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Todos esos hombres

Madrid. 11/06/22. Teatro Real: Debussy: La damoiselle élue / Honegger: Jeanne d'Arc au bûcher. Marion Cotillard (Jeanne d'Arc). Enkelejda Shkosa (Narradora / Catherine). Camilla Tilling (La doncella). Sébastien Dutrieux (Padre Dominique). Sylvia Schwartz (La virgen). Elena Copons (Marguerite / Soprano solista). Charles Workman (Porcus / Heraldo / Clérigo / Tenor solista). Torben Jürgens (Bajo solista / Heraldo II), entre otros. Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Juanjo Mena, dirección musical. Àlex Ollé (La Fura dels Baus).

"C’est moi, Jeanne, qui suis tout cela? L’Église, les prêtres, tout ce qu’il y a au monde de respectable et
de capable et de savant; c’est cela, d’une voix qui me condamne?"

Si algo puede reconocérsele al Teatro Real y a su director artístico Joan Matabosch, en esa continuidad de la labor que ya comenzó realizando en el Gran Teatre del Liceu, es el necesaria y bien llevada apertura hacia las músicas de los siglos XX y XXI. Seguir el camino de Gerard Mortier, en un ejercicio por el que entonces nos rasgábamos las vestiduras y ahora aplaudimos desde cada planteamiento... Para vivir con tanta libertad en Madrid está visto que tenemos que ser así, un tanto obtusos.

Dado el vacío existencial generado ante la ausencia en nuestra ciudad de la lírica de las últimas décadas y la falta de una tradición operística asentada entre el público que asiste al Real, por lo general, desde el coliseo madrileño se ha puesto sumo cuidado en las propuestas con las que servir la música más actual: Moses und Aron por Castellucci, Die Soldaten por Bieito, Bomarzo y Die Eroberung von Mexico por Audi, Billy Budd y Peter Grimes por Warner... pero también novedades como Brokeback Mountain por Van Hove, The Perfect American, Dead Man Walking u Only the Sound Remains por Sellars. Para este curso y junto a La damoiselle élue de Debussy, me atrevería a decir que el público ha podido (re)descubrir a Arthur Honegger: el del tren en Pacific 321, la cabra (Danse de la chèvre) y la flor bíblica de Le roi David. Un artista singular, aunque nada excepcional para la época, alumno de Widor y D'Indy, que formó parte del conocido grupo de Les six junto a Milhaud, Tailleferre, Auric, Durey y Poulenc (si es que entendemos que sólo lo formaban seis artistas).

Su música, como puede apreciarse en Jeanne d'Arc au bûcher (Juana de Arco en la hoguera), es absolutamente personal, a la par que en la búsqueda de su actualidad, sin dejar de mirar al pasado romántico alemán, lo que terminó por diluir, entre otros asuntos, la heterogénea colla de Les six. Por supuesto ahí están las ondas Martenots, muy bien llevadas por Nathalie Forget, que surgen colorísticas y místicas en momentos clave de la partitura, pero también el piano preparado, mutando en clave y coqueteando con el neoclasicismo de Stravinsky y Falla, los juegos de las maderas, con relevantes intervenciones de Pilar Constancio, la introducción de los saxofones o la utilización de la percusión. Todo un retablo de ideas, texturas y colores que pretende no sonar a nada y que suena a todo, llevado con experta mano concertadora por Juanjo Mena, quien pisaba el foso del Real tras la cancelación por reajuste en el presupuesto de La peste, en las programaciones pasadas del teatro. El maestro vitoriano mostró también gran habilidad de volúmenes en el prólogo creado a través de La Damoiselle Élue de Debussy. Imbuirse en la filigrana de color del genio francés, con una sutilidad mantenida casi en todo momento, en una sala tan grande y un público que no parecia comprender, al menos esa noche, el valor del silencio, es un trabajo complicado.

