Widmann Palau23 c 

Beethoven y Widmann. Ruido y furia.

Barcelona, 18/02/2023. Palau de la Música Catalana. Obras de Widmann y Beethoven. Orquestra Ciutat de Barcelona i Nacional de Catalunya. Orfeó Català. Carolin Widmann, violín. Juan de la Rubia, órgano. Jörg Widmann, dirección musical.

No hacía mucho que a Jörg Widmann se le había visto en el Palau de la Música Catalana. Fue el pasado 30 de noviembre con un programa compuesto por partituras de Alban Berg (Cuatro piezas para clarinete y piano), Maurice Ravel (Sonata para violín y violonchelo), Elliott Carter (Epígrames para violín, violonchelo y piano), el propio Widmann (Fantasía para clarinete solo) y Olivier Messiaen (Cuarteto para el fin de los tiempos) en el que, óbviamente, Widmann aparecía como clarinetista.

Y es que Widmann, estudiante de composición con figuras como Hans Werner Henze y Wolfgang Rihm, tiene éxito tanto en su faceta de clarinetista como en la de compositor. Daniel Barenboim lo ha tenido como estrecho colaborador  en la Staatskapelle de Berlín y ha contado con él programando su música y como solista. Y ya años antes, nada menos que Pierre Boulez le había estrenado (con la Filarmónica de Viena) su Armonica con la proyección que ello conlleva.

A lo largo de la próxima temporada y en el inicio de la siguiente se recuperarán los proyectos que se tuvieron que posponer debido al parón internacional a que obligó la pandemia durante la primavera de 2020. En esta ocasión Widmann lucía una tercera faceta como director, no sólo de sus propias obras sino también de la Sinfonía no. 7 de Beethoven

El programa se inició con una obra orquestal compuesta en 2008 cuyo título, Con brio, es bastante descriptivo. Se trata de un encargo de la Bayerischen Rundfunks y Mariss Jansons dijo en su momento que la obra tenía que interpretarse en un programa puramente beethoveniano. Éste no lo era porque incluía otras obras de Widmann, pero casi. Es propio del estilo de Widmann el uso de referencias no literales o guiños a  Bach, Schumann, Mozart, Brahms, Mahler o Rachmaninov. En este caso le tocaba a Beethoven, como no podía ser de otro modo. Es la voluntad explícita y explicitada del propio Widmann referirse, en esta obra, al universo tímbrico, rítmico y melódico de Beethoven sin citarlo directamente. El desarrollo inical desde un acorde seminal nos podía recordar a la Tercera o la misma Séptima del genio de Bonn.

Evidentemente el discurso general distaba mucho del clasicismo en lo formal y en lo tímbrico, lo que permitió que un Walky Talkie indeseado quedase razonablemente integrado sin embargo en la rara atmósfera del pasaje. Los extraños efectos de percusión caracterizan la primera parte de la obra. El público se sentía tan integrado que decidió romper la cuarta pared con un teléfono móvil que tuvo también su pequeño solo.Más allá de guiños beetovenianos, ciertas influencias de Stravinsky destacaron en el conjunto.

Mis vecinos consideraban, en el intervalo entre esta y la segunda obra de Widmann, que el maestro podría llevar un atuendo más acorde con el evento. Rápidamente descubrieron espantados que el Concierto de violín no. 2 de Widmann es un asunto más turbio que la obra introductoria. Se trata de una obra dedicada a la hermana del compositor, la violinista Carolin Widmann, que hizo acto de presencia. Ella protagonizó en solitario las primeras páginas de la obra golpeando la caja del instrumento, cantando en cierto modo´y golpeando el violín contra las cuerdas. Posteriormente pudo certificar un virtuosismo más convencional.

