OBC Stravinsky 23b

Nuevos emergentes y viejas emergencias

Barcelona. 10/02/23. L’Auditori. Obras de H. Abrahamsen, Rachmaninov y Stravinski. Alim Beisembayev, piano. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Pablo Rus Broseta, dirección.

Que la música clásica contemporánea haya estado siendo un hueso duro de roer para algunos públicos es un hecho que no requiere demasiado respaldo para corroborarse. La mera observación o una sencilla charla con ese perfil senior, frecuentemente abordan indicios de que, en efecto, cierto público a día de hoy, rechaza ciertas corrientes –y música nueva–. ¿Cuántos estrenos han sufrido esa ruptura con el oyente? Esta pregunta es, naturalmente retórica. Desde luego, la línea que separa la música clásica “tradicional” de la contemporánea es, en el mejor de los casos, relativa, y en el peor, directamente, incapaz de establecerse. El lector probablemente sepa que la obra de Stravinski, figura clave en el desarrollo de los modernismos, no está exenta de polémicas en cuanto a ese susodicho choque estético y conceptual, inherente, por otro lado, a la propia innovación y novedad. Sin embargo, por el propio bien de la música culta, la evolución de ese umbral es necesario y sano para el sector. Es casi una emergencia, ante un público cada vez más envejecido, el hacer la transición hacia la juventud y al mismo tiempo equipararse a otras capitales europeas, más abiertas, en este sentido. Así que hay que agradecer al Auditori ese esfuerzo en acercar al público compositores no adscritos al canon, dosificando con los que sí lo son. 

El del 10 de febrero, vinculado al festival Emergents, que tuvo lugar del 9 al 12, estuvo centrado en dar a conocer el nuevo talento joven. Para la ocasión, el emergente invitado fue el pianista Alim Beisembayev, la gran promesa del piano de Kazajistán, que aterrizaba en nuestro país tras causar furor en Reino Unido como ganador de varios concursos de piano, como el de Leeds en 2021, con la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov, con la que encabezaba la cartelera del presente programa, y sembrar buenas impresiones en medici.tv. Para el atril conductor, Pablo Rus Broseta, todo un nombre ya en la Sinfónica de Seattle, se ponía al frente de la OBC para la sesión del viernes y la del sábado.

OBC Stravinsky 23a

En la línea del primer párrafo, abría el menú Nacht und Tropeten (1981) de Hans Abrahamsen, partitura desconocida por estos lares de un compositor bastante ecléctico, frecuentemente vinculado a la Nueva Simplicidad, y uno de los “populares” dentro de ese amplio y desconocido saco de compositores actuales. Abrahamsen en efecto evoca noche y trompetas, y es en cierta manera un memorial de música “pasada” que convive con la presente, primero como elementos separados, y progresivamente, tornándose indivisibles. Destacaron, naturalmente, las trompetas a solo, con regusto a balada, adentrándose en una noche de truenos lejanos, evocados por tam-tams, y aderezada con recursos orquestales bastante imaginativos que la orquesta sobrellevó bien en las manos de Broseta.

Luego, tras una incómoda logística –quizá un incorrecto orden en el programa– llegó el turno de la famosa Rapsodia sobre un tema de Paganini (1934). Beisembayev recorrió escalas y arpegios con éxito, desde la hiperbólica fantasía al puntillismo con absoluta concentración. El kazajo se acompasó bien a la orquesta a pesar del escaso intercambio visual remarcando por qué Rachmaninov es una de sus indiscutibles especialidades, brillando especialmente en las variaciones centrales y en las últimas con agilidad y contundencia, floreciendo, junto a la OBC, también en los momentos líricos de la partitura. El pianista propinó una delicatesen de Scarlatti para colmar una actuación deslumbrante.

Le siguió el bloque Stravinski con la suite de Le chant du Rossignol (1917), un manual de orquestación que puso a prueba a la OBC ya en los compases iniciales y dejando el broche de oro para el final, la colosal Pájaro de fuego (versión de 1919) también en suite. Broseta exprimió hasta la última gota de energía de una orquesta entregada a los retos, en una partitura que transmite diversión, expectación y magia, en una ascensión progresiva directa a ese explosivo final –quizá con algún decibelio de más– que coronó al director y a los artistas en una velada para recordar.