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Sobre el texto de Paul Caudel, embajador francés conocido por su imbricación de la religión y el catolicismo en sus versos, al mismo tiempo que frecuentaba las formas más modernistas en sus textos, Àlex Ollé y La Fura dels Baus hacen auténticas maravillas. La historia es la que es, aunque por desgracia se repita... o más bien no deje de sucederse. Juana de Arco vivió en el siglo XV y Caudel versó sobre ella en un periodo oscuro, donde la Segunda Guerra Mundial era inminente... y la recibimos ahora en tiempos de incertidumbre, ceguera y dolor. Juana de Arco simboliza muchas cosas, pero no deja de ser, en todo momento, lo que es: una mujer en la hoguera. En el XV, el XX y el XXI. Confrontada por hombres, juzgada por hombres, condenada por hombres, quemada por hombres y revisitada, en cada una de estas ocasiones, por hombres. No hace falta siquiera salir del propio Teatro Real para comprender por qué Juana de Arco tiene, aún hoy, tanta relevancia. "C’est moi, Jeanne, qui suis tout cela? L’Église, les prêtres, tout ce qu’il y a au monde de respectable et de capable et de savant; c’est cela, d’une voix qui me condamne?", pregunta Juana al Padre Dominique. "Tous ces grands hommes qui t’ont condamnée... ils croient dur au Diable, mais ils ne veulent pas croire à Dieu", le contesta. Los hombres (y las mujeres que imitan los rancios cánones establecidos por ellos) llevan creyendo (sólo) en los hombres demasiado tiempo.

Ante todo ello, Ollé pone el foco, obviamente, sobre la figura de Juana de Arco, prácticamente perenne durante toda la obra en una suerte de pira, pero también de altar, desde donde contempla el proceso abierto sobre ella. Sin embargo, uno de los grandes aciertos de esta propuesta es dotar de la máxima relevancia al pueblo, a la masa, cómplice y colaborador necesario en la condena a la muchacha, que es interpretada aquí por Marion Cotillard, quien ya hiciera lo propio hace una década en el Auditori de Barcelona con la OBC y en sustitución de la inicialmente prevista Irene Escolar. Sus formas son sutiles, contenidas, dibujando una protagonista aparentemente frágil, firme en sus convicciones, sin miedo, pero con preguntas ante la barbarie. Para dar vida a la decadencia social, cumple aquí un papel fundamental el Coro Intermezzo, que se muestra soberbio en todo momento. Vital para la feliz culminación de una obra a medio camino del oratorio, donde su intervención es absolutamente imprescindible. Y junto a ellos y ellas, los Pequeños Cantores de la JORCAM, quienes una vez más vuelven a mostrarse soberbios sobre el escenario. La dirección escénica, especialmente en el movimiento de los cuerpos estables, pero también en cada pequeño detalle y recoveco, es una absoluta genialidad. Gracias, también, a los figurines de Lluc Castells y la escenografía de Alfons Flores... Con un impresionante Porcus, la escena del juicio queda ya como parte de mi memoria... y la iluminación y video de Joachim Klein y Franc Aleu (¡esas nubes-humo en la priemera parte!). Esta propuesta significa el todo y es exactamente lo que la obra de Honegger necesita.

Sobre el escenario, también, las voces de Enkelejda Shkosa, con acertada intervención en La damoiselle élue como madre que narra a su hija, en una escena perfectamente hilvanada con la obra de Honegger, el estupendo Padre Dominique de Sébastien Dutrieux o la feliz doble intervención de Elena Copons como Marguerite y soprano solista. A destacar, también, la necesaria implicación escénica de todos ellos: de Charles Workman, Torben Jürgens, Étienne Gilig o Guillermo Dorda... levantando una puesta en escena coral que bien merece un segundo y tercer visionado... y escucha en vivo. Mientras arde en la hoguera, Jeanne asegura haber roto las cadenas que le oprimían en un momento especialmente simbólico: "Je viens! Je viens! J'ai cassé! J'ai rompu!"... Aún queda tanto para que esas cadenas terminen, de verdad, por romperse...

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Fotos: Javier del Real.