urbanksi ibermusica rafa martin fil munich© Rafa Martín.

Ecco la primavera!

Madrid. 25/01/23. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Obras de Mahler y Shostakovich. Katharina Konradi, soprano. Filarmónica de Múnich. Krzystof Urbanski, director de orquesta.

La primavera, que tanto nos revoluciona... es lógico que hayamos querido cantarle y cantarla desde el principio de los tiempos. Desde que decidimos que la primavera, al menos en estas latitudes, era eso, la primavera. Landini, Vivaldi, Beethoven, Schumann, Stravinsky, Debussy... son los ejemplos que vuelan más rápido hacia el común de la memoria auditiva, pero muchos más han querido plasmar, en sus propias coordenadas, lo que se siente en la efervescencia de una naturaleza, propia o ajena, en plenitud.

Así lo han querido plasmar los profesores y profesoras de la Filarmónica de Múnich en el primero de los dos conciertos programados con Ibermúsica, en el Auditorio Nacional de Madrid. Dos cuadros, dos ventanas pastorales, alejadas de convencionalismos románticos. La Cuarta sinfonía que Mahler compuso en uno de sus retiros estivales, la más liviana de todas sus obras sinfónicas, unida a esa pequeña festividad que Shostakovich se sacó de su chistera en la Sexta sinfonía, un descanso primaveral entre la Quinta y la Séptima, tras descartar un panegírico a Lenin en forma de pentagrama. 

Como no podía ser de otra manera, la Filarmónica de Múnich presentó unas lecturas plenas y sugestivas en sonido, aunque no pudieran evitar ciertos desajustes. Sonoridades brillantes, amplias, tensas, que, no obstante, encontraron mayor expresividad en el Tchaikovsky que se ofreció al día siguiente. Y es que, como decía, la primavera es una, pero las hormas pueden ser muchas y tanto la de Mahler como la de Shostakovich son dos mundos únicos, de idiomatismos muy concretos sobre los que puede resultar complicado crear un discurso propio... y muy fácil naufragar en el intento. No es que haya sucedido esto último con la de Múnich en su visita a Ibermúsica, pero a mi parecer, la lectura de Krzystof Urbanski no consiguió adentrarse en los recovecos, las oscuridades que también las hay en esta partitura, la acidez y ese punto satírico que encierra la Cuarta, ya desde sus cascabeles iniciales - y cada uno de sus retornos -. El gesto y técnica de Urbanski se me hace complicada. Gestualidad dinámica, amplia y una batuta rígida, en muchas ocasiones perpendicular al suelo, acompañado todo ello en un continuo vaivén sobre el podio, que incluye, incluso, pequeñas patadas al aire. Todo ello es estupendo, como quien sale en vaqueros o descalzo al escenario. La parafernalia siempre es bienvenida si se integra en el concepto, el discurso... y los resultados. Y en este caso, el devenir de la sinfonía resultó bastante plano, pobre en dinámicas, tensión e ideas propias o mahlerianas. Lo mejor de su propuesta vino, seguramente, en la construcción del Tercer movimiento y su conocido crescendo, aunque no rematado con el especio y hondura necesarios en el pianissimo que lo cierra. En el último de los tiempos, una muy teatralizada, de voz asentada, no precisamente de tonos "angelicales", Katharina Conradi, sumó enteros a este Mahler, refulgente, ya digo, en lo sonoro.

Le siguió la Sexta sinfonía de Dmitri Shostakovich, una suerte de divertimento, como comentaba, entre dos titanes del devenir en la historia de la música como son su Quinta y Séptima. De nuevo, con Urbanski en el podio atendimos al sonido, a la explosión tímbrica y el frenesí en los dos últimos movimientos, si bien la primavera, además de efervescencia, siempre termina siendo el momento de llegada a la madurez, de un modo u otro. Y, bueno, la del compositor soviético estuvo un tanto manca de su incisividad, su ácido mordiente, tan personal y habitual.