010 un interesante recorrido, en Madrid la pudimos ver el año pasado, y aquí en Amsterdam, con respecto a allí, continúa desarrollándose esta vez con una perpetua nieve cayendo en la última escena, algo que le va muy bien y completa el lado más fantasmagórico de la obra, así como su dimensión y grandeza. Si bien es verdad que el famoso bosque donde sitúa la obra al final acaba pesando, la puesta de Guth tiene fuerza, resuelve muy bien situaciones, e incorpora ideas nuevas que aportan. La principal es esa herida mortal que recibe el protagonista en su duelo inicial con el Comendador, que hace que en el personaje cobre sentido esa precipitada y arrolladora huida hacia delante que se da en toda la obra del que sabe que poco le queda. Otro acierto total de Guth es el desarrolladísimo trabajo en los recitativos; caracteriza muy bien cada personaje, y aporta cosas  en ese juego constante de diferencias y cambios del que antes hablaba, incluido el lado más cómico, algo que a muchos y sesudos directores de escena les cuesta abordar.

La mejor cantante de la noche, con diferencia, fue Adela Zaharia, y dudo mucho que haya una mejor Donna Anna en el panorama internacional que la de la soprano rumana, que está haciendo todo un tour por los principales teatros del mundo con el personaje. Al igual que en Madrid, dio una lección mozartiana, con su timbre limpio y bien emitido, bello, esmaltadísimo; con una igualdad asombrosa en todos los registros. Afinadísima, musical, hizo que su Non mi dir se convirtiese en el momento álgido de la noche. Bien fraseado, con legato de ley y coloreado maravillosamente por Jérémie Rhorer (¡esos ingrávidos y acariciantes clarinetes!) consiguió llevar al público a un quasi estado de gracia hasta la bien resuelta en agilidades coda del aria, a pesar de no acabar de rematar y descorchar ese último impulso álgido de la pieza, quizá atada por la concepción mas comedida de Guth con el personaje, algo que también hizo algo de mella en el carácter del Or sai chi l’onore echándose en falta ese fuego tan bien marcado por Mozart con sus esquinados diseños. 

El negativo en cuanto a igualdad y colocación vino de la Donna Elvira de Amanda Majeski. La voz, de agradable color inicial, ha perdido mucho barniz, y se le empiezan a ver las costuras, algo que le lastró su desempeño, e hizo desembocar en un problemático Non mi dir. 

Seth Carico estuvo intenso y variado, subiéndose bien al carro en el tour de force que le impone Guth haciéndole estar prácticamente siempre en escena incluso en momentos donde Don Giovanni no tiene por qué aparecer en escena. El cantante americano no tiene una voz especialmente bella, y se vuelve más ácida según sube hacia el agudo, pero es sonora, está siempre muy preocupado en matizar, y muchas veces consigue un buen resultado en este sentido, como demostró en el Deh, vieni alla finestra o el La ci darem la mano. Rítmicamente sobresaliente, algo muy importante en este personaje, consiguió hacer un Finch’han dal vino impecable en este sentido, algo nada frecuente de escuchar. 

Seguro y regular el Don Ottavio de Long Long, aunque ayuno de matización, finura y magia, una pena que no supiese aprovechar la bellísima e ingrávida alfombra de seda que, en este sentido, le tejió Rhorer en el Dalla sua pace.

Intermitente el Leporello de Adrian Sâmpetrean alternando una estimable y bien delineada aria del catálogo con periodos de ausencia y falta de pegada. Y sonoro y rocoso el Masetto de Frederik Bergman, otorgando cierta tosquedad que al personaje no le va del todo mal. Correcta la Zerlina de la ligerísima Lilian Farahani, y suficientemente tonante y con presencia el Comendador de Rafal Siwek en la última escena. 

 

 

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Fotos: © Bart Grietens