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Alegría de vivir

Madrid. 13/12/21. Teatro de la Zarzuela. Obras de Falla, Rodrigo, Nin. Lecuona... Rubén Fernández Aguirre, piano. Lisette Oropesa, soprano.

Por supuesto que toda procesión (y profesión) va por dentro y que habrá días y días, pero pocas veces se escucha una música y una letra en un cantante que parezca casar a la perfección con su forma de ser. Con su sensibilidad ante la vida. Una de esas raras ocasiones la acabamos de vivir en el Teatro de la Zarzuela, con la soprano Lisette Oropesa, estrella internacional de la lírica, de orígenes cubanos, que cerraba el programa oficial entonando la salida de Cecilia Valdés: "Yo no conozco las penas, yo siempre cantando voy. Siento en mi alma cubana la alegría de vivir. Soy cascabel, soy campana... Y mi risa cristalina es un eterno tin-tin, tin, tin, tin".

El carisma de Oropesa es arrollador y su vitalidad, contagiosa. Algo que se refleja, directamente, en la luz de su voz y en su forma de entender el canto. Por ello fue escogida por Platea Magazine como una de las sopranos más importantes de la actualidad y una de las 100 personalidades más influyentes de la música clásica durante 2019-2020. Este mes, además, protagoniza nuestra portada con una entrevista donde ella misma me explicaba que se siente más libre desde la concepción del bel canto. Es este el camino al que se ha entregado, también para cantar zarzuela y canción tanto de Cuba como de España en su presentación ante el público del Teatro de la Zarzuela.

En los atriles el programa se vertebraba sobre autores que vivieron el cambio de siglo del XIX al XX: Lecuona, Sorozábal, Roig... con canción y zarzuela en cada parte del recital, siempre cómodo para la tesitura de la cantante. No terminaron de cuadrar del todo, por época, tanto el arranque de Barbieri como la Suite para pian sobre temas de "Marina" de Arrieta (previsto por el pianista inicialmente para otro recital con Sabina Puértolas, cancelado por huelga), ni por latitudes el argentino Astor Piazzolla, por más que tratara de justificarlo el propio Rubén Fernández Aguirre dentro del centenario del compositor. Por lo demás, el pianista, con una gesticulación realmente efusiva, acompañó a Oropesa procurando siempre su propia parcela de protagonismo y mostrándose siempre excelso en el quehacer. Su piano canta, busca la diferencia a cada oportunidad y danza, como se escuchó en Piazzolla, Ankermann, Sánchez de Fuentes o Roig, especialmente, yendo de la mano de la cantante.

Lisette Oropesa salió al escenario con El barberillo de Lavapiés y la efervescente "Como nací en la Calle de La Paloma", donde mostró frescura y se empleó de un marcado vibrato natural. A continuación, las Siete canciones populares de Manuel de Falla, expresivísimas en voz e intención con la soprano estadounidense, de clara dicción, donde sorteó con agilidad e inteligencia el tempo más rápido de la Seguidilla, las exigencias más graves de la Asturiana y, sobre todo, el Polo, dosificando fiato y colocación en los resonadores, siempre con un timbre homogéneo; y de bella factura, más terrenal que etérea, diría, en su Nana, más sentida que suspendida.

En este ascenso de noche, que fue siempre hacia algo mayor, incluída cada propina, brilló especialmente Oropesa en la Montañesa de Nin, así como las habaneras de Ankermann (Flor de Yumurí) y Sánchez de Fuentes (primera propina: ), mirando hacia la Isla de donde proceden sus abuelos. La Flor de Yumurí fue coronada con un precioso, delicado y sublime sobreagudo, cuya fórmula repitió en En un país de fábula, de La tabernera del puerto, sumándole una magnífica messa di voce, en una preciosista concepción belcantista de la romanza. Siempre pendiente del texto, de lo que se dice y transmite más allá de cantar las notas, Oropesa abrió la segunda parte de la noche con un magnífico Mulata infeliz de María la O y la coronó con la ya mencionada salida de Cecilia Valdés en la zarzuela homónima. Entre tanto, los Cuatro madrigales amatorios de Rodrigo, donde su voz pudo mostrarse en mayor plenitud que con falla, especialmente con las coloraturas en ¿De dónde venís, amore? y De los álamos vengo, madre

Un timbre siempre cristalino, en una voz con facilidad y naturalidad para mostrarse luminoso, risueño en el decir cuando así se le requiere... Lisette Oropesa es un rayo de luz, por sus formas y su técnica vocal, por su carisma que vive en el hoy. ¡Hasta un chiste contó! Por supuesto, cantó también en las propinas las Carceleras de Las hijas del Zebedeo, a la que pocas cantantes extranjeras se resisten a la hora de cantar zarzuela. Y lo hizo brillantemente. Aún más brillante resultó la mayor sorpresa de la noche: El húsar de la guardia (cuya protagonista también se llama Lisette), cuajada de agudos, coloratura y luz. Un broche a una noche sobresaliente, de auténtico disfrute. Me decía un gran figura de la zarzuela a la mañana siguiente que Lisette era la mezcla perfecta entre la elegancia de Katherine Hepburn y la simpatía de Conchita Supervía. Y no puedo estar más de acuerdo.

Por cierto, que no me iba a ir de aquí sin decirlo: cuando una cantante de la talla internacional de Oropesa sale al escenario a defender la zarzuela y al Teatro de la Zarzuela, abogando por su declaración como patrimonio inmaterial de la humanidad.... y cuando todo el mundo rompe en aplausos en su apoyo, lo último que se debe hacer en ese momento es negar vehementemente con la cabeza. Ni siquiera aunque estés diciendo algo positivo o recordando que se te ha olvidado comprar altramuces, porque la imagen que queda es esa. Tanta condescendencia es nefasta. ¡Viva la zarzuela viva! ¡Y viva la zarzuela pública, para todas y para todos!

Foto: Elena del Real.