Zarzuela: cuestión de laxitud

Bilbao. 11/12/2015. Teatro Arriaga. Vicente Lleó: La corte de faraón. Carmen Romeu (Lota, soprano), Itxaro Mentxaka (faraona, mezzosoprano), Enrique Viana (Sul, tenor), Ainhoa Zuazua (Raquel, mezzosoprano), Manel Esteve (faraón, barítono), Axier Sánchez (Putifar, barítono), José manuel Díaz (Gran Sacerdote, bajo) y otros. Orquesta BIOS y Coro Rossini. Dirección escénica: Emilio Sagi. Dirección musical: Carlos Aragón.

Al enfrentarme al folio en blanco, una vez escuchada y vista la función de La corte de faraón, en el bilbaíno Teatro Arriaga, me asalta una duda: ¿en base a qué criterio he de basar esta reseña? ¿En base a lo oído? ¿A lo visto? ¿A la reacción mayoritaria del público o, quizás, a mis intimas sensaciones? Todo este preludio no quiere ser sino el marco en el que fijar la laxitud con la quiero y debo juzgar esta función de zarzuela, función que no escapa a la tendencia general de dar en este género prevalencia a lo visual sobre lo auditivo, a lo que ha de ser visto sobre lo que ha de ser oído. Y ello, teniendo ne cuenta que la zarzuela es un género musical lírico no deja de apesadumbrarme.

Tomemos tierra: la función de estreno de La corte de faraón supuso un evidente éxito de público, vista la reacción del mismo durante y tras la misma. Y ello a pesar de que el nivel canoro fue pobre, y por momentos inadmisible. ¿Qué es lo que ocurre entonces? Emilio Sagi sabe perfectamente a qué público se dirige: a un público de alta edad media que entiende la zarzuela más como un espectáculo teatral con episodios musicales que pueden ser alterados a voluntad por el bien del resultado final más que un acto eminentemente musical donde no se evite el necesario equilibrio entre canto y teatro.  

Escénicamente Emilio Sagi se basa en dos pilares para construir esta zarzuela: el primero, una estética basada en el color oro, presente en todo el escenario y en distintas formas; el segundo, la actuación de Enrique Viana como epicentro de la noche en su papel travestido de Sul. Se abusa del chiste parasexual, con especial incidencia en el subgénero del chiste gay y los juegos de palabra del libreto los creía anquilosados pero vista la reacción popular es evidente que aun tienen su público. 

Vocalmente lo poco salvable fue Carmen Romeu en su Lota poderosa, Itxaro Mentxaka y su faraona audible y muy bien interpretada y Ainhoa Zuazua, con una Raquel de enjundia. En la parte neutra podemos colocar a Manel Esteve, faraón  de presencia suficiente aunque el papel apenas le da oportunidad, A José Manuel Díaz, que dio prestancia al Gran Sacerdote y a Nestor Losan, un casto José vocalmente bienintencionado pero de escasa proyección. En la parte negativa destaca el grupo de las tres viudas, que destrozaron canoramente la escena, con desafinaciones y descuadres tan evidentes que una correcta actuación teatral no las justifica. En este capítulo debo incluir a Axier Sánchez, un Putifar que desilusiona desde la primera aparición pues siendo tan joven su voz está descontrolada, el vibrato es más que evidente y la falta de fraseo hipoteca severamente toda su actuación. 

Mención aparte parael ya mencionado Enrique Viana, que además de cantar firma junto a Emilio Sagi la “versión” de la zarzuela ofrecida. Él/ella se guarda el centro de la representación y a través de un largo número propio del cabaret levanta la función con sus comentarios, sus tablas y el disfrute que se le advierte en el escenario. Utilizada la laxitud ad infinitum, estamos ante lo mejor de la noche. La representación es en la percepción del público una antes de este momento y otra bien distinta tras el número babilónico. Carlos Aragón dirigió con solvencia una aparatosa Orquesta BIOS y el Coro Rossini respondió con suficiencia las demandas de la partitura.

Dediquemos la última reflexión al público. Los puristas sufrimos en estos espectáculos donde la gente tararea, canta, habla en todo momento y comenta las “jugadas” en total libertad. Los que escuchamos zarzuela, sufrimos; los que la ven, disfrutan. Por ello, es recomendable que cada uno amplie su margen de laxitud tanto sea necesario para terminar pensando que el viaje hasta Bilbao mereció la pena.