El segundo movimiento es mucho más lírico, como mandan los cánones. Muy lejos, ahora sí, de cualquier atmósfera stravinskiana pero no tanto de ciertos destellos que recuerdan al Concierto de violín de Korngold, Op.35. El público, tentado probablemente por el caramelo sinfónico de la segunda parte, reaccionó a la obra entre la aprobación y el estoicismo.

Widmann Palau23 a

El descanso no nos conducía todavía a la sinfonía de Beethoven. Antes, y ya en la segunda parte, había que asisitir al estreno absoluto de un encargo del propio Palau: unas variaciones sobre la canción popular El cant dels ocells para coro, orquesta y órgano. El Orfeó Català y Juan de la Rubia se unían así a la orquesta.

El cant dels ocells, para quien no lo sepa, es un villancico popularísimo en Cataluña hasta el punto de ser la banda de sonora de los minutos de silencio (sin silencio) en todo tipo de solemnidades, incluidos los partidos del Camp Nou. Pau Casals lo internacionalizó más tarde con una emotiva interpretación al cello. Se trataba, por lo tanto, una concesión popular después de la primera parte. La melodía es sutil y sinuosa, por lo que la idea de unas variaciones sobre el tema podían tener su interés, máxime si el respetable puede identificar cada una de las secuencias de notas que la componen.

La obra se inicia con el coro solo, exponiendo el tema en forma convencional, lo cual es de lo más canónico en una serie de variaciones. Sin embargo a continuación el coro cedió el testigo al órgano, que inició un solo alejadísimo del tema base por lo menos para el común de los mortales. Hasta aquí se cortaba claramente la mayonesa, y el siguiente pasaje conjunto (coro y órgano) no consiguió apagar la sensación de que por una parte iba el tema y por otra Widmann y sudiscurso contemporáneo. Un sólo de órgano que me recordó a alguno de los mejores momentos de Tom Waits (tal vez el órgano había estado bebiendo) simplemente nos hizo olvidar El cant dels ocells pero en cuanto la popular canción volvió a sacar la cabeza se hizo palmario que el trabajo temático era más bien pobre. Sin embargo, la polifonía coral se fue abigarrando y aunque no hubo "desintegración morfológica" (como diría Montsalvatge), que era lo que un servidor anhelaba, la cosa mejoró mucho hacía la recta final culminando con gran tronío y el previsible jolgorio popular.

Widmann Palau23 b

La extraña composición de la segunda parte obligó a una larga pausa entre obra y obra, dado que para proceder a la sinfonía de Beethoven, que mis vecinos de platea deseaban fervientemente, había que desalojar al Orfeó Català y un órgano, que es cachibache aparatoso. Sirvió para limpiar el sabor de lo vivido y prepararse para una ejecución de la Séptima de Beethoven que tuvo miga.

Para los amantes de un Beethoven amplio y reposado, detallista en las sutilezas tímbricas, el Beethoven de Widmann puede ser un dolor de muelas. El hombre es de tiempo ligero y eso se percibió desde el principio. Furtwängler no dejó poso en él. El discurso, sin embargo, tenía una precisión y una concreción nada desdeñable y el rendimiento de la orquesta fue muy apreciable. Este modo de enfocar la dirección beethoveniana, como todos los enfoques, tiene sus debilidades y las mostró en un segundo movimiento un tanto falto de amplitud después de una pausa ínfima entre movimientos que fue muy de agradecer. Lo mejor estaba por venir. El planteamiento de Widmann se adaptó como un guante a los dos últimos movimientos y al brillo y la intensidad del tercer movimiento se añadió unan exhibición de cuerdas poderosas en un Finale violentísimo en que la orquesta ofreció unas prestaciones espléndidas. Concreción en la lectura de los acentos de la partitura, un conjunto conjuntadísimo (valga la redundancia) y una atmósfera apoteósica llevaron a una ovación sentida aunque no muy larga. Merecida, en cualquier caso, si se asume el enfoque de Widmann, que seguramente no fue del gusto de todos pero tuvo la aprobación del conjunto del respetable.