noseda fondazione teatro regio di torino

Mucho repertorio. Poco repertorio.

Madrid. 13 y 14/09/16. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. Fundación Ibermúsica. Obras de Wagner, Hayd, Rachmaninov y Shostakovich, entre otros. Philipp Cobb, trompeta. London Symphony Orchesta. Gianandrea Noseda, dirección.

Lo hablaba hace unos días con el responsable de comunicación de un importante ciclo musical: por lo general, hoy en día estamos acostumbrados a un nivel tan alto de calidad en la música ofrecida en nuestro país, que acabamos sacando peros a casi todo, a conciertos que hace años hubieran tumbado de espaldas a más de un espectador. Por supuesto, esto también significa, o quiero pensar que significa, que el público de nuestros auditorios y teatros se ha vuelto con el tiempo más experto, que conoce mucho mejor lo que escucha y por ende, más exigente.

Este es el caso, sin duda, de los abonados al ciclo de Ibermúsica. En más de doscientas ocasiones ha acercado Alfonso Aijón a la London Symphony Orchestra a nuestro país, a lo largo de más de 40 años desde 1974, cuando vinieron a Granada con Erich Leinsdorf. Se dice pronto, pero a ver quien es capaz de igualarlo. En esta ocasión acudía a Madrid con el director italiano Gianandrea Noseda al frente para hacerse cargo de dos programas de lo más heterogéneo, con mucho y muy distinto repertorio. Desde operísticas piezas de Wagner y Verdi a los sinfónicos Rachmaninov y Shostakovich, pasando por Haydn o Debussy. Para abarcar tanto y tan diferente, las formas han de ser flexibles y claras; las capacidades superiores y el repertorio de fórmulas y formas dilatado. Pero Noseda no tiene suficiente repertorio para tanto repertorio.

No es que el italiano sea un mal director, pero volvemos a lo de antes: estamos acostumbrados ya a cosas mejores. Sólo la Segunda sinfonía de Rachmaninov que se ofreció en el segundo de los conciertos, Ibermúsica nos la ha traído en los últimos años con Mariss Jansons y la Concertgebow de Amsterdam, Chailly con la Gewandhausorchester de Leipzig, Pappano también con la London Symphony o Previn con la Filarmónica de Oslo, y todas en poco más de los últimos diez años. La Segunda de Rachmaninov es su respuesta, tan intensa como melódica, a la depresión en la que cayó tras el fiasco del estreno de su Primera Sinfonía. Hay que saber manejarla con equilibrio y claridad de conceptos, y justo es lo que parece faltarle al director italiano. Su dirección se muestra un tanto deshilvanada, no en fino encaje sino como el desenredo de un cabo en filástica naútica. Es caprichosa, errática, en un contraste de dinámicas forzado, llevado en ocasiones al estruendo en forte, en la búsqueda del efectismo sonoro. Y del mismo modo se planteó la Quinta sinfonía de Shostakovich, resultando bastante plana en el significado, resolutiva en el significante. Desde luego sino hubiese sido la London Symphony quizá estaríamos hablando de un fiasco de noche, pero la buena labor de la formación nos hizo sobrepasar, al menos, lo aceptable.

El resto de los programas se sirvió con similar guión, bajo el rígido gesto de Noseda, no muy articulado, que sólo puede ofrecer contraste y tensión. Al límite en la Obertura de Las víspersas sicilianas de Verdi, emborronado en la de Los maestros cantores de Nüremberg wagnerianos. Al parecer muy perdido en lo que Debussy significa, fuera de cualquier sutileza en La Mer, y más acertado en el Concierto para trompeta de Haydn, donde no hubo tiempo para explosiones sonoras fuera de lugar, y donde resaltó el buen hacer del solista de la formación, Philip Cobb.