BOS bandas sonoras 

Cuestión de códigos

07/10/2016. Palacio Euskalduna, de Bilbao. Deborah Myers, Anna Jane Cassey, Adrian der Gregorian y Damian Humbley (cantantes), Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección musical: Robert Purvis

En la misma semana han comenzado las temporadas de la Sinfónica de Euskadi y de Bilbao. Del primer concierto de la primera ya hicimos la reseña correspondiente en Platea Magazine; ahora recogemos el primero de la de Bilbao, que se presentó con un Palacio Euskalduna con una entrada magnífica. Ambas orquestas presentan distintas propuestas, supongo que suficientemente coordinadas y siempre atendiendo a los códigos habituales dentro de un ciclo de conciertos sinfónicos.

Cuando uno abre la ventana deseando que entre aire fresco puede facilitar la entrada de la heterodoxia, lo que per se no es malo, aunque puede provocar, eso sí, cierto desconcierto. Y digo esto porque a pesar de que en los dieciséis programas restantes lo entendido como “clásico” reina despóticamente la BOS decidió dar inicio a la temporada 206/2017 con extractos de los más famosas musicales del siglo XX, recogiendo fragmentos de On the Town, My fair Lady, West Side Story, The Sound of Music, Cabaret, High Society, The Phantom of the Opera y Les Miserables, añadiendo en el momento de los bises, Annie get your Gun. Es decir, Leonard Berstein, Frederick Loewe, Richard Rodgers, John Harold Kander, Cole Porter, Andrew Lloyd-Weber, Claude Michel Schöenber e Irving Berlin.

¿Música clásica? Cuestión de códigos, como decíamos arriba. Y como reconozco escasa capacidad de adaptación a nuevos códigos, si hasta ahora he tratado de dar datos objetivos, desde aquí y en adelante querré entrar en el mundo de la subjetividad, pues a fin de cuentas está reseña está firmada y creo tener cierto permiso para que discrepen de mi opinión.

Gran parte del público salió más que satisfecho; consiguieron arrancarse dos bises y reconozco que por un momento pensé que podíamos estar toda la noche escuchando a los cantantes invitados, todos ellos del West End londinense, visto y escuchado el fervor del público. Yo, sin embargo, me aburrí bastante y ello creo se debe exclusivamente a que no pude o no supe aceptar los códigos que me propusieron en el Euskalduna.

Los cantantes, de tesituras inciertas, actuaron micrófono en mano. Ese gesto mecánico de llevarse el micrófono a la boca ante la menor intención de cantar o hablar se me hacía extraño, lo reconozco. Además, en ocasiones estas voces aun estando amplificadas quedaban tapadas por el volumen orquestal. No seré yo quien ponga en duda el arte de los cuatro cantantes pero no pude durante el concierto quitarme de la cabeza en ningún momento que eliminada tal amplificación –tal y como escucho el canto lírico siempre- las voces serían muy probablemente inaudibles desde mi privilegiado asiento, en el patio de butacas.

Los sonidos fijos, el abuso del falsete, la incapacidad de hacer el mínimo guiño a la coloratura,… todo ello respondería a “mi” verdad desde el código utilizado en la lírica, pero una vez aceptada, por ejemplo, la amplificación, ¿por qué aplicarlo? ¿No debo ser yo quien cambie el código para acercarme al espectáculo?

Otro ejemplo: el hecho de que el director Robert Purvis permaneciera en todo momento dando la espalda a los cantantes me hace pensar en la relativa necesidad de tal director y en el hecho de que el espectáculo tenía un punto mecánico que, lo reconozco, no me agrada. ¿Dónde quedaba la lectura personal del director? Por cierto, enorme la sonrisa que en todo momento enseñó el señor Purves, al que se veía disfrutar de lo lindo.

Hay más detalles: por ejemplo, en un recital operístico los hombres nunca hubieran abandonado el escenario antes de ellas pero si esto lo dejo por escrito seguro que alguno o laguna pensará que soy un anticuado. O, por dar otro ejemplo, que los aplausos y bravos de rigor desaparecieran entre aullidos de aprobación muy al estilo norteamericano. ¿Es necesario aullar así para dar a entender tu alegría? Y lo último, ¿hay que decorar con una luz roja potente toda la pared situada tras la orquesta para “ambientar” el escenario? Insisto: nuevas propuestas y si no las entendemos o no nos gustan, quizás sea nuestro problema.

Por lo tanto, señor cronista de conciertos, quizás deba usted aceptar que las cosas solo podían ser así y que los cantantes, a los que se les notaba sueltos y tranquilos enlazando una canción con otra, el director musical y la orquesta hicieron exactamente lo que se esperaba de ellos desde el momento en que se diseñó así el programa. Y que todo lo demás no es sino falta de entendederas para eso que cohabita en la habitación de al lado y que dispone lo que podríamos denominar “distintos” códigos para entender y/o disfrutar la música.