Ocaso Real22 b

Modesta aunque meritoria consumación

Madrid. 30/01/2022. Teatro Real. Wagner: Götterdämmerung. Andreas Schager (Siegfried). Lauri Vasar (Gunther). Martin Winkler (Alberich). Stephen Milling (Hagen). Ricarda Merbeth (Brünnhilde). Amanda Majeski (Gutrune). Michaela Schuster (Waltraute). Claudia Huckle (Norna). Kai Rüütel (Norna). Elisabeth Bailey (Woglinde)  Maria Miró (Wellgunde). Robert Carsen, dirección de escena. Pablo Heras-Casado, dirección musical.

El Teatro Real completa estos días su recorrido por la tetralogía wagneriana dejando a su paso un sabor agridulce. Marcado por la pandemia, este Anillo no ha podido gozar de todo el despliegue orquestal que fuera menester y eso ha supuesto un lastre en algunas jornadas, singularmente en este Ocaso que nos ocupa. Pablo Heras-Casado, con su primer Ring, ha dejado una impresión desigual, con jornadas más estimulantes (Die Walküre y Siegfried) y otras menos inspiradas (Das Rheingold, Götterdämmerung). En el caso concreto de este Ocaso, se echó de menos un fraseo más incisivo y una idea más narrativa de lo que supone el foso para el drama wagneriano.

La Orquesta Sinfónica de Madrid no mostró su mejor faceta en esta ocasión, con una cuerda falta de relieve, por momentos inaudible, de escasa densidad sonora, opacada las más de las veces por un metal que se escuchaba como en bloque, escindido del discurso musical. Esto a causa, sin duda, de su ubicación, situado parcialmente en los palcos laterales de platea, donde el metal ganaba una presencia excesiva y preponderante, dando la impresión de sonar al margen de cuanto acontecía en el foso.

Así las cosas, intenso y voluntarioso, Heras-Casado propuso una versión de tiempos extremadamente ágiles, a veces un tanto atropellados, con pasajes de fraseo algo emborronado, de un sonido más seco y vigoroso que grandioso y dramático (algo evidente en la muerte de Sigfrido). Se echó de menos un mayor lirismo en los pasajes donde cabía ahondar en ello (caso del final, con un tema de la redención por el amor que sonó algo alicaido). En líneas generales, el mayor demérito de este Ocaso ha sido la falta de empaste entre el foso y los metales situados en la sala; por momentos, no exagero, tuve la tentación de taparme el oído derecho para no percibir el metal con tanta presencia, solapando todo lo demás.

Quiero creer que en otras condiciones, sin estos lastres propios de la pandemia, la impresión habría sido otra, porque ciertamente Heras-Casado apunta ideas interesantes, en la búsqueda de un Anillo quizá más ágil, menos pagado de sí mismo en términos sonoros, más de carne y hueso, precisamente en consonancia con la propuesta de Carsen. Pero ni las condiciones de la sala en esta ocasión ni el desempeño de la Sinfónica de Madrid lo hicieron posible. En 2020, al hilo de Die Walküre escribí lo siguiente: "Este es un Wagner que suena sin complejos, liberado de ataduras, sin la necesidad de identificarse con referentes de antaño, con una batuta que cree en la partitura y en sí mismo como las dos únicas armas para llevar adelante".  Me reafirmo en lo dicho, si bien en este Ocaso no se dieron las circunstancias para percibirlo de igual manera.

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En términos vocales, la impresión general fue correcta. Estuvo bien resuelto el Siegfried de Andreas Schager, más allá de su envarada vis actoral, poco sugerente y apenas contrastada, pero comprometido al menos con la propuesta de Carsen. Vocalmente ofreció solvencia y homogeneidad a lo largo de toda la velada, con un timbre sonoro y resolutivo en el agudo. A su lado, Ricarda Merbeth se dejó la piel con su primera Brünnhilde, si bien no posee un instrumento de resonancias dramáticas, el que cabría esperar para este rol. Supo dosificar sus fuerzas, dejando instantes valiosos en el segundo acto y poniendo toda la carne en el asador para su última escena, ciertamente convincente, aunque no epatante.

Stephen Milling sirvió un Hagen de voz robusta y medios sonoros, contundente en sus dos grandes intervenciones, el monológo del primer acto y la llamada a los gibichungos en el segundo. Decepcionó un tanto Lauri Vasar como Gunther, con una voz de tintes guturales que apenas corría por la sala del Teatro Real. En la Gutrune de Amanda Majeski eché de menos un punto más seductor en sus acentos, hubiera preferido un enfoque menos pusilánime y taimado. Impecable, eso sí, Michaela Schuster en su breve pero intensa intervención como Waltraute.

En la función que nos ocupa hubo un par de sustituciones menores. Así el rol de Flosshilde fue interpretado por Marina Pinchuk y el de la primera norna estuvo a cargo de Anna Lapkovskaja, en sustitución de Claudia Huckle, que ponía voz a ambos personajes. El trio de nornas, sonó en todo caso digno y musical, sin fisuras; y lo mismo cabe decir de Elizabeth Bailey como Woglinde y de María Miró como Wellgunde.

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La propuesta de Robert Carsen cierra el círculo con este Ocaso, recogiendo algunas ideas -las pocas y las mejores, en realidad- expuestas ya en Das Rheingold. A decir verdad su Anillo pasa un tanto de puntillas sobre las dos primeras jornadas, Die Walküre y Siegfried, en las que 'el lío familiar' -como escuché decir a una espectadora a mi alrededor- gana protagonismo en detrimento de la narración general, con todos sus grandes temas de fondo. Temas que reaparecen precisamente en este Götterdämmerung, cuajado de extensas -y a veces tediosas- recapitulaciones a nivel del libreto. Carsen nos habla aquí de un mundo en decadencia, de la pérdida de los ideales, en una clave medioambiental que ha ido ganando actualidad con los años. Desde un punto de vista dramático y plástico, este Ocaso resulta visual, relativamente ágil y acierta a concluir con una imagen para el recuerdo, con Brünnhilde caminando hacia un Walhalla en llamas, al tiempo que se precipita una fina lluvia, alegoría del Rin desbordando su cauce.

Recapitulando, puede decirse que este Ocaso cierra un esforzado Anillo, aunque dejando a su término una impresión agridulce. Con todo lo dicho aquí es complicado no sonar condescendiente al decir que este Ocaso ha sido modesto aunque meritorio. Y es que sería muy fácil subrayar lo que no funcionó, pues fue obvio; pero sería seguramente injusto ponderar el conjunto haciendo pasar la parte por el todo.  ¿Es lógico que una primera tentativa con la tetralogía wagneriana no sea memorable? Por supuesto. ¿Pero cabe pedirle algo más al ‘mejor teatro del mundo’? Yo creo que sí.