Yoncheva Liceu22 A.Bofill b

La euforia y el olvido

Barcelona. 30/04/2022. Gran Teatre del Liceu. Obras de Verdi y Puccini. Sonya Yoncheva, soprano. Orquestra Simfònica del Gran Teatre del liceu. Nayden Todorov, director.

Asistíamos este sábado al Liceu para ver a Sonya Yoncheva y darnos cuenta, en contra de las promesas de la página web de la casa (“la aclamada soprano Sonya Yoncheva nos regala una noche inolvidable”), de que la velada que nos iba a ofrecer ni era ningún regalo ni iba a ser inolvidable.

No empezaba mal la cosa. La orquesta del Liceu se mostró dúctil, técnicamente capaz en la obertura de Nabucco, aunque luego pusiera poco drama y menos poesía en la introducción al aria de Isabel de Valois. Nayden Todorov dirigió con claridad, eficiencia y concentración para obtener buenos resultados durante toda la velada. Y la estrella estaba por venir: Sonya Yoncheva.

Sonya Yoncheva tiene una voz bellísima en una cierta octava y una musicalidad básica. Correcta. Nada de lo que hizo fue de mal gusto (con excepción de la Habanera de Carmen) ni los límites técnicos de la cantante provocaron catástrofe alguna. Sin embargo es evidente que es una soprano con graves deficiencias en el registro agudo. Y no se trata sólo de que la voz pierda brillo en la zona aguda, sino que además se producen evidentes problemas de entonación. A ello se ha de añadir que es ,precisamente en el registro grave, donde la orquesta se le impone claramente lo que resulta es una tessitura muy corta para un repertorio muy exigente.

Todos ello pudiera haber sido compensado si la linea interpretativa, la tensión dramática, la elegancia extrema o cualquier otra sugestión estuvieran ahí para recordarnos que no sólo de agudos y volumen vive el hombre, pero no fue en ningún momento el caso. Don Carlos se desarrolló en su original francés con corrección, bello timbre y discreto volumen. En In quelle trine morbide de Manon Lescaut a la susodicha corrección se añadió una emisión de las vocales poco idiomática. Se enfrentó al Pace, mio Dio de La forza del destino, la messa di voce inicial fue excelente pero la dicción falsa y se mostraron con toda claridad las costuras de su registro agudo.

Yoncheva Liceu22 A.Bofill c

Hasta el momento todo se movía dentro de los límites de la más estricta normalidad. No siempre se tiene la noche, el talento, la técnica o lo que haga falta para el caso. No obstante, Vissi d’arte tiene lo que tiene y no será la primera ni la última vez que se aplaude desmedidamente en el Liceu. En realidad ahí se hizo más evidente que nunca, por ejemplo, el vicio de abandonar el apoyo de las últimas notas de ciertas frases y un tipo de interpretación muy superficial, a pesar del enfoque aparentemente expresivo.

Sin embargo, como decía Rubianes, “habían venido a disfrutar e iban a disfrutar”. Tal vez fue, siendo positivos, la gloriosa música de Puccini o los eficientes oficios de la orquesta, aunque el entusiasmo popular excedió claramente el calado del asunto y no dejaría de hacerlo hasta el final a pesar de las protestas de algún espectador de los pisos altos. 

Tras un Intermezzo de Madama Butterfly de intensa plasticidad y en evidente incongruencia cronológica, vino Un bel dì vedremo, de la misma ópera como es bien sabido. No era este un modo para nada razonable de refrenar el furor de las masas. Al galope de feas respiraciones, resoluciones de frases desapoyadas, agudos abiertos y un final vocalmente desangelado se fue fraguando una ovación fuera de toda lógica, salvo que fuera destinada a Puccini quien, como estaba previsto, no asistió al evento.

Y este era el programa, pero dado que se había generado el “caloret” tuvimos, además, tres bises. Aquí el entusiasmo estaba plenamente justificado puesto que estábamos fuera de menú. La Habanera de Carmen dio lugar no sólo a ese tipo de compadreos simpáticos entre la soprano y el director, sino también a ciertas arbitrariedades rítmicas. O mio babbino caro de Gianni Schicchi tuvo su momento enigmático en las elecciones sobre la respiración (“mi struggo e mi/tormento”), lo que no impidió que el consenso en una platea puesta en pie se mantuviera firme y lozano. Y hubo todavía una nueva ejecución de In quelle trine morbide que ofreció lo mismo que la primera: una noche muy olvidable en la que, a pesar de todo, había que disfrutar.